03 nov. 2024

La moral y las buenas costumbres...

“Jamás aceptaría pertenecer a un club que admitiera a gente como yo”. La genial humorada de Marx (el comediante, no el otro) nos recuerda que podemos deducir los valores y motivaciones de una organización, y vaticinar sus acciones de acuerdo con el perfil de aquellos a quienes acepta como miembros... y a quienes expulsa, y las razones que esgrime para hacerlo.

Hoy nos encontramos bajo el control casi absoluto de un club que destierra socios por sus “comportamientos particulares” y cobija sin el menor pudor a sospechados de corrupción, narcotráfico, nepotismo, prevaricato y enriquecimiento ilícito. El mensaje es claro y fuerte. Mientras no se sepa lo que hacen en privado ni con quién, en lo público y con lo público pueden hacer lo que les venga en gana.

Si quedaba alguna duda la despejaron a las apuradas y en conferencia de prensa, durante el anuncio de la expulsión del senador Javier Vera. El hombre conocido como Chaqueñito es un accidente en la política, un ejemplo de la espantosa educación pública y de la marginalidad laboral que, por obra y gracia del fenómeno de Payo Cubas, se convirtió en legislador.

Pasarlo a sus filas fue para el oficialismo colorado como robarle un caramelo a un bebé. Apenas un primer contacto con ese mundo que antes solo podía ver detrás de las vitrinas, una degustación de la buena vida pagada por otros (los contribuyentes)... y se entregó en cuerpo y voto a la secta del quincho. Entonces, era un voto más... y uno barato. Al propietario del club le importaba un pabilo las historias tejidas en torno a los gustos privados de su nuevo acólito; lo importante era consolidar mayorías.

Pero el escenario cambió. Ahora, ante tanto tránsfuga en oferta, Chaqueñito y sus circunstancias ya no resultaban simpáticos. No está claro aún qué exactamente selló su destino. Sabemos que fue víctima de extorsión, que un joven que accedía a su casa extrajo de su móvil grabaciones de contenido erótico. Se especuló que las filmaciones daban cuenta de la presunta comisión de delitos. Sin embargo, pese a que el material fue visto por policías y fiscales, no hay causa alguna abierta en contra del legislador; por lo tanto, solo nos resta presumir su inocencia.

Pero vayamos a la conferencia de prensa en la que el senador Natalicio Chase (quien se ganó la banca como disidente y ahora es líder de bancada del bando contrario) anunció la expulsión de Vera. Dijo que desterraron al legislador por –y estas fueron sus palabras textuales– “sus comportamientos particulares”. Es decir, por lo que hizo o hace en su vida privada. Por si quedaba alguna duda, recordó que esos “comportamientos particulares” no condicen con los valores de su movimiento –del que antes era detractor–, que defiende la vida, la familia, la moral y las buenas costumbres.

Aunque luego intentaron morigerar el discurso inicial, quedó claro que el pecado de Vera tiene que ver con su vida sexual; también que, para el oficialismo colorado, la moral y las buenas costumbres se limitan a lo que la gente hace en el campo privado, en la intimidad.

Según podemos colegir de su nómina de miembros, no es inmoral ni una mala costumbre estar acusado de robar dinero público, integrar una red de narcotráfico o ocupar cargos con un título universitario falso. Por supuesto que tampoco se considera moralmente relevante que un gobierno extranjero te califique como significativamente corrupto, lavador de dinero o funcional a organizaciones terroristas.

No hay inconvenientes éticos con las vergonzosas conexiones del senador Erico Galeano, el título mágico de Hernán Rivas o las onerosas hijas de Esgaib y Alliana.

En resumen: El culebrón moralista se desata cuando en privado se copula de una manera y no de otra; no cuando públicamente y sin nuestro consentimiento sodomizan a la Justicia, montan una orgía con la mafia y financian la cuchipanda con nuestro dinero.

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