Y sí, hablamos en masculino, porque este estándar que está vigente en la sociedad solo se ajusta a los hombres, teniendo en cuenta que en nuestras sociedades, ellos están más liberados de las cargas familiares y además, toda su vida recibieron cuidados de parte mujeres, sus madres, abuelas, tías y hasta parejas. Así los hombres fueron preparados para insertarse al mercado laboral sin mayores responsabilidades.
¿Qué pasa con la mujer trabajadora? Ella no puede cumplir con el modelo marcado anteriormente, sus múltiples tareas se lo impiden. Su trabajo no empieza ni termina en la empresa, sino en la casa con labores domésticas y de cuidado.
La economía feminista encontró así una forma sencilla de describir cómo la ausencia de políticas de cuidado profundiza las desigualdades socioeconómicas entre hombres y mujeres. Vale la pena darle una lectura a propósito del Día de la Madre.
Investigadoras como Cristina Carrasco, Arantxa Rodríguez y Amaia Pérez Orozco son algunas de las autoras que abordan de esta forma las asimetrías y advierten que la mercantilización de los cuidados en sí no es la solución.
Cuando empezó a atenderse algunas las necesidades específicas de la mujer trabajadora (para cumplir “mejor” con su tarea de cuidado) como la ampliación del permiso de maternidad a cuatro meses y medio, los empresarios paraguayos protestaron bajo amenaza de que dudarían al momento de contratarlas, ya que preferirían seleccionar a hombres, que tienen apenas dos semanas de baja.
Aunque podía discutirse la equiparación del tiempo de permiso de 4,5 meses para una distribución más equitativa de responsabilidades no fue una opción y la desigualdad se volvió a institucionalizar.
Por supuesto que hay atenciones que no se pueden suplantar como la lactancia materna, pero sí se pueden compartir los trabajos de higiene, colecho y gestiones para la visita médica, entre otros.
Una vez que los permisos terminan, el desarrollo del niño o niña continúa, así como las tareas del hogar. Aquí aparece la mercantilización de los cuidados, pero solo para quienes puedan pagar los servicios y, en ese sentido, se produce una desigualdad en el acceso y calidad frente a las personas que no cuentan con recursos económicos.
En su mayoría estos servicios prestan mujeres, que prácticamente no tienen otras posibilidades en el mercado laboral. Ellas trabajan en condiciones de explotación e invisibilidad, en las que se le resta valor a su dedicación y se le atribuye una responsabilidad de cuidados más allá de un contrato de empleo.
En el contexto paraguayo se destaca la Ley N° 6338 del 2019, que significó la equiparación salarial del trabajo doméstico respecto a las demás actividades laborales, teniendo en cuenta que antes era de apenas el 60%.
Sin embargo, según el propio Ministerio de Trabajo la posterior Ley de Tiempo Parcial perjudicó enormemente estos avances, ya que muchas dejaron de cotizar en el Instituto de Previsión Social.
Por ejemplo, actualmente hay 30.000 trabajadoras domésticas con contratos de empleo parcial, pero solo 13.000 a 14.000 están inscriptas en la previsional.
Ante este escenario, la economía feminista propone una fórmula para que todas y todos ganen con una corresponsabilidad integral de los cuidados en la que hombres y mujeres, el Estado y las empresas participen activamente y que se cumplan las condiciones dignas del trabajo doméstico.