24 abr. 2025

La diligencia perdida

Sin vuelta de hoja

Por Benjamín Fernández Bogado

En estos días de frecuentes discusiones sobre la pobreza real o imaginada del Paraguay es importante volver los ojos hacia las causas de ella y buscar explicar cómo en familias de hace un par de generaciones se podía salir adelante sin tantos recursos como los disponibles en la actualidad. ¿Qué diferenciaba a esos hogares donde era posible escuchar frases como: “Che mboriahu, pero che delicado” (soy pobre... pero digno) con los actuales?

Esas familias donde no había que pedirle al Estado el vaso de leche, la merienda y el almuerzo escolar o donde los niños caminaban leguas y leguas con una pizarra bajo el brazo y no esperando los kits escolares de la actualidad. ¿Cómo un padre o una madre analfabetos sabía como alimentar a su prole y cuándo se perdió esa memoria? Muchas de estas preguntas estamos obligados los paraguayos a plantearnos y respondernos, porque será clave para saber cuándo se jodió el Paraguay.

La respuesta más simple sería que nuestros ancestros eran más diligentes que estas dos ultimas generaciones por lo menos. Sabían cómo hacer las cosas en tiempo y en forma. Conocían la manera de trabajar heredada quizás de sus padres o aprendidas en esas escuelas donde se enseñaba a hacer. Hoy los ejemplos a imitar no son los mejores. Nuestros representantes en el Congreso se dedican a la holganza casi tres meses al año, los maestros se jubilan a los 40 años, el Ministerio le pide a los diligentes (que cada vez son menos) que limpien y pinten sus escuelas mientras el Estado les reclama más y más en impuestos. No están tomando del pelo y hay que advertirles que no somos tontos. Es imperioso volver a las raíces. A la historia de los hombres públicos austeros y honestos que construyeron este país y no los actuales que llevan camino a su liquidación pública. Hay que volver a hacer las cosas como se deben y asumir las consecuencias del gobernar. Muchas medidas pueden parecer antipáticas, pero son necesarias. Aquí nadie quiere trabajar en lo que se debe y todos esperan que las cosas mejoren por cuestiones del azar. En el exterior este mismo paraguayo es guapo (diligente), responsable, trabajador y honrado. Adentro, es todo lo opuesto. ¿Por qué? Y la respuesta es simple, no tenemos un Estado comprometido con el desarrollo, que construya instituciones sólidas, que cumpla la ley y que sabe cómo hacerla efectiva. Nos falta una organización social pública y privada que estimule al talentoso, al capaz, al que se esfuerza. Requerimos estímulos a las familias exitosas en cuidar a su prole. Saldría mucho más barato al Estado en el largo plazo trabajar en esta dirección antes que pensar en privatizar las cárceles, aumentar los policías o agrandar Emergencias Médicas.

El Paraguay debe reconciliarse con los katupyryses (los diligentes) y dejar de premiar a los pytyryryses (incapaces). Estos han tomado por asalto el Estado y lo han hecho un botín del que extraen todo lo que puedan en el menor corto tiempo posible. Se mofan de los que trabajan y cumplen la norma. De los que pagan impuestos tontamente por leyes que no entran en vigor y que además, luego tendrán que mendigar el retorno de lo pagado al tiempo de aguantar la mofa de quienes ni pagan ni les importa contribuir para lo que es de todos.

La diligencia es una virtud que muy pocos paraguayos practican en casa. Lo hacen afuera y son tan exitosos que envían casi lo mismo que exportamos en carne en forma de remesas: mil millones de dólares. Lo peor es que ese dinero contribuye a reforzar la teoría del triunfo del que no trabaja por sobre el que sí lo hace y, de paso, contribuye a que unos charlatanes venidos del Brasil nos digan que somos más ricos que lo que nosotros creemos y, lo peor, que unos cuantos informados le creen.

El rigor, la seriedad, la responsabilidad, el trabajo bien hecho, en tiempo y en forma son las claves del éxito de muchos paraguayos que conozco aquí adentro. No hay misterios en esto. Los que van adelante son los diligentes, los otros se dedican a asaltarlos y hacerles la vida imposible para que su ejemplo no cunda. Hay que cuidar a los katupyryses de los que viven acechándolos o asaltándolos como en los tiempos del lejano oeste a las diligencias.