El sumo pontífice Francisco Bergoglio a propósito de la lectura de hoy dijo: “El apóstol Tomás experimenta precisamente esta misericordia de Dios, que tiene un rostro concreto, el de Jesús, el de Jesús resucitado. Tomás no se fía de lo que dicen los otros apóstoles”.
Hemos visto el Señor; no le basta la promesa de Jesús, que había anunciado: Al tercer día resucitaré. Quiere ver, quiere meter su mano en la señal de los clavos y del costado. ¿Cuál es la reacción de Jesús?
La paciencia: Jesús no abandona al terco, Tomás en su incredulidad; le da una semana de tiempo, no le cierra la puerta, espera.
Y Tomás reconoce su propia pobreza, la poca fe. Señor mío y Dios mío: Con esta invocación simple pero llena de fe responde a la paciencia de Jesús. Se deja envolver por la misericordia divina, la ve ante sí, en las heridas de las manos y de los pies, en el costado abierto, y recobra la confianza: Es un hombre nuevo ya no es incrédulo sino creyente.

Quisiera subrayar otro elemento: La paciencia de Dios debe encontrar en nosotros la valentía de volver a Él, sea cual sea el error, sea cual sea el pecado que haya en nuestra vida. Jesús invita a Tomás a meter su mano en las llagas de sus manos y de sus pies y en la herida de su costado.
También nosotros podemos entrar en las llagas de Jesús, podemos tocarlo realmente; y esto ocurre cada vez que recibimos los sacramentos. San Bernardo, en una bella homilía, dice:
“A través de estas hendiduras, puedo libar miel silvestre y aceite de rocas de pedernal (cf. Dt 32,13), es decir, puedo gustar y ver qué bueno es el Señor” (Sermón 61, 4. Sobre el libro del Cantar de los cantares).
Es precisamente en las heridas de Jesús que nosotros estamos seguros, ahí se manifiesta el amor inmenso de su corazón. Tomás lo había entendido. San Bernardo se pregunta:
¿En qué puedo poner mi confianza? ¿En mis méritos? Pero “mi único mérito es la misericordia de Dios. No seré pobre en méritos, mientras él no lo sea en misericordia (...)
Queridos hermanos y hermanas, dejémonos envolver por la misericordia de Dios; confiemos en su paciencia que siempre nos concede tiempo; tengamos el valor de volver a su casa, de habitar en las heridas de su amor dejando que Él nos ame, de encontrar su misericordia.
(Frases extractadas de http://w2.vatican.val)