31 ene. 2025

La historia enseña... pero preferimos ignorarla

La historia del Paraguay es un vivero de lecciones que todavía pautan nuestra vida presente. De muchas maneras. Hechos que se proyectan hasta nuestros días sin que los tengamos siquiera en cuenta; al punto que se reiteran en algunas ocasiones con las mismas características que en el pasado marcaron con sangre y fuego la vida de nuestros conciudadanos. Todavía en tiempos recientes, se nos hablaba por ejemplo, sobre “la paz y la concordia que goza la República” sin que supiéramos –ni nos explicaran– los motivos de tanta devoción a la paz.

Algunos de esos hechos de infeliz recordación en estas fechas de enero sucedieron durante los primeros gobiernos liberales cuando finalizara la hegemonía de “los soldados de López”, como fueran catalogados en su momento a los regímenes colorados.

Especialmente cuando tras cuatro meses de enfrentamientos armados desde agosto de 1904, pudo llegarse a la paz mediante un acuerdo gestado con la intermediación de argentinos y brasileños. Como siempre. Se trataba del Pacto del Pilcomayo, del 12 de diciembre de aquel año, con el que pudo garantizarse una transición pacífica de gobiernos colorados a liberales. Aún a pesar de la enconada resistencia del sector Radical de los azules.

Los motivos esgrimidos para sostener la irreductible posición de este sector, constan en el discurso de uno de sus líderes, el señor Manuel Gondra, y cuyos fundamentos se conservan en una copia taquigráfica:

“En este país no hay moral política, no hay sanción pública; hoy nos codeamos con aquellos que ayer más nos han ofendido... Para que la revolución sea eficaz y sirva de lección para el porvenir debe ser una revolución justiciera que castigue los crímenes y delitos del pasado... Una revolución se hace, como es sabido, a costa de sangre; solamente nuestra revolución hasta ahora no es sangrienta, de manera que hasta por ese lado el sentimentalismo puede dejarse aparte”.

La pretensión del sector Radical del partido era entrar “a sangre y fuego” en Asunción. Postura que afortunadamente no fue materializada. Y aquel “Acuerdo...” fue aceptado como lo concibieron sus redactores... “aunque a regañadientes por parte de los radicales”, según lo señaló el compatriota Helio Vera en un trabajo publicado sobre el tema.

Iniciado el “sistema liberal”, no se manifestó, sin embargo, ninguna situación de hostilidad o violencia con el Partido Colorado saliente. Sí las hubo entre representantes del mismo partido, ahora ya en el Gobierno. Tanto que en los primeros ocho años de hegemonía, desde 1904 hasta 1908, alternaron en “el sillón de López” nueve presidentes y una Junta de Gobierno. Un total de 10 titulares en el Poder Ejecutivo (ocho liberales, un colorado y una Junta de Gobierno), que no llegaron a cumplir –cada uno de ellos– siquiera un año de ejercicio en promedio. Y llegados a 1912, cuatro mandatarios ocuparon la Primera Magistratura del País.

Y fue Manuel Gondra el que propugnaba que las revoluciones se gestaban “a costa de sangre”, quien dejó el cargo en dos ocasiones, en 1910 y en 1920, apenas al iniciarse esos mandatos. No se conocen las razones profundas que motivaran estas renuncias, pero la común alegación era la de “evitar que se derramara sangre de paraguayos”.

Si fuéramos conscientes de nuestros actos... mejor dicho: Si los líderes políticos fueran conscientes de sus actos, comprenderían que no se gestan gobiernos ni instituciones cuando cualquier empenachado de alguna grey partidaria puede hacerse del poder evitando que una República consolide hábitos de convivencia democrática.

Porque de paso, las claudicaciones como las de Gondra (hubo otros semejantes, antes y después) y además del derramamiento de sangre de miles de paraguayos en ambas ocasiones, dejaron otras lecciones funestas:

* Falta de respeto a las instituciones de la República y a los códigos democráticos.

* Falta de la necesaria continuidad en las obras de gobierno. Porque cada forzado cambio, significaba una renovación completa de todo el plantel.

* La diáspora de millares de nuestros compatriotas que con cada cambio, en esos momentos y en otros que se repitieron a lo largo del siglo pasado, tuvieron que emigrar del país.

Porque cada golpe de Estado, cada cambio de Gabinete, significaban una ruptura de la sociedad; además de una discapacidad operativa del Estado para ejercer ninguna tarea de Gobierno. Para concretar planes o proyectos.

Y fundamentalmente:

La decepción que producía en la ciudadanía y en los medios políticos en general, la claudicación de los supuestamente “mejores”. De aquellos que dotados de saberes superiores sobre el medio normal, de los que fueran aureolados de conocimientos, de quienes se presumía alguna solvencia intelectual y moral, que no se pusieron a la altura de sus responsabilidades y “se arrugaron” ante el primer “cháke” de los audaces.

Hasta más o menos, ayer.

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