La clave de este salto evolutivo radica en los cambios experimentados en la estructura de su oído interior, pues una temperatura corporal más alta se relaciona con la aparición de un “fluido auditivo” más líquido y con el estrechamiento de los canales auditivos.
Así lo expone una investigación efectuada por expertos del Museo Field de Historia Natural de Chicago (Estados Unidos), del Museo de Historia Natural de Londres (R. Unido) y de la Universidad de Lisboa (Portugal).
Los autores recuerdan que no es posible medir la temperatura corporal de fósiles de cientos de millones de años de antigüedad, por lo que para determinar si eran de sangre caliente se estudiaba, hasta ahora, si su comportamiento en el medio se correspondía con el metabolismo activo de un animal de sangre caliente o, por contra, con el de uno de sangre fría.
No obstante, han descubierto que la estructura del oído interno de esos restos fósiles aporta pruebas indirectas sobre esta cuestión.
Los oídos de todos los vertebrados, explican, contienen pequeños canales llenos de líquido (endolinfa) que les ayudan, por ejemplo, a mantener el equilibrio, y cuya viscosidad o fluidez varía dependiendo de la temperatura corporal.
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La endolinfa en los animales de sangre fría tiene una temperatura menor y es más viscosa, por lo que necesita más espacio para circular por la estructura auditiva, mientras que en los de sangre caliente es más líquida, de manera que los canales semicirculares del oído interno son más estrechos.
“Hasta ahora, los canales semicirculares se estudiaban, en general, para predecir la locomoción de organismos fósiles. Sin embargo, al analizar en detalle su biomecánica, pensamos que también podíamos usarlos para inferir la temperatura corporal”, señala en un comunicado Romain David, del Museo de Londres y uno de los autores de este estudio.
El líquido auditivo presente en los canales, observa, “se comporta como la miel”, que disminuye en viscosidad con el aumento de la temperatura y, al mismo tiempo, modifica su función.
“Por lo tanto, durante la transición a la endotermia, se requirieron adaptaciones morfológicas para mantener un rendimiento óptimo, y pudimos detectarlas en los antepasados de los mamíferos”, agrega David.
Para rastrear estos cambios evolutivos, los expertos compararon los tamaños de los canales auditivos de 341 animales, entre los que incluyeron 243 especies actuales y 64 extintas.
Y constataron que los ancestros de los mamíferos no desarrollaron las estructuras del oído interno ideales para los animales de sangre caliente hasta hace 233 millones de años, casi 20 millones de años después de lo que se creía hasta ahora.
Asimismo, creen que ese proceso de evolución fue muy rápido, coincidiendo además con el momento en que los proto-mamíferos comenzaron a desarrollar bigotes, pelaje y espinas dorsales especializadas.
“Frente al pensamiento científico actual, nuestro estudio demuestra, sorprendentemente, que la adquisición de la endotermia parece que ocurrió muy rápidamente en términos geológicos, en menos de un millón de años”, destaca Ricardo Araújo, de la Universidad de Lisboa.
No fue, precisa, un proceso “lento y gradual de decenas de millones de años”, sino que, “tal vez se logró rápidamente” cuando aparecieron “nuevas vías metabólicas similares a las de los mamíferos” y estos desarrollaron “pelaje”.