16 sept. 2024

La educación a palos: La apología del cintarazo II

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La educación a palos, practicada por padres o maestros, es la destrucción del espíritu libre.


Osmar Sostoa

La educación a palos, practicada con irrenunciable convicción por muchos padres y justificada por ciertos maestros, es la destrucción del espíritu libre; resabio medioeval traído de Europa por los conquistadores hace más de 500 años. Antes de eso, la etnia guaraní era un pueblo soberano. El sabio M. S. Bertoni sostuvo en su libro Civilización Guaraní (1927) que en esta sociedad no se castigaba a los niños para educarlos y que, más bien, se aplicaba incansablemente la persuasión, por la certidumbre de que así no se quebrantaba la voluntad y, por lo tanto, cuando adultos eran fuertes física y moralmente; fortaleza que no era sinónimo de rigidez sino de flexibilidad. El paraguayo mestizo, quien ya recibió la educación europea, según Bertoni, era de “emplear severidad y dureza en la primera educación de sus hijos”; y explicaba al respecto: “poco emplea la persuasión; la imposición por la fuerza es su método, y el castigo corporal es su habitual medio, oponiéndose generalmente también al natural desahogo del llanto pueril.”
Apuntaba el citado investigador que “si los antiguos guaraníes fueron un pueblo pujante y avasallador, si los actuales todavía conservan una voluntad individual soberana, si los japoneses se distinguen por su fuerza extraordinaria de voluntad e iniciativa personal, y tienen razón, el sistema actual es errado, porque quebranta y atrofia la voluntad en el niño, y solo acostumbra al hombre a la obediencia ciega y la sumisión incondicional.” Y asentaba también que “por el siquismo, la razón de tal proceder se explica: No quebrantando nunca en el niño la fuerza de voluntad que valoriza a todas las energías, el adulto resulta lo que es el japonés, admirable de pujanza e iniciativa individual, obrando siempre como si el triunfo y el porvenir de la colectividad dependiesen exclusivamente de su acción personal.”

En la época precolombina, las contiendas intertribales, por ejemplo, entre guaraníes y guaycurúes, no pasaban más allá del pillaje de alimentos y el rapto de doncellas, sin llegar a la esclavización de los prisioneros. Sin embargo, los europeos trajeron la guerra, esclavitud y apropiación de las tierras. Desde entonces, la sociedad guaraní de hombres y mujeres libres fue sometida mediante el régimen de las Encomiendas. Los niños pasaron a ser educados mediante la obediencia, la culpa y el castigo. Los españoles encomenderos se quedaron con las tierras y las mujeres, ya que ellas eran quienes cultivaban. Así comenzaron a nacer los mestizos quienes fueron educados bajo el régimen colonial, autoritario y de servidumbre.

Mientras Bertoni proseguía con su labor científica y cultural, el educador paraguayo Ramón Indalecio Cardozo lidiaba por una educación democrática y laica, fundada en el amor, y remando contra la corriente “normalista” que impuso Sarmiento en Argentina, Uruguay y Paraguay. Cardozo, intelectual de la Ilustración y muy avanzado en su visión sobre la pedagogía, se apoyaba en el gran educador suizo Pestalozzi y en la teoría sicoanalítica de Freud.

El rousseauniano Pestalozzi sostenía que “el amor es el único, el eterno fundamento de la formación de nuestra naturaleza para la humanidad.” Este maestro se dedicó a rescatar a niños y adolescentes en situación de abandono, entre ellos, delincuentes a los que convirtió en nobles personas y muchos de ellos descollantes profesionales e intelectuales, gracias a su pedagogía fundada en el amor. Cardozo, siguiendo esa misma filosofía, tenía la convicción de que la forma de contrapesar el arisco comportamiento infantil es el trato amable, el afecto y la ternura, todo lo cual “tiene propiedad catártica, mientras que la aspereza, la violencia contra el ser del niño, hace que su instinto de ternura se refugie en el fondo y mate la vida moral y orgánica” (Cardozo, 1928e, pp. 115). El mecanismo por el cual se reorientan los instintos humanos hacia fines compatibles con la vida colectiva no es otro que el de la sublimación. Llegará incluso a decir Cardozo, freudianamente, que “la educación, pues, no es más que la sublimación de los instintos antisociales” (Cardozo, 1928; García, J. E., 2003).

