28 sept. 2024

La escalada militar entre Israel y Hezbolá: Escenario estratégico y la dinámica del conflicto

El rápido deterioro de la situación de conflicto entre ambas fuerzas pone implica una gran presión sobre Israel, aunque existen soluciones alternativas.

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Jorge Daniel Codas Thompson
Analista de política internacional

Desde el 8 de octubre de 2023, el día después del ataque terrorista de Hamás contra Israel, ha habido fuego transfronterizo regular entre Hezbolá y el ejército israelí. Fue Hezbolá el que disparó primero contra Israel, argumentando que lo hacía en protesta por la guerra en Gaza, exigiendo un alto el fuego allí como condición para poner fin a sus ataques.

La semana pasada, la crisis entre el movimiento terrorista libanés e Israel se agravó cuando tuvo lugar un sofisticado ataque que hirió a miles de personas en todo el Líbano, detonando buscapersonas y walkie-talkies utilizados por Hezbolá. Si bien Israel no ha reconocido la autoría, Hezbolá y sus aliados, sobre todo Irán, lo responsabilizan. Los intercambios de fuego se han intensificado, conllevando actualmente una campaña de ataques aéreos por parte de Israel, en aparente preparación para una invasión terrestre.

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ha afirmado que su gobierno ve la invasión al Líbano como esencial para alcanzar sus objetivos estratégicos, si bien los mismos no han quedado del todo claros. Sin embargo, antes de ahondar en el conflicto inmediato entre Israel y Hezbolá, se hace necesario caracterizar el escenario estratégico que lo precedió. En un artículo en New York Times, Thomas Friedman plantea un telón de fondo estratégico que determina la dinámica del conflicto y abarca a muchos más actores que Israel y Hezbolá. El autor plantea que el detonante y el objetivo inmediato de la guerra fue el interés de Hamás e Irán de sabotear la iniciativa diplomática del gobierno de los Estados Unidos de forjar lo que denomina “un anillo de paz” entre Israel, la Autoridad Palestina (que en teoría debería gobernar tanto en Gaza como en Cisjordania, pero solo lo hace en esta última) y Arabia Saudita.

Friedman argumenta que la respuesta estratégica de Irán y Hamás fue “encender un anillo de fuego” alrededor de Israel, utilizando a todas las entidades subsidiarias de Irán: Hamás, Hezbolá, los hutíes, las milicias chiítas proiraníes en Irak y militantes de Cisjordania armados por Irán con armas contrabandeadas a través de Jordania. De tal forma, Irán despliega una poderosa capacidad de fuego sin exponer a sus fuerzas armadas en una lucha contra Israel. Los muertos los ponen las entidades subsidiarias, buscando así desgastar a Israel con pocas consecuencias negativas para Irán.

Si el Gobierno de Israel decide invadir el Líbano, los desafíos son varios, tanto en lo exterior como en lo doméstico. Si Israel entra en una guerra a gran escala con Hezbolá, los especialistas afirman que se enfrentará a una amenaza mucho más fuerte que Hamás, tanto por el tamaño de este movimiento como por su equipamiento y entrenamiento. La última guerra entre Hezbolá e Israel ocurrió en 2006, culminando por medio de la resolución 1701 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que estableció el repliegue de todas las partes en conflicto del sur del Líbano, así como el desarme de Hezbolá. Tanto el Líbano como Israel cumplieron en replegarse, pero Hezbolá ni se replegó, ni procedió al desarme.

En los años subsiguientes, el movimiento terrorista, con apoyo de Irán, multiplicó y modernizó su armamento, en particular su arsenal de cohetes y mísiles, que actualmente incluye mísiles balísticos guiados de corto y mediano alcance, capaces de llegar a cualquier punto del territorio israelí. Se calcula que el grupo tiene entre 150.000 y 200.000 cohetes y mísiles en total, y una fuerza militar de entre 30.000 y 50.000 efectivos altamente entrenados. Este riesgo, unido al potencial apoyo de otras entidades subsidiarias de Irán, así como una eventual entrada en acción de las propias fuerzas armadas iraníes, colocan a Israel ante una potencial guerra de desgaste, la cual solo podría enfrentar con un sustancial apoyo de Estados Unidos y de otras naciones aliadas, ya que la relativamente pequeña población de Israel la pone en una posición muy difícil ante una guerra prolongada, particularmente en más de un frente.

La estrategia iraní parece haber dado ya ciertos resultados. La guerra contra Hamás ha sometido a una desafiante prueba a las fuerzas de defensa de Israel. Altos funcionarios han citado una escasez de personal militar, la economía enfrenta su declive más pronunciado en años y existe una significativa presión pública para un alto el fuego y un acuerdo sobre rehenes. Al comienzo de la guerra con Hamás, el ejército reclutó a unos 295.000 reservistas en un esfuerzo por aumentar su personal, pero la cifra no parece suficiente para las necesidades del teatro de operaciones en Gaza. Si Israel efectivamente invade el Líbano, posiblemente deba llamar a los aproximadamente 200.000 reservistas con que aún cuenta el país, suponiendo un masivo drenaje de mano de obra y talento de la economía de Israel.

