21 abr. 2025

La distorsión de la política y la democracia

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Obra de Carlos Colombino


Juan Andrés Cardozo

Ante un tiempo de incertidumbre estamos pasando a la época de la certeza. La que infiere que la evolución no es permanente. Y que procede del enunciado de que la historia no es lineal. Siempre, en su proceso, el corte rompe el camino de la diacronía. Del avance sin cesar. La democracia, asediada por el neofascismo, enfrenta una ola que la empuja hacia su disolución. Ello, porque la morada de la política presenta una ocupación de fuerzas antagónicas al Estado social de derecho. Y a las que, por el bien de la humanidad, habrá que derrotar.
No todos los políticos son demócratas. Eso ya se sabía. Pero la tendencia es que la mayoría de los demócratas son solo hoy en apariencia. Ese es el litigio actual de la política. El sistema, a medida que se abre a la inclusividad, distancia a los políticos oficiales y outsiders del vínculo social de la política. Y los acerca a los poderes fácticos, a los que sirven. A los que se subordinan, sobre todo para ampararlos con la ley y la segregración. Para reprimir a los que demandan equidad, igualdad. Ni siquiera participación en el poder, lo que sería un reclamo legítimamente democrático.

A la democracia política se le ha cuestionado su carácter meramente formal. El hecho de crear instituciones en las que el pueblo no tiene lugar. Peor aún, donde el gobierno y el Estado responden unívocamente a los intereses económicos, financieros, informales y de la cultura distractiva de la comunicación. Intereses que han colaborado para hacer de la acción prepolítica un sistema: Una estructura de autorreproducción y de supervivencia.

Manipulación de la democracia
En las décadas iniciales del siglo pasado, para justificar esta separación entre la democracia y el pueblo, algunos ideólogos del conservadurismo hablaron de la “circulación de las élites” o de la “ley de hierro” de las mismas (Pareto, Mosca y Michels). Era ilusorio pensar que cualquier ciudadano pudiese gobernar. Lo que la democracia haría factible es renovar la minoría gobernante. Eso inclinó a Weber, primero a dar preferencia al parlamentarismo, pero luego al comprender que ese poder favorecía “el reino de las camarillas” y de la burocracia, optó por el régimen plebiscitario, para que la ciudadanía elija a “líderes fuertes” y ejerza el poder desde la presidencia.

A partir de la década del 60, hasta los setenta, la teoría crítica y el estructuralismo cuestionaron los avances registrados en la democracia como puro ideologismo. Vale decir, como “falsa conciencia”, ilusión engañosa, para hacer creer que el poder reside en “la voluntad popular”, tal como proclamaba Rousseau. Ante el cuestionamiento, se renovó el ideal de la democracia con variaciones procedimentales, como la alternancia en el gobierno, el sufragio universal, el pluralismo, la descentralización y la libertad de prensa.

Con el neoliberalismo resurgió el providencialismo del mercado, el que –como el derecho natural– supuestamente sería la verdadera medida del poder, de la libertad y de la competencia. El Estado de bienestar, producto de la reivindicación de los trabajadores y de la política socialdemócrata, empezó a desmantelarse. Para los críticos, como Bauman, Habermas, Badiou y Rancière, a raíz de que sus partidos obedecen más a las “leyes” de los expertos –guardianes de la acumulación– que a la dignificación de la sociedad en su conjunto.

La resistencia plural
En el presente, se agrava aún más el cínico enmascaramiento de la democracia. La política contribuye al disfraz. Esta lectura de la simulación la hacen los movimientos sociales; de los indignados, de los estudiantes y de los desposeídos. Y su resignificación crítica, la realizan los intelectuales.

Los movimientos sociales no son las “revueltas populares”, instigadas por los políticos de la democracia procedimiental. Son las organizaciones de lucha de los excluidos del corazón de la democracia, de la parte social originaria de su vitalidad. Hastiados de la “sociedad líquida” (Bauman), que expulsa hacia abajo para hundirlos definitivamente en la ciénaga del abandono y del desprecio, los trabajadores sin empleo y precarizados, los estudiantes a quienes se les niega el derecho universal a la educación, y los pobres estructurales (condenados por el sistema de la oprimente desigualdad), despiertan, ocupan sitios, pierden el miedo. Saben que la dialéctica de la libertad y sus contradicciones están de su lado. Van a conquistarla, puesto que nunca la tuvieron. La emancipación los convoca, la autonomía necesaria –esa disposición de sí mismos y de los bienes de la humanidad– los une.

Los intelectuales, por su parte, marcan terreno. En el campo teórico, hay que volver a ilustrar. La razón debe esclarecer que el objeto de la política es la liberación. Ayer fue de la esclavitud, luego de la servidumbre, hoy de la explotación o de la reificación: Reducción de lo humano a la nada. A ese fin, inicialmente se ha creado el Estado, después la democracia. Esta, sirve a todos, incluye a la totalidad, o no existe. Es pura mentira, instrumento político-jurídico de dominación de la oligarquía.

Y en el campo de la praxis, marcar la acción y mostrar el compromiso. Delimitar que la ciencia, la filosofía y la docencia solo pueden tener proposiciones universales siempre que arriben a categorías verdaderas. Las cuales exigen contraargumentaciones lógicas y críticas de las opiniones superficiales, erráticas y mercantilistas. Y compromiso, en tanto el discurso desnude la falsedad de cualquier enunciado que distorsiona la justicia, la democracia y la política. Y en cuanto la práctica supere la mera verbalización mediante la militancia activa en la confrontación por el cambio, genuino y estructural.

El concepto de la democracia es inseparable de la política. Pues supone una meta distinta del poder de uno, de un grupo o de una clase sobre otra. En función a ese telos (finalidad), la moderna definición del “gobierno del pueblo”, la democracia, no se agota en una participación periódica, residual e instrumental. Es el autogobierno de la sociedad toda, que no delega su poder, sino la ejerce dándose sus leyes, su gobierno y su bienestar. Todo, para erradicar, por fin, la pobreza, la desigualdad y la ignorancia. Eso es posible, toda vez que superemos la dogmática del pesimismo y abracemos activamente la solidaria emancipación universal.

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