Por: Carlos Darío Torres.
Fotos: Fernando Franceschelli.
Se yergue en un rincón del río Paraguay. La maciza estructura natural de arenisca roja, de una veintena de metros de altura, no cobija a la Lorelei, que atraía a los desprevenidos hacia las rocas escondidas bajo la superficie del Rin, para hacer zozobrar sus embarcaciones. Pero Ita Pytã Punta tiene su propio hechizo. No necesita de las tonadas tristes de la sirena germánica para develar sus encantos.
La “punta de piedra roja” es un acantilado que constituye un lugar elegido para solazarse con el paisaje que conforman el río y el occidente del país, observar el lento discurrir de la vía y de los barcos, canoas y barcazas que se desplazan aguas arriba o abajo, transportando hombres y mercaderías. Y cuando llega el crepúsculo, se puede ver cómo los rayos de fuego se van apagando contra el horizonte infinito del Chaco.
Un puesto de observación privilegiado, como también lo son quienes pueden disfrutar del espectáculo desde el mirador construido a principios del año 2000. Pero la ensoñación que la vista produce desaparece abruptamente cuando los sentidos captan que ese lugar mágico es también un depósito de basura y –hasta hace poco– un peligro para los visitantes, por la posibilidad de que la tierra firme deje de serlo y se trague a algún turista desaprensivo.
El boquete que antes amenazaba a los paseantes ya no está a la vista, pero los carteles de advertencia sí, recordando que el lugar todavía sigue siendo peligroso y que la posibilidad de un derrumbe o un desmoronamiento, sobre todo después de lluvias copiosas, no ha desaparecido del todo.
Barrio alto
Ita Pytã Punta es también el nombre que recibe el barrio que rodea el acantilado, como un bocado de territorio arrancado a San Antonio y Sajonia. Según la Dirección General de Estadística, Encuestas y Censos (Dgeec), es el más densamente poblado de la capital, con 11.419 habitantes por kilómetro cuadrado, según datos de 2002.
Probablemente hoy sean más los que moran en ese pedazo de la capital. O tal vez sean menos, porque, cuentan, mucha gente abandonó el barrio. Óscar Francisco Gutiérrez tiene 51 años de edad y más de 45 de ellos los lleva viviendo en Itá Pytã Punta. Conoce el barrio desde antes de que construyeran el mirador. “Solo había viviendas, gente humilde. A muchas familias se les indemnizó y se fueron, pero muchos de los que se quedaron lo hicieron por la avanzada edad”, relata.
Son los vecinos quienes actualmente se encargan de darle al mirador un mínimo cuidado, porque ellos también podrían ser víctimas de algún desastre natural que se cobre un alto precio en vidas y daños materiales. Las quejas contra las autoridades comunales no tienen color partidario, porque aseguran que todas las administraciones tienen sus cuentas asentadas en la columna del debe, sin distinción.
“Tapamos el agujero porque nosotros venimos y pescamos acá. Colaboramos entre nosotros e hicimos el trabajo. Ahí debajo (señala el lugar) hay una chapa y le pusimos cemento. Allá también (muestra otra esquina del mirador) quedó el trabajo inconcluso. La Municipalidad sacó los baldosones y no volvieron a ponerlos. Con las bolsas de cemento cargadas de arena hicieron pilares”, cuenta.
Hay calles estrechas que desembocan en el mirador. Son los vasos comunicantes del barrio, cuyo fluido vital son los habitantes. Ellos se dan a la tarea de limpieza del sitio, pero –al mismo tiempo y contradictoriamente– son también las personas de los alrededores, cuando no los visitantes, quienes arrojan sus desperdicios en el vertedero en el que se convirtieron las laderas escarpadas y la base del peñón.
“La gente viene y tira su basura porque nadie tiene un basurero y porque no entran los recolectores municipales”, se lamenta Gutiérrez. Su descargo es corroborado por Rodolfo Filippini, presidente de la comisión Ita Pytã Punta, quien se queja de que la Comuna capitalina ha hecho caso omiso, hasta ahora, al pedido de instalación de contenedores de basura, donde los vecinos puedan depositar sus desechos.
