Y son las instituciones encargadas de formarlos y educarlos las que más han sufrido las consecuencias de aquel grave equívoco. En ese sentido, el hogar y los centros educativos han dejado de ser los centros esenciales de la formación de la personalidad del ciudadano paraguayo. La distorsión de los conceptos de libertad, disciplina y respeto, y la falta de inculcación de valores están llevando a la sociedad hacia su completa desestructuración. Por temor a ser tildados de autoritarios o fascistas, la permisividad está instalada en diferentes ámbitos, dándose un ejemplo negativo a los más jóvenes.
El caso que está reflejando el problema que acarrea esta situación es el que se suscita en el centenario Colegio de San José, de la capital, que involucra a un grupo de alumnos. Un problema de indisciplina ha derivado en un enfrentamiento entre padres, autoridades de la institución y la misma Justicia.
Un grupo de estudiantes fueron sancionados el año pasado por indisciplina grave con la cancelación de la matrícula, por lo que este año ya no fueron admitidos en la institución.
Sin embargo, alegando que sus garantías constitucionales –las del derecho a una educación formal, libre y democrática, por ejemplo– no fueron atendidas, los jóvenes recurrieron a la Justicia. Esta falló a su favor y ordenó la inscripción y el reintegro de los alumnos sancionados de acuerdo con las normas internas del colegio.
Con la judicialización del caso, el debate en torno a la disciplina, autonomía educativa y la Justicia quedó instalado.
A más de seis meses de aquel hecho, la comunidad educativa aún no ha encontrado una salida al tema y es probable incluso que tarde otros tantos más en hallarla.
Como sociedad que espera superar sus limitaciones, fundamentalmente las que tienen que ver con la formación de sus jóvenes, los paraguayos y las paraguayas, no obstante no podemos permanecer ajenos a la problemática y debemos urgir la mejor y más sana de las soluciones.
Pero también como sociedad debemos tener en claro que libertad académica y educativa jamás puede estar disociada del cumplimiento y el respeto de las normas. Y, fundamentalmente, entender que excelencia educativa implica siempre la exaltación de la meritocracia y la disciplina, que palabras más palabras menos es instruir y enseñar.