Como contrapunto, Sarmiento vino a reforzar la instrucción opresora. Se pueden leer las reglas castrenses para el manejo del alumnado en su libro Educación popular: “Un golpe de mano indicará la ocupación de la sala. Los jóvenes deben entrar a cuerpo gentil: Esta ley comprende a todos sin excepción. Un cabo de policía nombrado por semanas pasará vista y anotará en un registro a los que hayan faltado a la hora señalada. Así, estos, como los desaseados que resulten de esta revista serán destinados a la policía de la escuela. (…) Si algunos no hubiesen trabajado nada, quedarán retenidos en la escuela y destinados a la policía.” (Sarmiento, 1849)

Se puede divisar ya entonces, con estos hitos históricos, la doctrina totalitaria que sostiene los fundamentos de la educación tradicional y del maltrato infantil con el cual se generan los traumas mentales en los niños y adolescentes con su persistencia en la vida adulta. Después de la innovación promovida por Cardozo en las décadas de los años 20 y 30, sobrevendra nuevamente la línea dura desde el 40 y con mayor rigor durante la dictadura de Stroessner.

En la actualidad, los vestigios de la educación verticalista, detectados en la vida social, todavía preocupan a nivel mundial. La Comisionada de Salud Mental de España, Belén González declaró en El país, (16/07/2024): “Algunos de los investigadores más prestigiosos explican que los eventos adversos en la infancia son determinantes a la hora de desarrollar trastornos mentales graves. La Organización Mundial de la Salud y la UE apelan desde hace años a un enfoque en salud mental que integre los determinantes sociales de la salud, o el uso de la prescripción social en las intervenciones terapéuticas.” Vale decir, que la política en salud mental debe centrarse ahora en la prevención social para toda la población, luego de cuatro décadas de Reforma Psiquiátrica enfocada en el trato humano de los enfermos, ya que se está en otra etapa de reforma donde “el malestar de la población es evidente”, con trastornos mentales graves, conductas autolesivas, cuadros depresivos reactivos o cansancio inespecífico. Y sus causas son sociales, tales como crisis económicas, pandemia, emergencia climática, que incrementan “el malestar síquico, con cifras alarmantes comparables a las de cualquier enfermedad infecciosa.” Destaca que no es extraño que “en una sociedad emocionalmente desbordada por la incertidumbre, el aumento de los ritmos de trabajo y vida, la precarización y la falta de expectativas para los más jóvenes, tengamos cifras en aumento de ansiedad, depresión” o cualquier otra forma de expresión del malestar social.

Dada la globalización económica, tal impacto social tiene también como víctima a la población paraguaya, pero con un agravante: Nuestra sociedad, sumida en el analfabetismo y desencajada en el deshilachado “tejido social”, no es capaz de demandar políticas sostenibles para su encaminamiento. Las atomizadas respuestas son más bien autodestructivas, a través de la violencia intrafamiliar, la cual está hoy día en el primer lugar entre los delitos registrados por la Fiscalía.

Las estadísticas delatan que la incidencia en la población es relevante como para alarmar y reclamar políticas públicas dirigidas a erradicar el maltrato infantil. Pues bien, al registro de la Fiscalía sobre la “violencia familiar”, se suma el de la Unicef (MICS 2016.pdf (unicef.org) el cual indica que cualquier método violento de disciplina es utilizado en un 52,1% de los casos, dirigido a niños de uno a 14 años; exceso del régimen disciplinario que incluye agresión sicológica, castigos físicos y violencia severa. Este estudio señala que en el Paraguay “con frecuencia se educa a los niños y niñas con métodos punitivos en los que se emplea la fuerza física o la intimidación verbal para lograr las conductas deseadas.”

Esta investigación concluye que “la exposición de los niños y niñas a la disciplina violenta tiene consecuencias perjudiciales, que van desde los impactos inmediatos hasta los daños en el largo plazo que se llevan a la vida adulta.” Además, “la violencia dificulta el desarrollo, las capacidades de aprendizaje y el rendimiento escolar de los niños y niñas; inhibe las relaciones positivas, causa baja autoestima, angustia emocional y depresión, y, algunas veces, conduce a riesgos y autolesiones.”

La encuesta de Unicef estipula que “los primeros años de vida de los niños y niñas son fundamentales. Estudios recientes desde la neurociencia demuestran que durante los primeros 1000 días en la vida de una persona se establecen el mayor número de conexiones neuronales y se sientan las bases para su desarrollo cognitivo, físico y emocional. Por ello, es indispensable que reciban los cuidados, cariño y estimulación necesarios en esta etapa y durante el resto de su niñez y adolescencia.”

Hoy día, las redes sociales sirven para que muchos ciudadanos desplieguen la defensa del castigo físico de los niños, el cintarazo, como el método más eficaz para educarlos. De ese modo, se sacraliza la disciplina verticalista. Como secuelas de tal violencia social, se tienen traumas sicosociales en todos los segmentos sociales que perduran hasta la vida adulta, porque la fragilidad humana no soporta los abusos. En consecuencia, las personas se enferman física y síquicamente con mayor facilidad.

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