“Hace alrededor de un año que hicimos la solicitud. Queremos que instalen dos contenedores con tapa sobre doctor Montero y otros dos sobre Guillermo Arias, para que la gente deposite ahí sus desperdicios. Pero también viene gente de afuera del barrio, motocarros, carritos, que tiran acá su basura”, dice Filippini.
Da pena observar el estado de abandono del sitio. Y causa temor aventurarse a bajar por la empinada escalera que lleva a la base del risco, cuyas gradas caen casi verticales hasta el fondo. La falta de barandas para sujetarse amenaza con convertir el menor traspié en una dolorosa experiencia o, con menos suerte, en un paso al más allá.
Una vez en la pequeña playa, el espectáculo se degrada con cada bolsa de plástico llena de desechos y cada desperdicio arrojado desde el mirador. Las paredes de arenisca están cubiertas de inscripciones. Pero no son runas ni el testimonio de alguna escritura rudimentaria de los pueblos originarios. Son recordatorios de la presencia de seres humanos modernos, con ganas de dejar asentado que fulano “estuvo aquí”.
Pinta bien
El barrio Ita Pytã Punta y su mirador ofrecen el pintoresquismo que suele adornar esos lugares habitados por almas simples, que viven y se engalanan sin el corsé que impone el “buen gusto” de los pretenciosos de la estética convencional. Como otros barrios asuncenos, donde mora la gente más llana, la decoración es multicolor y los tonos del arcoiris no solo adornan el espacio, sino que también le dan un aire de inclusión que invita a la tolerancia, a la aceptación del diferente.
Pasar una capa de pintura al sitio también es una tarea que se imponen los vecinos, a quienes el dinero no les sobra –todo lo contrario– pero que, aunando esfuerzos y brazos, consiguen los fondos necesarios para encarar los trabajos, amén de la ayuda recibida a través de donaciones de colaboradores desinteresados.
“La vez pasada, unos particulares donaron cinco bolsas de cemento. Ahora estamos esperando reunir fondos para los arreglos. Hacemos polladas, asados, vendemos asadito y así vamos juntando”, revela Gutiérrez.
Al mirador acuden familias, ciclistas y visitantes individuales con ganas de aprovechar la vista que ofrece el lugar. Sin embargo, más allá de las buenas intenciones, los proyectos nunca se concretan y los pedidos hibernan más de una temporada en las oficinas oficiales.
“Muchas veces vinieron a vendernos espejitos, pero ya nadie les cree. Nos enteramos de que hubo muchos proyectos. Nos decían que los domingos los vecinos podían ganar algún dinero ofreciendo comidas a los visitantes, porque aparte de la vista no hay ninguna otra oferta atractiva para convocar a la gente”, añade Filippini.
Los pobladores del lugar tienen ideas para poner en valor el sitio y mejorar la infraestructura. El líder vecinal afirma que, además de solucionar el problema de la basura, la Municipalidad podría ejecutar obras, como un hormigonado de protección, y crear un jardín de cuyo cuidado –Filippini asegura– se encargarían los mismos habitantes del barrio. El vecino agrega que además pretenden instalar un servicio de lanchas para ofrecer paseos por el río, alrededor del peñón, a los interesados en agregar una experiencia diferente a su visita al mirador.
Transporte aéreo
Un ambicioso proyecto elaborado por los estudiantes de Arquitectura de la Universidad Nacional de Asunción, Franco Pinazzo y Rolph Vuyk –merecedor de un premio en el Concurso Universitario de Infraestructura, del Foro Latinoamericano de Infraestructura realizado en Chile– prevé la construcción de un teleférico para unir las ciudades de Nanawa y Asunción.
Una de las terminales estaría ubicada en la localidad chaqueña y la otra en Ita Pytã Punta, lo que significará el reacondicionamiento y hermoseamiento de este punto capitalino, que de esta manera se convertiría no solamente en un lugar atractivo desde el punto de vista turístico, sino que también tendría un valor funcional.
