La economía internacional va configurando un entorno cada vez más difícil. Por un lado, los problemas geopolíticos, así como las diferencias entre China y EEUU, se van profundizando y las medidas proteccionistas se multiplican. Los últimos eventos, en este sentido, son las acusaciones de parte del Tesoro de EEUU de la existencia de capacidad ociosa artificial en varios sectores económicos en China, debido a las políticas de subsidios por parte del gobierno asiático y el reciente anuncio del presidente Biden de un incremento de aranceles compensatorios al 25% para la importación de acero y aluminio; al 100% a los automóviles eléctricos y al 50% para los paneles solares provenientes de China. Es probable que aparezcan medidas similares en Europa a corto plazo. Estas medidas irán impactando cada vez con mayor fuerza la economía china, cuyo motor sigue siendo la exportación de manufacturas. Por otro lado, el estancamiento en el proceso de reducción inflacionaria en EEUU ha impedido que la Reserva Federal reduzca su tasa de política monetaria en marzo como se esperaba; hoy, las expectativas apuntan a que esta reducción se daría recién hacia el último trimestre de este año. Esta combinación de políticas comerciales y monetarias está reduciendo el dinamismo de la economía mundial. En consecuencia, los precios de nuestros principales productos de exportación como la soja y el maíz se redujeron casi un 30% respecto al año pasado y nuestros costos de financiamiento internacional se han encarecido y permanecerán elevados.
Sin embargo, en los últimos meses tuvimos un impulso de nuestros vecinos, especialmente de la Argentina. En efecto, la política económica implementada por el gobierno de Javier Milei ha reducido la brecha entre el dólar oficial y el dólar blue de niveles superiores al 100% a un rango del 10/15%, lo cual eliminó el fuerte incentivo al contrabando y al masivo “turismo de compras” de nuestros compatriotas a las ciudades argentinas que tuvimos desde la implementación del cepo cambiario en el país vecino. Esto dio un impulso a la importación y venta formal de los productos de consumo masivo y a los combustibles, cuyas ventas experimentaron un salto desde diciembre a esta parte. Además, la cosecha de soja fue muy buena, superando las 10 millones de toneladas, a pesar de que algunas zonas como el Departamento de San Pedro e importantes áreas del Chaco paraguayo nuevamente fueron golpeadas por una falta de lluvias. Asimismo, el pago de las deudas atrasadas con proveedores del Estado empezó a movilizar nuevamente al sector construcción y se aceleró ligeramente el crédito del sistema bancario al sector privado en base a una mayor demanda por la reducción de las tasas en moneda local.
Por otro lado, la cotización del dólar subió inesperadamente en estos primeros meses del año. Los principales factores que explican este comportamiento son los menores precios de exportación frente a una aceleración de las importaciones, reduciendo el saldo de la balanza comercial, y la reducción a mínimos históricos en la diferencia entre las tasas de interés en guaraníes y en dólares, a causa de la asincronía entre las decisiones del BCP y la FED con relación a sus tasas de política monetaria, incentivando a ahorristas a dolarizar sus inversiones financieras. Ambos factores reforzaron las expectativas de una depreciación del guaraní, impulsando la demanda de dólares frente a la oferta más limitada, generando una presión alcista al dólar que persistirá durante todo el año. Esto requerirá de una continua presencia del BCP en el mercado cambiario, minimizando los picos y, tal vez, un incremento en las tasas de interés de política monetaria, dada las presiones inflacionarias persistentes que se observan en estos primeros meses.
Finalmente, mantenemos nuestra proyección de un crecimiento del PIB del 3,7% para este año y revisamos al alza las expectativas de inflación al mes de diciembre al 4,4% anual, con un dólar fluctuando en el rango de G. 7.450 / 7.650 en el resto del año.