Un pantalón chupín que le quedaba algo ajustado fue motivo de risa por un par de buenas semanas. Que si parecía un chorizo mal cargado; que si “nada por delante, nada por detrás"; que un presidente no está para esas tenidas; que no tenía medias; que si nadie pa le asesora en su vestuario.
El otro que estuvo como para escandalizar a Oscar de la Renta fue el fiscal que ahora aparece como una especie de Sherlock Holmes remixado.
La verdad es que ambos sujetos están ejerciendo un derecho constitucional, hasta ahora vedado para muchos que por solo portar cara se van a parar a la comisaría, ya que la policía no entiende bien que toda persona puede formar su propia identidad e imagen (artículo 25 de la Constitución Nacional).
Así que aunque nos hagan reír, todos los que se crean o se sientan auténticos demócratas –el canciller está excluido– deberían defender la libertad de expresión que en este momento está simbolizada en el look algo ridículo de ambos ciudadanos con investiduras o sin investiduras.
Que se vistan como quieran, que se pongan la barba de Fidel, que usen la chomba de don Ramón, que se peinen como Pokémon, que se pongan un imperdible de Supermán, que usen chupín sin medias, que lleven vaqueros con zapatos de traje, pero que rindan cuentas a la ciudadanía por sus respectivas actuaciones.
Lo que los auténticos demócratas no pueden olvidar nunca jamás de los jamases es que ambos individuos, como les calificaría la policía stronista –que al canciller le gusta, pero niega–, tienen una misión y a ella se deben ceñir.
Hasta ahora no queda clara aquella actuación de la policía que eliminó a seis personas, entre ellas un adolescente, con el fiscal como compañero de los agentes y no como investigador objetivo de un caso. Esto no tiene nada que ver con su onda Rambo ni con su actualísima versión hipster.
Mientras, el otro sigue tan campante, aún después de la muerte de ocho militares y las 40 personas fallecidas en la zona del EPP solamente en este mandato presidencial.
Aunque nadie le juzgue ni pida juicio político, más allá de los carteles y grafitis que dicen 3 años y ya queremos que te vayas, la política al final se cobra el precio: no a la reelección y hablamos otro día.
Así que acá no importa cómo te vistas ni cuántos pelos tengas, lo único que importa es tu actuar en la función pública. Y punto final.
Pero esto dejamos para cuando tengamos un estado de derecho; mientras, vamos a llorar a nuestros muertos y a reírnos con los memes.