Es precisamente en la dimensión económica donde Israel está encontrando crecientes dificultades ya que, según el Buró Central de Estadísticas de Israel, la economía se contrajo a un ritmo anualizado de 21.4% en el último trimestre de 2023, que coincidió con el inicio de la guerra con Hamás. Si bien la actividad económica se ha recuperado parcialmente en los dos trimestres posteriores, no ha recuperado aún su ritmo previo al conflicto con el grupo terrorista palestino. El Banco Central de Israel estima un crecimiento para este año de 2%, asumiendo que no se profundice el conflicto armado de Israel con sus enemigos. La inflación también se está acercando al límite máximo del rango deseable, y la calificadora Moody´s ha rebajado la calificación de crédito de Israel debido al deterioro de sus finanzas públicas, encareciendo así cualquier emisión de deuda que necesite el estado israelí para sus operaciones. Más aún, el Banco Central calcula el costo de la guerra con Hamás (es decir, sin contar un conflicto con otros enemigos) en 13% del producto interno bruto (PIB) para los años 2023 a 2025, equivalentes a más de sesenta y cinco mil millones de dólares. Si se tiene en cuenta que Israel invierte aproximadamente el 5% del PIB en sus fuerzas armadas al año, queda claro que Israel solo puede absorber parcialmente estos costos debido a la ayuda militar norteamericana. La economía se torna así en un factor doméstico que ejerce presión contra una eventual expansión de la actividad militar en el Líbano, sobre todo si es prolongada.

El otro factor doméstico respecto a una guerra con Hezbolá lo constituye la propia opinión pública israelí, que se encuentra dividida al respecto. Una encuesta publicada recientemente por el centro de estudios Israel Democracy Institute encontró que el 42% de los israelíes piensa que su país debería buscar un acuerdo diplomático con Hezbolá, a pesar de las posibilidades de un conflicto adicional en el futuro, mientras que el 38% piensa que Israel debería buscar una victoria militar contra el grupo, incluso a costa de daños significativos a áreas civiles. Entre aquellos a favor de una solución diplomática se encuentran los parientes de los secuestrados por Hamás, para quienes el retorno de sus seres queridos es su mayor prioridad, por lo que no desean un conflicto adicional. En las filas de los partidarios de la guerra, se encuentran los desplazados de su lugar de residencia en el norte de Israel, quienes desean que Hezbolá se repliegue del sur del Líbano para volver a sus hogares. Los combates transfronterizos durante el año pasado ya han provocado la evacuación de más de 60.000 residentes de sus hogares en el norte de Israel, según los medios de comunicación israelíes.

Más allá de las declaraciones del Gobierno israelí respecto al retorno de los desplazados en el norte del país, no quedan claros los objetivos estratégicos a lograr con la invasión al Líbano, ni cual sería la estrategia de salida una vez logrados.

Hasta ahora, el Gobierno de Israel no ha aceptado el plan de paz propuesto por Estados Unidos, que supone convencer a los aliados árabes de dicho país de promover una profunda reforma de la Autoridad Palestina en Cisjordania, con la cual Israel pueda eventualmente negociar la hasta ahora elusiva solución de dos estados. Esta estrategia tendría potencialmente tres efectos. El primero de ellos sería abrir el camino para aislar y presionar a Hamás para que acepte un alto el fuego en el que Israel salga de Gaza a cambio de la liberación de todos los rehenes, poniendo fin a la guerra en dicho territorio y eliminando la excusa de Hezbolá para atacar a Israel desde el norte. El segundo sería lograr el establecimiento de las relaciones diplomáticas entre Israel y Arabia Saudita a cambio de acordar el establecimiento de un estado palestino, que constituiría un fuerte golpe para Hamás e Irán. Por último, se establecerían las condiciones para que los aliados árabes de Israel, posiblemente los Emiratos Árabes Unidos, se asocien con una Autoridad Palestina reformada (es decir, democrática y transparente) y envíen sus tropas a Gaza para reemplazar a Hamás como autoridad gobernante en dicho territorio palestino. Si dicha iniciativa se acompaña de sustanciales fondos para la reconstrucción de Gaza, Hamás quedaría debilitada en extremo.

La adopción de este enfoque para la solución a largo plazo de los problemas de Israel con Hamás se encuentra en manos del gobierno de Netanyahu, pero el perfil ideológico de su coalición de Gobierno hace difícil visualizar que efectivamente tomen provecho de esta oportunidad para una paz duradera en la región. Esto se podría resolver con la adopción de una coalición de gobierno distinta por parte del primer ministro, pero esto no parece estar en los planes del gobernante israelí

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