Un lado y otro se encontraron en el aeropuerto de Miami, donde un ignoto Arturo Gómez, funcionario a cargo del diputado Rodrigo Gamarra, reclamó al funcionario de la Embajada paraguaya por qué atendía primero a Amarilla y no a los colorados. Por supuesto que tanto el desconocido Gómez como el poquísimo conocido Gamarra pertenecen al cartismo.
El funcionario ni siquiera fue apercibido hasta donde se sabe. Al arribar al país, la delegación fiestera tuvo un trato preferencial en el aeropuerto cual realeza kelembu. Los demás simples mortales desde su fila miraban indignados.
La prepotencia, el atropello y la bravuconada siempre fueron características de varios de los integrantes del cartismo.
Cuando retomaron el poder, ya con mayoría absoluta dieron vía libre a las riendas del nada disimulado autoritarismo.
Así se ha visto en el Parlamento, donde aprueban controvertida leyes, cerrando micrófonos, cortando listas de oradores e imponiendo la ley del mbarete a diestra y siniestra.
No solo desde la imposición de normativas está presente la altanería. También desde los mismos legisladores que intentan agredir al periodismo o le quitan el dedo del medio a la democracia.
O desde una cartera ministerial cuando el propio titular amenaza a un productor o amenaza con expulsión a estudiantes por su sexualidad diferente.
Es así que asistimos diariamente a un desfile de bueyes cornetas que se creen becerros dorados aguardando su cuota de adulonería y succión diaria de medias.
En un contexto como el que vive actualmente Paraguay, estamos observando cómo el poder está siendo ejercido con muestras de soberbia y embrutecimiento.
Ello va desde el más alto funcionario, quien no acepta escuchar críticas a su gestión, viendo fantasmas por todas partes.
Antes que enfrentar la realidad, decide distorsionarla a su favor. Es así que elige leer sus diarios, escuchar sus radios, ver sus canales de televisión y regodearse con los oompa loompas de holdings y redes sociales.
No cree que el juicio sobre sus labores esté entre los hombres, sino ante una entidad imaginaria suprema que resulta ser la excusa para seguir abusando de su posición privilegiada y seguir repartiendo privilegios entre su parentela y leales oportunistas.
Estos últimos resultan ser como la fuerza de choque, los que están dispuestos a atropellar todo con tal de defender al supremo sostenido por lealtades de barro. Tal como el funcionario mencionado a inicio de estas líneas.
Erróneamente estos sujetos suelen ser comparados con cavernícolas. Recordemos que los primeros habitantes descubrieron el fuego y la utilidad de dar forma redonda a un objeto. Ergo, sí le dieron un aporte a la historia de la humanidad.
En el lunfardo rioplatense la cocaína es denominada merca y su consumidor merquero. Cuando este busca su dosis, se muestra acelerado, alterado, exaltado, dispuesto a llevarse el mundo por delante.
La merca del poder produce un comportamiento casi similar. No importa quiénes intenten interponerse. La aplanadora seguirá funcionando mientras llegue el combustible desde la meca de los mandatos.
Pero tarde o temprano, el efecto de la dosis terminará. Veremos entonces cómo reaccionarán ante el síndrome de abstinencia y la soledad.