14 sept. 2024

La Eucaristía, sabiduría divina

Hoy meditamos el Evangelio según San Juan 6,51-58.

«El pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo». La Eucaristía es fuente de sabiduría: Abre nuestros corazones a Dios y nos instruye en el camino de la vida.

Las palabras de Jesús que nos recuerda el Evangelio de la Misa de hoy nos abren al misterio de la vida divina. La primera lectura nos ofrece una clave de comprensión por medio del libro de los Proverbios: Es la Sabiduría misma la que, después de haber construido su casa, ha preparado un banquete, ha mezclado el vino, ha puesto la mesa y ha invitado a todos a comer y beber para entrar por caminos de prudencia y de vida (cfr. Pr 9,1-6). He aquí una introducción a un misterio que habla y que se ofrece como alimento. Un misterio, el amor divino, que se explica a sí mismo y que se ofrece como comida y bebida que nos transforma al darnos la misma vida divina.

Desde que venimos a este mundo no dejamos de aprender. Nos educan los padres, nos instruyen en las instituciones educativas, aprendemos de los amigos, obtenemos experiencia de la vida. Todo eso es, de un modo u otro, sabiduría. Pero solo una Sabiduría es capaz de llegar a lo más recóndito del corazón humano, solo una Sabiduría puede darnos algo para ser, y no simplemente algo para tener: Cristo mismo, que se ha hecho alimento para que podamos divinizarnos y participar de la profundidad de su amor. Esta Sabiduría nos instruye desde dentro, es Maestra que nos enriquece de una forma humilde y escondida. Pero, podríamos decir, totalmente verdadera, porque solo ella llega al sagrario más íntimo de la persona.

El Salmo de la Misa de hoy nos recuerda la promesa divina: «Venid, hijos, escuchadme: Os instruiré en el temor del Señor. ¿Hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad? Guarda tu lengua del mal, tus labios, de la falsedad; apártate del mal, obra el bien, busca la paz y corre tras ella» (Sal 34,12-15). La Eucaristía nos instruye no solo como recuerdo del misterio pascual, sino que nos habla desde el corazón. Es más, nos permite hablar con Dios también a través de nuestra existencia, de nuestro trabajo ordinario, de nuestras relaciones. Y esto precisamente porque, en cuanto entrega de Cuerpo y Sangre, abre nuestra carne y nuestro espíritu al entendimiento y aceptación de la realidad profunda de las cosas, de la misión de cuidar y gobernar todo lo creado, para hacer de ello lugar de encuentro con Dios y morada de Dios con los hombres.

No podemos hacer el camino al que el Señor nos invita al crearnos si no conocemos la meta ni las sendas que nos llevan a ella y las que nos desvían. Newman señala que con su pecado Adán y Eva tuvieron conocimiento del bien y del mal, pero que obtuvieron ese conocimiento sumergiéndose en el mal. Solo Dios conoce el mal sin sumergirse en él, sin caer en sus garras. Cristo, Sabiduría de Dios, nos instruye en los caminos divinos y también en las artimañas del mal, sin necesidad de sumergirnos en él. Solo nos pide que lo comamos, que lo aceptemos como fuente de vida, que lo deseemos, que dialoguemos con él con un diálogo de corazón a corazón.

Dice san Pablo a los de Éfeso: «Fijaos bien cómo andáis; no seáis insensatos, sino sensatos. Sabed comprar la ocasión, porque vienen días malos. Por eso, no estéis aturdidos, daos cuenta de lo que el Señor quiere» (Ef 5,15-20). ¿Quién nos permite estar en vela?, ¿quién nos ayuda a no dejarnos engañar por tantos ofrecimientos falsos?, ¿quién nos da las fuerzas para no dejar de mirar a la meta hacia la que nos dirigimos? La Eucaristía es vida porque nos da vida, como alimento que es, y porque, como ley interior, ley de caridad, nos ayuda a aspirar a la Vida cada día con más intensidad y firmeza. Además, la Eucaristía no solo nos edifica por dentro a cada uno de nosotros, sino que edifica a toda la humanidad, une a las personas, hace la Iglesia, el Cuerpo de Cristo.

(Frases extractadas de https://opusdei.org/es-py/gospel/2024-08-18/).

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