Nos ha llamado la atención ver, por segunda vez, un grupo de ciudadanos presentar su renuncia al Partido Colorado (ANR), actual partido de gobierno en Paraguay. Lo han hecho públicamente, repitiendo el mensaje de “no nos representan”. Aparentemente, son iniciativas críticas a la gestión del partido y a algunas de las actuaciones de su dirigencia. La desafiliación pública a un partido tradicional también ha tenido lugar con relación al principal partido de oposición, el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA). No hace mucho, el senador Eduardo Nakayama, renunció al PLRA, también en protesta por el derrotero que había tomado su partido. Este gesto fue comentado in extenso en los medios y redes sociales.
Afiliaciones y desafiliaciones a un partido político no son necesariamente hechos de gran trascendencia, aunque depende del contexto en el que se da. Las desafiliaciones más comentadas son aquellas que involucran a un parlamentario que decide cambiar de partido en un legislativo en el que el equilibrio de fuerzas es muy ajustado. Sin embargo, en el caso paraguayo, la desafiliación tiene una carga política adicional que vale la pena explorar. Probablemente, uno de los avatares principales es la alta proporción de electores que están afiliados a un partido político. Las cifras que se ofrecen no siempre son uniformes ni exactas. Se habla de 2 a 2.5 millones de afiliados a la ANR y entre 1 y 1.5 millones de afiliados al PLRA. En todo caso, lo importante es tomar en cuenta que el electorado nacional ronda los 4.5 millones y la población se estima en 6.8 millones. Estaríamos, pues, hablando de un 51% de la población y casi un 80% del electorado. Comparémoslo con China, cuyo partido comunista tiene unos 100 millones de afiliados, pero representa menos de 8% de la población. El PSOE de España tiene en torno a 190.000 afiliados.
En este contexto, desafiliarse del partido, en Paraguay, adquiere un significado, en cierto sentido, “desestructurante”. Cuestiona no solamente el accionar del partido, sino que trae a colación una pregunta más profunda. ¿Hasta qué punto le convendría o no a la sociedad un proceso de “despartidización”? ¿Qué tal si la sociedad política paraguaya se estructura más bien en torno a una ciudadanía que se manifiesta votando por una opción u otra, que por medio de una interpelación partidaria más de carácter identitaria tradicional? Son interrogantes que han sobrevolado el debate político por décadas, pero que hoy por hoy podrían adquirir mayor peso. No olvidemos que estamos viviendo en un contexto de transformaciones muy profundas a nivel global y regional, con cambios insospechados y súbitos de los comportamientos políticos. El país no es inmune a eso.
El gesto de desafiliarse puede, de hecho, tener muchas connotaciones y acepciones. La más clásica es aquella que marca una distancia con el partido. Me desafilio porque no estoy de acuerdo con el partido, su dirigencia se ha corrompido y ya no representa los ideales ni principios del partido. Un ejemplo de este tipo de desafiliación es el que representa el senador Eduardo Nakayama, que, de hecho, habla de una suerte de “refundación del partido”. En el lado colorado, también podemos observar el caso del ex senador Hugo Estigarribia, quién también alega que su partido ha perdido su esencia. Sin embargo, esta no es la única expresión de la desafiliación. Cuando hablamos de una despartidización, hablamos de un cambio de paradigma. No nos desafiliamos como gesto crítico al partido en su estado actual y al cual volveríamos si mejora, sino que cuestionamos la idea de una sociedad en cierto sentido “capturada” por la identidad partidaria. Si hay gente que quiere seguir en los partidos, por convicción o por conveniencia, bien por ellos, que así sea. No necesariamente abogamos por una postura correcta vs. una incorrecta. Es más, una suerte de pregunta sobra la conveniencia de la autonomía, y si la construcción de una política más ciudadana que de afiliados y followers “a priori”, puede ofrecer un camino más virtuoso.
(*) Analista político y consultor independiente