Dejando de lado las diferencias en cuanto a capacidad económica y densidad poblacional, una actitud que compartieron Alemania y Paraguay en el abordaje de la emergencia sanitaria fue el reconocimiento temprano de la amenaza y las acciones tomadas al tener como probable al peor de los escenarios posibles.
En otras palabras, podemos estar frente a dos modelos de una eficiente gestión del miedo.
Cuando la canciller Ángela Merkel anunciaba el 10 de marzo pasado que el 60% al 70% de la población de Alemania se infectaría con el nuevo coronavirus, preparaba a la gente para ir aceptando las medidas de restricción a la actividad social que se impondrían con más y más rigurosidad en las siguientes semanas.
Con referencias a la Segunda Guerra Mundial como el único anterior evento que superaría a la presente pandemia en términos del desafío que representa para todo el país, el Gobierno Nacional lograría que los mandatarios de los Estados federados siguieran los lineamientos que surgían desde Berlín y que el cuidado de la salud se convirtiera en la prioridad absoluta, por encima de la economía.
En Paraguay, la reciente epidemia de dengue nos mantenía con la memoria muy fresca respecto a las fragilidades de nuestro sistema de salud y los números que mostraban Italia y España nos hacían imaginar el más terrible de los apocalipsis.
Con la detección del inicio de la transmisión comunitaria del Covid-19 en el país, el Gobierno de Mario Abdo Benítez dispuso la cuarentena total el 11 de marzo pasado. La población, consciente de los daños económicos que esta medida acarrearía, en su gran mayoría reconocía que se trataba de la decisión más conveniente y empezaba a seguir de cerca la evolución de los casos en el territorio nacional.
A dos meses y medio de aquellos tiempos, tanto Alemania como Paraguay dan los primeros pasos en la “nueva normalidad”, con un paulatino retorno a la actividad productiva, y una vida cotidiana acostumbrada a las mascarillas y los desinfectantes de bolsillo. Pero, ¿cómo sigue la gestión del miedo?
Las estadísticas nos demuestran en ambos países que los sacrificios destinados a distanciarnos físicamente y renunciar a nuestras libertades de movimiento dieron resultado. Alemania descendió al octavo lugar entre los países más afectados por la pandemia en cantidad de casos –tras haber llegado al puesto cuatro– y sus 8.300 fallecimientos están muy lejos de los 36.875 que reporta hoy en día el Reino Unido. Paraguay, mientras tanto, mira con temor cómo Brasil se convierte en el nuevo epicentro de la pandemia, pero contabiliza apenas once muertos.
Ahora comparten también el mensaje de que si se incrementa la velocidad de los contagios, se volverá al lockdown.
Más adelante, Alemania y Paraguay también tendrán que afrontar los costos económicos de estos logros sanitarios, pues el mayor orden fiscal –en comparación con otros países de sus respectivas regiones– les ha permitido dar una respuesta a los sectores con menos “espalda” para soportar la cuarentena, pero deberán encontrar una salida a lo que a todas luces será un menor margen para la inversión en áreas como la infraestructura.
La comparación que sí duele es el deterioro de la calidad de vida que resultará de la situación de emergencia, así como los niveles de pánico a los que llegó la población cuando vio su salud severamente arriesgada. Es momento de que en Paraguay empecemos a avanzar también en programas sociales y de mayor equidad tributaria para que las respuestas a próximas amenazas mundiales –que de seguro las habrá– vayan siendo menos dolorosas.