23 nov. 2024

La insoportable fragilidad del ser

Descreo de los cielos e infiernos eternos como merecimiento por nuestro comportamiento terrenal. Entiendo que si la Justicia (señora reputada con inconfesables desvaríos y promiscuidades descaradas) funcionase es en esta celeste roca giratoria en donde deberíamos pagar por nuestras fallas

Y no mediante la falacia del karma sino por el imperio de las leyes que, si bien imperfectas, son la garantía consensuada de que nuestros actos tienen consecuencias, aunque más no sea de forma preventiva, para evitar que nos matemos como energúmenos y que esta frágil e incierta vida humana tenga algo de valor.

Descreo también de que la vida terrenal deba ser un valle de lágrimas en el que debemos tomar como una bendición todas las maldiciones reales e inventadas que caen sobre nuestras cabezas, con la peregrina promesa de que nos están poniendo a prueba seres o entidades inciertas para regalarnos luego eternidades improbables de bendiciones. Repudio el masoquismo con delirios trascendentales. Celebro la vida, el milagro de respirar, la fascinante experiencia de los sentidos, el desafío del desconocimiento y la aventura del descubrimiento. Festejo el amor puro, vibrante y dulce y también terriblemente humano en todas sus expresiones, variantes y sublimaciones. Hago hurras a la lealtad, la amistad, el compañerismo, la empatía, la solidaridad, la resiliencia y el perdón sin resentimiento.

Descreo de que en nuestra vida esté todo escrito por una mano celestial imperenne e incomprensible y que nosotros, como marionetas descocadas o bichos dentro de un terrario de un niño malcriado, solo tenemos que comer, excretar, ocasionalmente fornicar y por último morir cumpliendo los designios sobre los cuales no tenemos arte ni parte. El ser humano es producto de un entramado infinito de otros seres humanos. Nuestros padres nos legan brillanteces y taras (en algunos casos no en proporciones iguales) y el principal cometido es sobreponernos al entorno social en donde nos parieron y superar las taras y dar más brillo a lo brillante que nos legaron; aunque más no sea por el valor de intentarlo, aunque más no sea para dejar una vez más en claro la entrañable tozudez de ser humanos.

Descreo de los que no creen. Descreo de los creyentes resignados a su creencia y ciegos por comodidad o miedo. Descreo de los que no sueñan. Descreo muchas veces de mí, pero me repongo. Para algunos es sinónimo de inteligencia, para otros de flagrante estupidez. Creo que ambos tienen razón.

Descreo de la violencia (la única violencia tolerable es la defensiva). Descreo de la repugnante mano asesina que quita la vida de otro ser humano por razones tan pequeñas como su miseria.

Nadie puede privar a otro de su existencia. Ni el o la que te amó. Ni el que te honró con su odio. Ni el resentido social que cree que sacando los bienes ajenos compensa su fracaso existencial. Ni el ambicioso que quiere labrar su fortuna con sangre. Ni el rico ni el pobre, cada uno por sus razones. Ni los profetas que enarbolan cínicamente dioses o satanes. Menos la Justicia imperfecta y el Estado torpe.

Nadie te tuvo que haber matado, Isamar, para robarte (como planteó tu padre) un miserable auto. Te fallamos Isamar. Te fallamos como sociedad y como humanos.

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