14 oct. 2024

La Iglesia que fundó Jesucristo

En repetidas ocasiones me he preguntado por qué Jesucristo no incluyó en su Última Cena de Pascua y despedida a María, su Madre.

Igualmente, me pregunto por qué no invitó a la Cena, para despedirse, al pequeño grupo de mujeres “que le ayudaban y acompañaban a todas partes” (Lc 8,1ss).

He meditado pidiendo luz a Dios para conocer por qué Jesús actuó así.

Es evidente que Jesús quería estar a solas con sus apóstoles para organizar con ellos la constitución y fundación de lo que muy pronto se llamó Iglesia.

Entre ellos ya había descubierto que Dios Padre había elegido a Pedro para que lo tomara como “la piedra sobre la que construir la Iglesia”.

Consagró a los once (excluyendo a Judas que lo traicionó), dándoles el máximo nivel en el orden sacerdotal.

Les aseguró que, por su mediación, Dios Padre les enviaría el Espíritu Santo, que será su Abogado ante los tribunales cuando les persigan, y les recordará todo lo que él había hecho y les había dicho.

Les pasó la misión que él recibió del Padre: “Como el Padre me envió, yo os envío a vosotros” para instalar el Reino de Dios en todas las naciones.

Les confía su oficio de Buen Pastor para que en su pastoral guíen, alimenten, protejan de los lobos con piel de oveja y enseñen a amar como él ama, porque en eso se conocerá que somos sus discípulos. Puso en sus manos los sacramentos; en esa misma Cena, con toda solemnidad y emoción creó la Eucaristía y el sacerdocio.

Dicho brevemente, a ellos y solamente a ellos les dio la responsabilidad, la autoridad y los poderes sagrados de gobernar como jerarquía la Iglesia, con el Primado de Pedro, o sea, servir a los que crean en él por medio de la palabra y testimonio de ellos, dirigiéndolos para que tengan “Vida eterna”, que “consiste en que conozcan a Dios Padre y a su enviado Jesucristo” (Jn. 17,3).

Efectivamente, los once apóstoles recibieron el Espíritu Santo en Jerusalén el día de Pentecostés (Hech. 2) y ahí la Iglesia fundada por Cristo, con los once apóstoles, llenos del Espíritu Santo, nace a la luz del mundo, ante los judíos presentes, venidos de diversos países, y Pedro, acompañado por los otros diez, a las nueve de la mañana, hizo la primera presentación pública de la Iglesia.

Muy pronto los apóstoles comprendieron que debían elegir un apóstol más para ocupar el puesto de Judas y completar los doce, Lo hicieron eligiendo a Matías (Hech. 1,12-26). Con esto confirmaban su fidelidad a los poderes sagrados y la responsabilidad que Jesús les confió.

No cabe duda de que Jesús no quiso incluir a las mujeres en la responsabilidad jerárquica de la Iglesia ni en la del servicio del sacerdocio, pero no porque desconociera sus valores y capacidades, sino porque no es voluntad de Dios.

Jesús privilegió a las mujeres nada menos que el acontecimiento trascendental de su resurrección, apareciéndose a ellas, empezando por María de Magdala, y confiándoles el encargo de dar la noticia a sus apóstoles.

Las mujeres tienen en la Iglesia de Cristo roles vitales. Sin contar el definitivo y divino rol de María de Nazaret, la Santísima Virgen Madre de Jesús, en la historia de la Iglesia contamos con incontables mujeres ejemplares y extraordinarias. Basta recordar a Santa Teresa de Calcuta y su rol de maestra del amor, enseñándonos a amar como ama Jesús, y a Santa Teresa de Jesús de Ávila, Doctora Mística de la Iglesia, que lleva seis siglos enseñándonos a convivir con Dios en las moradas del “Castillo interior” del alma.

Cualquier modelo de Iglesia que no respete la naturaleza y estructuras de la Iglesia que fundó Cristo, carece de autenticidad cristiana.

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