El poblador habla del caudal del río Katari, que hasta hace unos años proveía en abundancia. Cada pescador podía sacar entre tres y cuatro galones repletos de mauri o carachi, peces del lugar. Ahora sus aguas traen pañales, plásticos y baterías. El lago navegable a mayor altura del mundo, protector de civilizaciones antiguas y de un ecosistema único, muere por la contaminación.
La roca del puma
Sagrado para las culturas andinas prehispánicas que habitaron sus costas durante siglos, desde Tiahuanacu al imperio Inca, el lago Titicaca es la puerta por la que miles de turistas llegan a Bolivia, aunque sus leves olas arrastran una bienvenida cada vez más sucia. La roca del puma o puma de piedra, como cuentan que significa su nombre, ya no refleja la nieve de los Andes.
Esta superficie de 8.562 kilómetros cuadrados situada a 3.809 metros de altura, donde las especies han tenido que evolucionar para adaptarse a las condiciones acuáticas en altitud, es un tesoro arqueológico y natural.
La rana gigante es un ejemplo de la exclusividad de su hábitat. Esta especie desarrolló una mayor cantidad de piel por medio de pliegues y arrugas para mejorar su respiración en esas aguas, donde hay un 40% menos de oxígeno.
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Si a esta dificultad geográfica le añadimos la descomposición generada por agentes externos, obtenemos “un lugar inhabitable para los animales”, resume el biólogo Darío Achá, director de la Unidad de Calidad Ambiental de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) de La Paz.
En su lado boliviano, el Titicaca está separado por el estrecho de Tiquina en el lado boliviano, que divide sus aguas en el lago Mayor, (noroeste) y en el Menor (sudeste). La profundidad máxima del lago Mayor es de 250 metros, mientras que la del Menor apenas alcanza los 40 metros, por lo que la incidencia de la contaminación es mayor.
El Titicaca y toda su cuenca, desde el río Desaguadero hasta el lago Poopó, a unos 400 kilómetros al sur, es fundamental para el ecosistema del altiplano norte de Bolivia, mucho más húmedo y de suelos más fértiles.
También es un factor de regulación de la temperatura en la cordillera andina y en urbes como La Paz y su vecina de El Alto, que suman dos de los 11 millones de habitantes que tiene Bolivia. El río Katari, al que se refería el poblador, conduce parte de las aguas residuales de El Alto, Viacha y Laja.
El pesimismo del comunario induce a Acha a decir que, en pocos años, las aguas oscuras, en cuya profundidad se ha asentado una gran masa negra como la de las alcantarillas, llegarán hasta Suriqui, una pequeña isla que sirve de referencia para adentrarse a una de las zonas con más profundidad del sector boliviano del lago.
Infestado por las algas
Ya “no se puede vivir en el lago”, lamenta Alfredo Machicado, pescador desde hace 45 años.
Machicado es miembro de una asociación de 14 pescadores que, en sus mejores momentos, tuvo 60 integrantes. Trabaja en un sector donde el agua se mantiene en el umbral de contaminación y todavía es clara. Optó por permanecer ahí a pesar de obtener pocas capturas, porque a su edad ya le es difícil cambiar de actividad.
“La situación está mal. Las plantas, la totora y la tierra, el agua son sucias, no se puede entender”, añade Max Catari, un balsero de unos 80 años que se dedicó toda su vida a transportar visitantes.
En el trayecto, Catari extrae un poco de totora contaminada, una planta típica del lago, para llevarla a un museo comunal y así mostrar lo que están provocando los residuos urbanos.
Recuerda que hace varios años había tantas ranas como piedras en los alrededores, pero la contaminación provocó que su número disminuyese y que las plantas subacuáticas muriesen.
Parte de las aguas de Cohana están infestadas por algas que han crecido en la superficie. Los comunarios afirman que son plantas “malas”, consecuencia directa de la suciedad.
La totora, útil para alimentar el ganado y para la construcción de balsas, ha crecido hacia el interior del lago, pero está marchita, con sus raíces y tallos podridos.
Las raíces blancas de estas plantas se han vuelto amarillentas o color café, y así no sirven para alimentar ganado, puesto que los animales las rechazan. Tampoco sirven para que los lugareños coman el cogollo, conocido como “chullo”.
