La globalización acarrea sus inconvenientes y todo se dispara al instante, mientras resurgen señales y hasta signos concretos de peligro nuclear.
En esta parte del mundo solo queda mirar con resignación cómo los valores del mercado internacional elevan los precios del petróleo y sus derivados, además de los insumos fundamentales (fertilizantes y otros) y de productos fundamentales para el desarrollo de industrias y comercio en el mundo; consecuencia lógica de una conflagración que obliga a cerrar grifos y válvulas, como proyección hacia los escenarios económico y financiero, donde también se combate.
Frente a la complejidad para conseguir insumos que muevan la producción (enfoquémonos primordialmente en las fuentes de energía), Paraguay tropieza con la triste y atávica realidad de importar carburantes, es decir, combustibles fósiles para generar dinamismo en el engranaje y sujetos a los vaivenes e incertidumbre que se generan con la volatilidad de precios, con la mano de empresarios especuladores también puesta en el mango de la sartén. Consecuencia: el usuario que carga su tanque debe resignarse a las “leyes del mercado”, sin chistar y viendo cómo su bolsillo se desangra paulatinamente.
Al no contar el país con un plan serio que determine la variación y tránsito hacia el uso de energías renovables, más amigables con el ambiente, notamos que aún hay mucho margen en la temporalidad en que se seguirá dependiendo de los derivados del crudo para movilizar el parque automotor y otras industrias, beneficiando a unos pocos en el sector privado, y retroalimentando los manejos poco claros en las finanzas de la petrolera estatal, que también hace su juego macabro al respecto.
La variable de aprovechar la energía que emana de Itaipú y Yacyretá para expandir opciones más limpias en torno a fuentes de energía, es todavía una quimera, porque hay poca voluntad política de encarar ese proceso. No solo recursos financieros se necesitan para alcanzar tal fin: hay que formular además planes serios a largo plazo, estrategias de desarrollo, análisis de factibilidad e involucramiento de los sectores público, privado, academia y sociedad civil, para perfilar un proyecto holístico, que beneficie a la mayoría.
Cuando ya estamos a pasos de la revisión del Anexo C de Itaipú, tiempo en que Paraguay debería conseguir mayores beneficios para la instalación de electrointensivas y brindar al territorio mejor calidad de energía eléctrica, no solo para mayor uso domiciliario, sino como fuente de energía para la movilidad de todo tipo de rodados, solo se nota en el ámbito oficial poca claridad en torno a qué pedirá o exigirá al Gobierno brasileño, cuando se sienten a negociar.
A la par, la batalla contra la inflación es enarbolada por todo el mundo; y a nivel local se perfila un nivel mayor al 8% para el cierre de este año, histórico y sin parangón, a no ser algunos periodos de la década del 2000, en que incluso llegó a los dos dígitos.
Se impone el ajuste de cinturones, pero esta acción suele recaer siempre en el sector privado, ya que los mecanismos aceitados del Gobierno siguen permitiendo maquiavélicamente los aumentos indiscriminados a sectores del funcionariado que ejercen presión certera y logran, en general, sus propósitos. Ni hablar de las sobrefacturaciones y licitaciones amañadas, que aún sobrevuelan en las estructuras del Estado.
Ciertamente, el aroma de la pólvora se impregna en otro hemisferio, a miles de kilómetros; pero la guerra local –que deriva del cóctel pospandémico– genera bolsillos casi vencidos ante el ataque inflacionario, ante la mafia empresarial que especula y, finalmente, ante la desidia de un Estado que no protege como corresponde al consumidor final.