La lógica de toda evolución se centra en superaciones constantes y análisis sobre lo que benefició o perjudicó a las sociedades, de tal forma a no repetir modelos o paradigmas dañinos al entramado social, como lo fueron, por ejemplo, las dictaduras latinoamericanas y sus nefastas consecuencias para la vida en comunidad.
La retrospección, el revisionismo histórico y la calibración que puedan surgir tras el interés en cotejar aquellos años desde la mirada actual, conforman un sano ejercicio de memoria, para exponer a las nuevas generaciones de qué manera la atrocidad de gobernantes y del poder real calaron hondo en la cultura misma, y cómo las voces disidentes fueron acalladas mediante la tortura, desaparición y muerte, con el fin de perpetuar una hegemonía totalitaria.
Para suerte de quienes no olvidan, el arte se convierte en certero baluarte que nos proyecta de nuevo hacia aquellos tiempos y presenta una visión del gran pozo y la larga noche en que cayeron las instituciones en manos de déspotas, quienes llevaron el estándar de las botas a empotrarse en el poder e imprimieron verticalismo atroz a toda la sociedad.
El impacto que pueden generar creaciones artísticas en todos los niveles, además de la academia en su vertiente de análisis histórico y los debates que se pudieran generar para interpretar mejor lo acontecido, deben llegar indefectiblemente a todos los rincones; más aún cuando la notoriedad alcanza ribetes internacionales, como la reciente premiación con un Oscar al filme brasileño Aún estoy aquí , de Walter Salles, una producción de drama biográfico político.
Es la historia de una familia de Río de Janeiro, cuyo padre –un ex legislador del Partido Laborista Brasileño– incursiona en tareas clandestinas en ayuda de líderes que están siendo reprimidos a inicios de los años 70, en plena dictadura brasileña. Su detención y la posterior angustia de su esposa en su búsqueda, en tanto que también es interrogada por doce días, construye la trama de desazón e incertidumbre, en el marco de represiones y silenciamientos.
La lucha se yergue ya desde la perspectiva de la mujer, extraordinariamente interpretada por Fernanda Torres (la misma que en 1991 había encarnado a la hermana de Joelito Filártiga, asesinado por la dictadura stronista, en la película La guerra de un solo hombre y donde Anthony Hopkins interpretó al doctor Joel Filártiga). Torres es Eunice Paiva, quien defiende a su familia del atosigamiento estatal, mientras busca al marido desaparecido por el régimen. El drama de ficción recrea hechos reales de aquel tiempo, casi en su totalidad.
A esta muestra de sano revisionismo, agreguemos la excelente producción Argentina 1985 , de Santiago Mitre (2022), que relata el caso real de la tarea del fiscal Julio César Strassera y su equipo, en el célebre Juicio a las Juntas, que habían instalado un régimen de terrorismo de Estado con miles de desaparecidos y torturados durante la última dictadura que gobernó Argentina, desde 1976 hasta 1983.
Y brindemos, por qué no, la guinda de la torta, con el reciente documental paraguayo Bajo las banderas, el sol , dirigido por Juanjo Pereira y basado en 80 horas de material fílmico y archivos encontrados en diferentes países del mundo en épocas de la dictadura de Alfredo Stroessner.
Desde el séptimo arte se busca así dar un sentido a la memoria, para que no regresen más aquellos tiempos oscuros, ya que las amenazas de retroceso continúan latentes con señales brindadas por algunos gobiernos actuales de la región, que siguen queriendo homogeneizar el pensamiento y acallar las voces críticas.