“La idea es hermosear y volver a sacar a flote ese punto tan particular de Asunción”, afirma Pinazzo. Todavía no presentaron el plan a la Municipalidad; en este momento, se encuentran abocados al desarrollo técnico y ejecutivo del anteproyecto.
“Vamos a presentar a la Comuna y al Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones (MOPC); principalmente a esta última institución, porque los costos que implicaría y la posibilidad de ampliar la línea del teleférico tiene que ser a nivel país”, refiere.
La intención de los proyectistas es que este plan sea el puntapié inicial para desarrollar una red de teleféricos, con el fin de crear un sistema de transporte eficiente para Asunción. Pero en el caso específico que involucra al mirador del peñón, Pinazzo destaca que la importancia del proyecto radica en que Nanawa intermedia el comercio entre Clorinda y Asunción.
“La gente que vive en Nanawa está muy arraigada al lugar, son comerciantes que vienen a vender a Asunción y deben transitar tres horas y media por 42 kilómetros de caminos de tierra, cuando Asunción solo está a 3,8 kilómetros. Con el teleférico el viaje no duraría más de 20 minutos”, asevera.
Dentro de las opciones para unir ambas orillas, Pinazzo afirma que el teleférico es el más apto, incluso mejor que un puente, pues no es tan pesado como este. “Un puente conlleva un sistema de fundaciones mucho más pesadas. Pretendemos hacer el teleférico y las torres lo más livianos posible, de manera que no cause ningún daño a ese monumento natural”, agrega el profesional.
Ita Pytã Punta en algún momento fue uno de los lugares más concurridos de la capital. Por eso el plan no es solo instalar estaciones de teleférico, sino a la vez hacer que estas sean catalizadores urbanos, es decir, espacios multifuncionales que pueden albergar distintas actividades que incrementarían el turismo.
Proyecto comunal
Antoliano Benítez, director de Obras de la Municipalidad de Asunción, admite que se necesita la restauración integral del lugar e informa que está en marcha un proyecto que incluye la protección del mirador con una pantalla de hormigón armado, plan cuya ejecución empezaría el año que viene.
“La tosca (material del risco) es una arenisca muy sólida, que permite cortes casi de 90° por su estabilidad. Pero con el tiempo pueden producirse fisuras y entonces hay que proteger ese acantilado. Lo haríamos con una estructura con un espesor de unos 20 centímetros, desde el piso actual hasta el fondo, una altura de entre 20 y 25 metros”, explica.
Consultado sobre si conoce la iniciativa de Pinazzo y Vuyk, Filippini admite que no ha escuchado ninguna referencia, pero no descarta que podría integrarse al plan de la Municipalidad. “Sería interesante unir esa idea con nuestro proyecto”, destaca.
El funcionario aclara, además, que con la obra no se va a afectar ninguna vivienda particular y que el proyecto prevé la incorporación de elementos urbanísticos, de la mano de profesionales de la arquitectura, para que apoyen el plan con sus ideas.
Otro punto a tener en cuenta, según el funcionario, es el de la seguridad, principalmente en el acceso al mirador. Filippini, por su parte, sostiene que el problema de la inseguridad no es particular de esa zona específica y que los habitantes son celosos custodios de su barrio.
El mirador es un lugar desaprovechado, que reclama de las autoridades una mayor atención, tanto en el cuidado estético como en la puesta en valor de este sitio emblemático, que forma parte de la identidad de una ciudad tan ligada al río que le da su nombre al país y también su denominación en guaraní a la capital. Una mirada que no debe perderse.
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Iniciativa joven
-El teleférico costaría USD 35.000.
- La construcción de las estaciones alcanzaría USD 500.000, ya con las cabinas.
- Serán entre tres y cinco cabinas, con una capacidad de 200 personas por hora.
- La torre de Ita Pytã Punta tendría 45 metros de altura y la de Nanawa, 60.
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Idea comunal
- Estructura de hormigón con un espesor de unos 20 centímetros.
- Altura desde el piso actual hasta el fondo, entre 20 y 25 metros.
- Costo: USD 2.500 millones.