“En el año 1995 se publicó Cuentos del fútbol, libro que incluía textos de algunos de los astros más fulgurantes de la narrativa hispanoamericana. Augusto Roa Bastos tenía ganada la titularidad en una selección de clase mundial como esa. Nuestro Premio Cervantes aportó a la colección su único cuento de tema futbolístico: El Crack. La historia de Goyo Luna, el talentoso y entrañable jugador de fútbol, querido por todos y que aprendió a superar sus limitaciones, ahora salta al campo de juego de la historieta y se convierte así en otro grito de gol para esta colección”, dice la presentación del material.
Goyo era de baja estatura, 1,60, a gatas, algo patizambo y chueco. Sobre todo del pie izquierdo que lo tenía muy torcido hacia adentro. Esto, que podía constituir un inconveniente serio para un puntero izquierdo, a Goyo no le molestaba en absoluto. Al contrario, ese defecto era su orgullo, el instrumento que le había convertido en el mejor futbolista del país.
Su padre, Peter Schoerner, era dueño de un circo que recorrió toda América Latina, y su madre, María Luna, trabajaba como trapecista. Un día tuvo un accidente, salvándose de puro milagro, pero Goyo, de quien ella se hallaba encinta, sufrió las consecuencias. Nació paralítico y deforme. Ambos vendieron el circo con los elefantes y las fieras a un parque de atracciones de la capital y se dedicaron por entero al cuidado y rehabilitación del hijo minusválido.
Desde los dos años, Peter Schoerner empezó a enseñar su arte al hijo, con tan buena fortuna que Goyo no solo recuperó la normalidad de sus movimientos sino que ganó otros. Rivalizaba con su padre en los ejercicios más difíciles y fue así que la pelota se convirtió en una extensión más de su cuerpo.