Un cuarto de siglo atrás se produjo otro de los crímenes que dejaron huellas en Paraguay.
Gregorio Torres Alcaraz, conocido como don Papi por sus vecinos, vino desde Acahay a la capital para realizar algunos trámites.
Se bajó de un bus en la calle Víctor Haedo, cerca del hotel Guaraní. Estaba caminando por la vereda con un amigo, cuando vio a lo lejos una camioneta Mitsubishi Montero y pegó un salto, se puso pálido.
Cuando su amigo le preguntó qué pasaba, él le confesó que su mente lo había llevado de vuelta 25 años atrás, hacia aquel momento fatídico del 31 de enero de 1993 cuando sobrevivió –según él– de forma milagrosa a una doble embestida de una camioneta conducida por el que después sería conocido por todo el país como el loco del volante.
Podés leer también: Descubrió una verdad que lo llevó a matar a sus padres
Gregorio, en ese momento con 45 años, manejaba su camioneta Chevrolet D10 desde Carapeguá hacia Acahay cuando ya la noche se había adueñado de aquella última jornada del primer mes del año. El calor era intenso y todo estaba oscuro.
“Al alcanzar la clínica de la compañía Yeguarizo, vi de frente a un vehículo con una sola luz que venía directo hacia mí. Por instinto hice una maniobra y me salí del carril. Me chocó en la parte de atrás, en la carrocería de mi vehículo”, rememora el hombre que bajó para ver lo sucedido y entonces, lo que parecía un accidente en la ruta, mutó en un intento de homicidio.
El vehículo de una sola luz, retomó la marcha y otra vez venía hacia él, a toda velocidad y lo puso cara a cara con la muerte. Gregorio intentó volver a su camioneta, pero ya no hubo tiempo. “Entre la cabina y la carrocería hay un pequeño espacio y me quise meter ahí. El ser humano no quiere morir, pero la camioneta venía muy rápido. Me estiré todo lo que pude y me chocó acá (señala su costado). Solo me acuerdo de cuando estaba tendido en el suelo y no me podía mover”.
Don Papi, a pesar de la desgracia, se considera afortunado al ser una de las diez personas que sobrevivieron a la furia incontrolable de José Vidal Céspedes Estigarribia, el conductor de la camioneta Mitsubishi que se llevó por delante todo lo que se le cruzara a su paso.
Hasta hoy, 25 años después, en esa tranquila localidad, no hay una explicación para lo sucedido.
Céspedes era conocido por todos en el pueblo. La mayoría lo vio crecer, ya que es oriundo de allí.
Se había convertido en un escribano de renombre y a menudo visitaba su pueblo natal, hablando de política, ya que soñaba con ser electo diputado por el movimiento colorado Renovador.
Ese domingo, llegó con su familia a bordo de la admirada Montero.
Estaba recuperándose de una intervención quirúrgica por problemas en el páncreas y los médicos le habían recetado medicamentos fuertes y tenía prohibido consumir alcohol.
alcohol. Sin embargo, el calor agobiante de más de 40 grados, le despertó la tentación de calmar la sed con la bebida espumante y zambullirse en las aguas del arroyo Tapytagua, donde comenzó a rumiar su macabro plan: matar a cuantas personas se le cruzaran enfrente.
Te puede interesar: Lunes de terror: Asesinó a sus hijos y a la niñera
La ingesta de alcohol mezclada con los medicamentos le produjo una adrenalina tal que lo llevó a una discusión acalorada con su vecino Ángel Gustavo Flores.
Luego subió a su vehículo, con su esposa, su hija y una criada a bordo.
Se dirigió al centro mismo de la ciudad, cerca de la iglesia, donde vio a su primera víctima: una niña de cuatro años que jugaba en la vereda de su casa.
“Subió a la vereda y atropelló a la niña, aplastándola contra la pared”, recordó Antolín Meza, que presenció ese momento.
Se llamaba Shirley Andrea Acuña y era su sobrina.
Su segunda víctima fue Sergio Domínguez, un muchacho con síndrome de Down, a quien también atropelló dos veces, como hizo con todas sus víctimas.
Roberto Segovia, Domingo Cuevas, Francisco Bordón, Rubén González fueron víctimas fatales de su ira mientras continuaba su marcha hacia las afueras de Acahay.
En la compañía Yeguarizo, atropelló a los hermanos Esquivel que viajaban en moto y los llevó por delante. Uno de ellos, apodado Yiyo, falleció y fue la séptima víctima.
Allí, fue que se encontró con Gregorio, que podría haber sido la octava víctima, pero hoy puede contar la historia.
Murió en el 2011
Céspedes, finalmente, fue detenido y puesto ante la Justicia. Sus abogados consiguieron que sea llevado al Hospital Neurosiquiátrico, de donde se escapó para ser recapturado en el año 1997. Fue condenado a 25 años de prisión. En el año 2011 murió, en el sanatorio Juan Max Boettner, luego de unas complicaciones en su salud.