Una masa oscura en el fondo
El antecedente más reciente y complejo de contaminación en la bahía de Cohana se produjo en 2015, cuando hubo un “crecimiento vegetal descontrolado” que impactó en gran parte de la vida acuática, recuerda Achá, que realiza investigaciones periódicas de ese sector desde 2012.
Este fenómeno está relacionado con la descarga de aguas contaminantes procedentes de ciudades cercanas, y el resultado es un lento proceso de muerte de las aguas.
La contaminación de Cohana se produjo por exceso de nitrógeno y fósforo, que se encuentran en la orina y las heces humanas que llegan hasta el lago por los alcantarillados.
Esas aguas, al no recibir un tratamiento, “estimulan” el crecimiento de vegetación en la superficie, que afecta a las plantas en el fondo y contribuye a que los niveles de oxígeno de las aguas disminuyan.
La mayoría de los peces puede escapar, pero las ranas no tanto. Algunos estudios muestras poblaciones enteras de esta especie “gravemente afectadas o extintas”, apunta el científico.
Las aguas del Titicaca son el hábitat de distintas especies de aves que se zambullen, como gaviotas, flamencos y patos, con el riesgo de quedar afectadas por la contaminación de un agua que emite gases tóxicos.
“Se ha observado mortandad de aves. Sospechamos que la explicación es que se han liberado grandes cantidades de sulfuro de hidrógeno a la atmósfera”, argumenta.
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Este compuesto procede de una especie de masa oscura que descansa sobre el fondo, de la que emanan gases “neurotóxicos” que incluso se pueden percibir fuera del agua y que son “totalmente letales”.
“No es un proceso inmediato, es algo que viene ocurriendo unos treinta años por lo menos (...) y recién estamos comenzando a ver las consecuencias de ese proceso lento de contaminación”. Lo que ocurrió en 2015 fue “evento aislado”, pero sus efectos se mantienen y “podría llegarse a repetir” en cualquier momento, advierte.
Salvar el lago sagrado
Las acciones por la preservación del Titicaca comenzaron una nueva etapa en 2016, con un encuentro entre los Gobiernos de Bolivia y Perú. Ese mismo año el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) aprobó un préstamo de unos USD 86 millones para contribuir a las labores de limpieza del lago en Bolivia y su afluente, el río Katari.
La financiación se destinó al tratamiento de aguas residuales, la conexión de viviendas al sistema de alcantarillado y la disposición de los residuos sólidos en rellenos sanitarios en la cuenca del Titicaca.
En 2018 comenzó la ampliación de la planta de tratamiento de aguas residuales de Puchukollo, en El Alto, que recibe parte de los desechos de la ciudad y que se construyó hace veinte años, según el Ministerio de Medio Ambiente y Agua de Bolivia.
No obstante, el riesgo de contaminación persiste en todo lugar en el que hay grandes asentamientos humanos, como Huarina, Achacachi, Escoma, Puerto Acosta, poblaciones bolivianas próximas al lago Mayor, incluida Copacabana, uno de los referentes turísticos de Bolivia.
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El director de Medio Ambiente del municipio de Copacabana, Emilio Chino, admite que las poblaciones bolivianas aledañas al Titicaca no tienen plantas de tratamiento de aguas. En su jurisdicción, esta instalación “está en etapa de licitación”.
No obstante, las regiones circundantes al Titicaca de Bolivia y Perú lograron constituir una mancomunidad para mitigar la contaminación del lago sagrado.
El Gobierno de Bolivia, con apoyo de la cooperación internacional –entre ella una partida de USD 115 millones prevista por Francia–, tiene planes para combatir esta amenaza silenciosa.
El Programa de Saneamiento del Lago Titicaca-Cuenca Katari trabaja desde 2016 con gobiernos municipales para la construcción de diez plantas de tratamiento de aguas residuales, que se espera que vayan entrando en funcionamiento hasta 2022.
Las culturas Chiripa, Pucará y Tiahuanacota admiraron la majestuosidad de estas aguas. Cuenta la leyenda que la Inca surgió de la Isla del Sol, la más grande del lago. Más de 2.000 años después, el imponente Titicaca espera una solución que preserve su legado pleno de naturaleza y mitología.