Por Jesús Montero Tirado
El nacimiento de Jesús de Nazaret en Belén, en condiciones de marginación y pobreza inhumanas, nos revela, paradójicamente, la ilimitada capacidad potencial de la naturaleza humana. Ese niño recién nacido acunado en un pesebre nos demuestra que nuestra débil naturaleza puede encarnar a Dios.
Lo inverosímil y misterioso se concentran en la ternura de Jesús.
Una joven virgen, escondida en un rincón del mundo, de donde “nada bueno podía salir” es la privilegiada madre, profundamente humana, capaz de encarnar al Hijo Unigénito de Dios, por “obra y gracia del Espíritu Santo”.
La primera noche de Navidad, hace 2022 años, se abrió la fuente más fecunda del optimismo humano: nuestra naturaleza humana es tan maravillosa que es capaz de encarnar a Dios.
Desafiante mensaje para todos los educadores: padres y profesionales de la educación. El autor del Génesis, siglos antes del nacimiento de Jesús, nos reveló que los humanos no somos como los demás seres conocidos de la creación.
Nosotros hemos sido creados “a imagen y semejanza de Dios” (Gén. 1,26). Mensaje que no puede olvidar ningún educador, porque todo educador está comprometido con el desarrollo de todas las dimensiones, potencialidades y capacidades de los hijos y educandos.
Todo plan que cierra las fronteras de nuestra naturaleza, reduciendo la educación a los aprendizajes de conocimientos, es deshumanizante, desprecia nuestras sublimes posibilidades.
La visión que Jesús tiene de la naturaleza humana y sus potencialidades va mucho más lejos que la visión del autor del Génesis. Su aguda inteligencia y su sabiduría descubrieron los valores y potencialidades, ocultas y admirables, del ser humano.
Según Jesús, nuestra inteligencia puede desarrollarse hasta la más profunda sabiduría, si nos abrimos a los dones del Espíritu Santo y llegar a tener pensamientos como los pensamientos de Dios; nuestra afectividad puede amar como él; podemos producir el ciento por uno, como el grano de trigo. Jesús espera que “seamos perfectos, como el Padre celestial es perfecto”.
Espiritualmente podemos encarnar a Jesús amando como él, pensando como él, actuando como él, dando la “buena noticia” y trabajando por el Reino de Dios como él.
Y así podremos decir como san Pablo: “Vivo yo, no yo, es Cristo quien vive en mí”.
Podemos albergar a Dios. Jesús dijo: “Al que me ama, mi Padre lo amará, y el Padre y yo vendremos y haremos morada en él”. La posibilidad de compenetración con Jesús es recíproca en la eucaristía: “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn. 6,52).
Jesús nos convoca a vivir ya un modelo de sociedad que, por el vínculo del amor, amando como él, lleguemos a “ser uno, como el Padre y él son uno”.
El optimismo antropológico de Jesús es inefable. Jamás nadie ha podido descubrir tantas potencialidades, tan trascendentales en nuestra naturaleza humana.
El impresionante concepto sobre las posibilidades de crecimiento y desarrollo del ser humano que tiene Jesús, es un emocionante desafío para todos, pero sobre todo para los padres de familia y los educadores profesionales.
Jesús y su Espíritu nos dan alas para poder volar hasta la intimidad de Dios.