La depresión de Perico aumentó ante la imposibilidad de volar. La familia López, que lo acogió, pensó que se iba a recuperar e inclusive los hijos menores soñaban con que alguna vez vuelva a caminar con piernas artificiales. Pero no, el stress que le había diagnosticado un veterinario, lo superó.
Su historia había conmovido primero a los vecinos del barrio y luego de cientos de personas, cuando su caso fue publicado por primera vez en Última Hora. El loro que se comió sus patas...
Ángel, quien se encargaba de alimentar al loro, no quiso conversar sobre la muerte de “Peri” y decidió pasar el tubo del teléfono a su madre, la señora Graciela. Ella nos contó los últimos días de vida del loro, quien en vida, era un gran parlanchín.
“Perico, por su enfermedad, ya no quería comer nada, estaba más depresivo, no hablaba más, no contaba, nada hacía ni quería...”, lamentó.
El veterinario había advertido sobre lo que podía ocurrir. Le había diagnosticado un stress agudo, lo que lo llevaba a la depresión, por lo que se comía las alas y hasta las patas. Los niños se resistieron a que fuera sacrificado, pero no había otra salida.
Graciela siguió dando detalles: “Finalmente se le tuvo que aplicar una inyección para que descansara en paz”. Perico López fue enterrado en el patio de la casa donde lo cuidaban y hasta donde un día llegó desde el Chaco.
Al loro le gustaba bailar cachaca y cuando escuchaba el programa de Laura en América se alborotaba. Hoy los hijos menores de la familia, Ariel y Ángel, no quieren recordar esos momentos, porque les invade la tristeza.
REGALO DE CUMPLEAÑOS. “Peri”, como le llamaban sus dueños, llegó a Villa Hayes hace más de un año y medio. Fue traído desde el fondo del Chaco paraguayo por un tío de la familia, quien regaló el loro a su sobrino Ariel, en el día de sus cumpleaños.
LA TRAGEDIA. En la primera historia publicada de Perico, sus dueños habían contado que la tragedia llegó cuando estaba colgado de la rama de un árbol. Un viento fuerte sopló y lo echó sobre unas piedras. La caída lo dejó con serias complicaciones de movilidad. El veterinario que lo atendió le puso yeso a su pie izquierdo para que se recuperara, pero de nada sirvió.
Pasaron los días y el loro no podía caminar. Estuvo por más de un mes en terapia. Eso lo llevó de a poco a la depresión, según el veterinario. Ya ni sentía dolor. El ave empezó a comerse las alas, luego las uñas y, después, las patas.
Los niños que lo cuidaban soñaban con que alguna vez Perico López caminara de vuelta. Ya no querían verlo desplazarse con el pico en medio de la caja donde pasaba sus días. “Queremos que tenga piernas artificiales alguna vez”, habían dicho. No pudieron cumplir su sueño...