25 nov. 2024

La diáspora vasca

En nuestro país más del 25% de la población nacional tiene ingestas vascas, y no son poca cosa: Higinio Uriarte, Juan B. Egusquiza, Juan B. Gaona, Manuel Gondra, Eligio Ayala, Eusebio Ayala, José F. Estigarribia son de esa progenie.

Pedro Gamarra Doldán

El mundo registra una serie de diásporas. Se conoce como diáspora a la dispersión de los pueblos que, por uno u otro motivo, dejaron su tierra para emigrar a otros lugares. No es solo la clásica, la judía, sino también engloba otras menos valoradas como la irlandesa, la vasca y, por qué no, la gran migración de los pueblos europeos al continente americano, entre 1830 y 1930, preferentemente, aunque la vasca regional subsiste más tiempo.

Contemporáneamente, los vascos (españoles y franceses) no son muchos. Apenas llegan en las dos vertientes pirenaicas a unos 5 millones; de ellos, hoy en día, apenas el 50% habla bien, parcial o rudimentariamente su idioma originario; aunque su cultura (y la gastronomía) es más universal en esas comunidades.

Pero ello no fue siempre así. Al ocurrir el descubrimiento americano, todos los vascos no eran más de un millón. El país vasco (zona alta, montañosa) supo resistir bastante bien la anterior penetración romana, las invasiones bárbaras y el dominio centralista de los gobiernos de Madrid y París en el siglo XVIII; y en España, nuevamente, durante el gobierno del general Francisco Franco (1939-1975), en que ocurre la última gran trama de la diáspora vasca.

Sin embargo, pueblo marino por excelencia, se encuentran en las grandes llegadas al Río de la Plata en los años primigenios de la conquista. Mucho tienen que ver con la fundación de Asunción y el establecerse lo que es hoy el Paraguay Juan de Salazar y Domingo Martínez de Irala, quienes eran vascos. Juan de Garay, salido de Asunción, refundó Buenos Aires (1580), también fue vasco. Bruno Mauricio de Zabala, quien salido de Buenos Aires fundó Montevideo (1723), también lo fue.

En los mapas coloniales, sobre todo en el siglo XVI, la zona de Corrientes, Entre Ríos, Paraguay, figura en los planos como Nueva Vasconia. Los vascos llegados a estas mercedes son segundones en las familias, pero son primerizos en las luchas comunales. Los vascos se hallan presentes entre los comuneros, los cabildantes de Asunción y entre las principales familias (año 1800), que irán a sostener, a su modo, la independencia nacional. Aunque el último gobernador español, don Bernardo de Velasco y Huidobro, era parcialmente de esa procedencia étnica.

El vasco no tenía ni gustaba de títulos nobiliarios. El Rey de España, al dominar esa zona, pasó a llamarse señor de Vizcaya.

Los vascos salieron de su país ancestral no sin hombres de mar, de lucha, pero no menos favor hace a su salida territorial el hecho de que normalmente a los gobiernos de Madrid y de París entonces no gustaban de las autonomías. Y el vasco era rebelde. Si no fíjense en el personaje de Alejandro Dumas, D’Artagnan, cuidando del rey Luis XIII de Francia: es un gascón, que es la forma francesa de dominar la Vizcaya.

La población vasca de las dos vertientes no crecía porque migraban, preferentemente, allende las fronteras. Nunca sobrepasaban los un millón, pese a que la población española después del descubrimiento crecía algo y, por supuesto, la población francesa hasta 1815 era la más numerosa de Europa.

El interés por América y sus promesas autonómicas, la rebeldía y la poca burguesía de los vascos les llevó a poblar América. Antes de la Independencia y después de esta.

Ildefonso Bermejo, ilustre formador de letras bajo el gobierno de don Carlos Antonio López, no nació en el país vasco, pero el apellido lo es (y su frente en la iconografía así lo delata). El primer rector de nuestra Universidad Nacional, don Ramón de Zubizarreta (1889), lo fue. También lo fue el primer vicerrector, don Ramón de Olascoaga, quien introdujo el estudio de la Economía, Estadística y el Censo en la Facultad de Derecho UNA, en el mismo periodo.

Estrictamente, en nuestro país más del 25% de la población nacional tiene raíces vascas. Y no son poca cosa: Higinio Uriarte, Juan B. Egusquiza, Juan B. Gaona, Manuel Gondra, Eligio Ayala, Eusebio Ayala, José Félix Estigarribia son de esa progenie, solo por hablar de algunos que llegaron a la presidencia de la República.

Ninguna cultura es superior a otra, desde luego. La vasca tampoco. Pero pocos registros genéticos hay en gustar la forma democrática, la foral, como la cultura vasca. Y su diáspora, desde el siglo XVI hasta bien entrado el siglo XX, ha permitido, por ser una cultura surgida y sostenida en zonas montañosas, que sobrevivieran a tantas presiones y represiones, y permanecieran fieles en su forma de ser.

América (y el mundo) tiene casas vascas que preservan los recuerdos de una patria lejana. Nuestro país debe ser agradecido a los vascos que aportaron a América, trayendo su sangre, valores y moral.

El país vasco (al igual que su cultura) y la cultura española genuina fueron grandemente perseguidos en España durante el gobierno de Franco (1939–1975). Si no, recuérdese que el cuadro más famoso del siglo XX (a mi criterio) es el , de Pablo Picasso, que refleja la barbarie del bombardeo criminal de los alemanes fascistas.

Vasca es la casa comercial, industrial y ganadera más antigua del país, Urrutia Ugarte SA, establecimiento que se crea con otros socios, en 1842, pero que opera ininterrumpidamente desde ese tiempo en el país.

Los vascos, hoy nucleados en la Casa Vasca de Asunción, presidida actualmente por José Hernán Vargas Peña Apezteguia, hicieron labores muy valiosas en estos veinticuatro años de existencia. Entre ellas conseguir que la Municipalidad de la Capital (intendencia de Martín Burt Artaza) les otorgara una calle del barrio Las Mercedes con el nombre País Vasco. Allí, en medio de arboledas, esta casa ha levantado un genial monumento de nueve metros de altura que fue hecho por Gustavo Beckelmann. En esa calle, cuando la visiten, podrán ver una placa que dice: “Los vascos a la República del Paraguay” (año 2000). Asistieron a su inauguración los dos presidentes honorarios de la misma, que son los embajadores de España y Francia, y bendijo la obra monseñor Ignacio Gogorza (vasco). Hasta donde sé, es el primer monumento público que un grupo étnico dedica a la República del Paraguay.

Concluyo este artículo diciendo que en el Chaco no solo brilló el mariscal Estigarribia. También el Cnel. Eugenio A. Garay. Y si Nanawa no cayó en las dos batallas con influencia vasca fue: allí estaba el Cnel. Luis Irrazábal.

Mucho en la perduración de ese mundo lejano tuvo que ver el Colegio San José (vascos franceses y españoles), la congregación jesuítica y la franciscana.

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