Corría el año 2008. Pablo, un fotógrafo que se desempeñaba como freelancer, estudiaba en Buenos Aires, en la Asociación de Reporteros Gráficos. En una tarde de junio, se acercó a la Plaza Miserere, donde Jorge Bergoglio, entonces arzobispo de esa ciudad, celebraba la misa de Corpus Christi.
“En ese momento, su discurso, su presencia, tenía un contenido político fuerte”, recordó el fotógrafo Pablo Leguizamón, a Martina Sehmsdorf, periodista del medio argentino Río Negro.
Allí, Leguizamón se encontró con otros fotógrafos y las imágenes captadas en el lugar no se trataban por lo tanto de algo exclusivo.
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Al finalizar la celebración, Bergoglio abandonó el escenario y Pablo lo siguió con la mirada, a la espera de que el arzobispo, escoltado, abordara un vehículo oficial para retirarse del lugar.
Sin embargo, grande fue la sorpresa del fotógrafo cuando divisó que el futuro papa Francisco empezó a caminar unas cuadras y luego descendió al ingreso del subte. “Eso me llamó la atención”, recordó.
Pablo decidió seguir a Bergoglio. “Lo corrí por una cuestión instintiva. Había algo que me llamaba a hacer las imágenes, porque no era común ver un tipo de esas características metido dentro de un subte”, comentó.
El arzobispo abordó la línea A, que correspondía al subte más viejo, con asientos de madera. “Tenía esa característica que de repente entre estaciones se cortaba la luz y después volvía. Una cosa media entre terrorífica y viaje en el tiempo”, describió Pablo.
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En movimiento, con escasa luz y una cámara en manos, Pablo se ubicó frente a Bergoglio y luego de mirarlo, sin pensar, oprimió el obturador.
Logró sacar varias fotos, algunas movidas, saturadas o con ruidos. En algunas de las imágenes, el arzobispo miraba a su acompañante y al alto. Entre estas fotografías, se encontraba la que luego se volvería la que hoy se conoce como “viral”.
En la imagen, se ve a Bergoglio sentado, de frente, con la típica vestimenta de sacerdote y un tapado abierto, por donde ingresa su mano que reposa sobre el pecho. La mirada la tenía elevada y una expresión serena en el rostro. En su entorno aparecen los demás pasajeros, muy distintos entre sí y cada uno con la mirada en una determinada dirección.
“Ese ángulo le da como importancia. Es un ángulo de la fotografía que logra que la imagen de una persona tenga un carácter así, épico. Medio napoleónico”, consideró el fotógrafo, que relató además que imaginó que alguien iba a intervenir e impedir que fotografíe al arzobispo. “El tipo mantenía esa vida austera, cercana a la gente”, agregó.
Pablo llegó a ofrecer a varios medios la fotografía, pero ninguno la quiso. “Importaba más la imagen en la plaza”, le argumentaron. Sin embargo, conservó la foto y la dejó guardada.
Cinco años después, en el 2013, Jorge Bergoglio fue elegido como papa y un amigo contactó con Pablo y le recordó sobre la fotografía.
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“Vos tenés una imagen. ¿Por qué no tratás de moverla?”, le dijo su amigo y Pablo, que enfrentaba un mal momento económico y estaba desilusionado con la profesión de fotógrafo, decidió intentarlo y la fotografía se volvió noticia.
Medios nacionales, como La Nación, e internacionales, como el New York Times y El País, e incluso National Geographic, utilizaron la imagen. “La terminé vendiendo a una agencia internacional de las más conocidas”, recordó.
Desde entonces, la foto cada tanto reaparece en medios y en las redes sociales sobre todo. Esta última vez, en razón de la partida de Francisco.
Pablo comentó al medio argentino Río Negro que considera que el valor de la imagen no pasa solo por el personaje, sino por la historia que cuenta y lo que se demuestra, y que además la fotografía sirve como documento.
“Si en el futuro se cuestiona que él no era tan así, que no viajaba en subte y más, entonces la foto funciona para demostrar que sí, que se dio la situación, que no fue construida”, acotó.