07 nov. 2024

La fiesta dionisiaca de los diputados no tiene fin

Hay una frase popular en nuestro idioma guaraní que define cuán grande sería nuestra riqueza que se calcula ilimitada, según este dicho: “Ijy ñane retã”. Es una frase romántica dado que en la práctica nuestro país es uno de los países más pobres y atrasados en el continente. Identificamos, porque estúpidos no somos, que en cada despilfarro de nuestras autoridades, así como en cada impuesto que no se paga o en cada coima, allí está el origen de nuestros males. El apetito por lo ajeno, demostrado una vez más por una ruin casta de parlamentarios, no dejó espacio a la duda acerca de que si ponen a merced de nuestros “representantes” un banquete lleno no tardarían en acabárselo ni en un minuto. Esa cultura angurrienta e insaciable que mejor los define, hace que los recursos que deberían ir a parar en cuestiones importantes, vayan direccionados a pomposos viajes en lujosos cruceros, sin reparar en el daño que hacen al erario público y, por más que poco les importe, a la tan venida a menos imagen del Poder Legislativo, institución parlamentaria que si funcionara como debiera y no sirviera de guarida a verdaderos dráculas que succionan hasta la última gota del Estado, estaría haciendo de contrapeso al poder y auditando cada paso en falso del Poder Ejecutivo.

Sin aún tener datos oficiales de cuánto costó un viaje a Washington realizado por 15 diputados, con la coartada de ir a observar las elecciones de Estados Unidos, se sabe que pudo llegar a aproximarse a los G. 500 millones, otros hablan de G. 300 millones, considerando pasaje, viáticos y estadía, cuando no el costo del crucero en que casi la mitad posó contento durante su periplo por el gigante del norte.

En cualquier país del mundo y no solo en este, invertir algo así como USD 4.000 por cada viaje de un parlamentario y que en total una comitiva se haya llevado USD 60.000 como aluden los recortes periodísticos, es un despilfarro. Más aún en un país con tantas necesidades, ese gasto es una bofetada.

Dirán que el gasto representa una gota en el grueso del Presupuesto anual que en breve será parte de su estudio. Pero ese mismo discurso desconoce –salvo en campaña política cuando buscan votos– las más elementales necesidades que sufre una inmensa mayoría en este país.

Para conocer estas necesidades, no hay que tomar un avión, tampoco hay que buscar cursos en otros países y, mucho menos, abordar un crucero. Para conocer esta realidad basta con andar a pie un par de cuadras alrededor del Congreso o el Palacio de López, en el centro urbano o subir a un micro e ir hasta Concepción o hasta Boquerón, donde no hay una sola terapia intensiva. En cualquier escuela pública verán de frente la pobreza nacional.

La desconexión de los parlamentarios que viajaron esta vez, de los que ya viajaron o de los que viajarán, es tal que jamás traen ni teórica ni prácticamente nociones modernas para aplicarlas en el país. De nada sirven sus cursos si solo sirven para crear álbumes de fotos para Instagram o Facebook, porque, seamos sinceros, la capacidad de muchos de los que viajaron no da ni para siquiera pensar que hicieron lobby que para atraer inversiones a nuestro país. Mientras saborean de los más costosos destinos turísticos que ofrece el mundo, la Cámara a través de los impuestos pone viáticos, equivalentes a ingresos que un médico o maestro obtiene trabajando un mes. La excusa de algunos parlamentarios cuando todas las cámaras y micrófonos se dirigen hacia el platillo volador para hallar explicaciones sobre tanto despilfarro, es que otros poderes también despilfarran.

Dionisio, considerado el dios del vino en la mitología griega, tendría como mejores discípulos a nuestros representantes que viven en constante ebriedad. Ebrios de poder, no saben distinguir un velorio de una fiesta. Pero al contrario de Baco que convertía agua en vino, los sepultureros de nuestro país convirtieron toda la riqueza que tocan en miseria.

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