Más de 60 artistas visuales de Argentina, Brasil, España, Francia, Paraguay y Uruguay trabajaron en la muestra más grande de pantallas intervenidas en el país. El coordinador general, Alfred Pajés, bautizó a la obra Soplar el arte. La exhibición descansa en el Hotel del Lago, dentro de su agenda cultural de la temporada 2020, la mayor exposición de esas características.
Cada artista recibió la consigna de intervenir una pantalla. A partir de ahí reinterpretaron el objeto. Algunos la pintaron directamente; otros realizaron collages, tejieron sobre ella, la hicieron parte de una escultura o la imprimieron. En la exposición se aprecian abanicos de diferentes tramas y tamaños, hechos con hojas de karanda’y o coco.
Hay pantallas intervenidas con pintura, plumas, tela, cerámica, inspiradas en grabados, fotografías, instalaciones, diseño, dibujo, metal, vidrio. Luego, se construyó el trabajo curatorial para que la exhibición en cada ocasión tuviera un formato estético en su conjunto. La idea y coordinación general son de Alfred Pajés, artista y gestor cultural, con texto de Enrique Espínola. La gestión está a cargo del reconocido artista Osvaldo Codas.
“Pantalla es un término utilizado mayormente en América para identificar a aquellos instrumentos para hacer o hacerse aire. La pantalla o abanico paraguayo es una herencia de la práctica de la cestería de los guaraníes, y se confecciona a partir de hojas de karanda’y o carandilla, extraídas mayormente del territorio chaqueño”, cuenta Enrique, quien también es presidente de la Fundación Paraguay Cultura en Buenos Aires.
Para Pajés, la cestería es muy poco valorada porque no hay un interés por las manos detrás de la fabricación. “A medida que pasan los años, es cada vez más complicado transmitir la práctica de su producción a las nuevas generaciones y esta iniciativa en parte busca eso, valorizarla en un contexto distinto: el artístico”, relata el gestor cultural. El desafío fue el uso de la pantalla como soporte para su creación, con el objetivo de visibilizarla desde un espacio distinto.
“Este objeto tradicional ha sido utilizado a lo largo de los tiempos para refrescar el calor de esta tierra o avivar el fuego de los hogares, entre otras utilidades. Originalmente fue confeccionado por los guaraníes, y hoy su fabricación es realizada por familias artesanas que viven gracias a su producción. Las pantallas forman parte del día a día de gran parte de la población, especialmente las del interior del país, y nos pareció importante utilizarla como soporte de piezas de arte”, sigue Enrique.
Alfred Pajés explica que la realización de una pantalla puede llevar hasta cinco días. El proceso comienza con la obtención de la hoja de palma, seguida por el secado, el entramado y la exposición al rocío para que vaya tomando forma. Algunas personas la planchan para darle el toque final. La práctica de su confección va pasando de generación en generación por familias enteras.
“El costo con el que las adquirimos en los centros comerciales es mínimo. La pantalla en sí misma ya es un objeto de arte. Pero al sumar la creación de un artista, esa pantalla automáticamente adquiere un valor superior. Hoy forman parte de esta muestra colectiva como el resultado del trabajo de dos personas que sin saberlo crearon una obra de arte: el artesano que la fabricó y el artista que la intervino. Arte más arte”, refuerza Alfred.
Norma Annicchiarico participa de Soplar el arte desde la primera edición. Su obra se titula Punta Karapã y es pintura acrílica sobre el abanico. Allí destaca el entramado propio del tejido. Ella considera que para el arte no existe frontera, y este proyecto lo confirma. Muchos se entusiasmaron a nivel nacional, llegando así a artistas extranjeros, por el significado de la muestra, por el rescate y puesta en valor de lo nuestro, algo tan simple o sencillo, aparentemente, como lo es nuestra pantalla.
La costumbre de soplar con abanico o pantalla es tan antigua como la misma historia de la humanidad. Desde los frescos egipcios hasta las costumbres de nuestros días, a lo largo del tiempo se han usado diferentes tipos de objetos para refrescarse. Su fabricación siempre fue variada: desde hojas de palma y plátano hasta plumas de pavo real, avestruz, encajes y joyas. Algunos historiadores sostienen que el uso de un abanico proviene de la prehistoria.
Egipcios, japoneses, chinos, franceses, españoles y hasta pueblos originarios de América han encontrado en esta costumbre la necesidad de expresar sus más variadas formas de fabricación y uso. En Oriente, el flabelo; en Grecia, la palmeta; el abanico en China, Japón, España y Francia; hasta llegar a América.
“El proyecto plantea algo interesante, novedoso y un desafío para cada artista, ya que no es el soporte tradicional al que estamos habituados. Yo comencé con la investigación y la elección de la pantalla, me gustó el tejido fino y prolijo del karanda’y que encontré, y por ser un objeto tradicional, pensé en algo que tuviera ese valor histórico. Y por proyectos anteriores artísticos personales, Punta Karapã estaba muy presente en mí, lugar emblemático donde nació José Asunción Flores, el creador de nuestra guarania. Lo dibujé y pinté”, expresa Norma.
Alfred considera que condujo una convocatoria inclusiva porque la muestra, además de estar conformada por artistas de reconocida trayectoria, también lo está por figuras emergentes. “Comprobé que existe la enorme necesidad de encontrar esos espacios donde pueden mostrar su arte y conversar con un público a través de sus creaciones, que también está interesado en ver cosas distintas, nuevas, que no hayan sido presentadas hasta ahora y que también generen nuevas ideas en el panorama cultural de nuestra sociedad”, reflexiona Pajés.
Sobre la valorización del abanico en nuestro país, Norma opina que de un tiempo a esta parte, la óptica de la gente está cambiando, ya que por ejemplo, el tejido en algodón (ñandutí, ao po’i, encaje ju) ha llegado a las pasarelas internacionales, el trabajo en cuero también. “Soplar el arte contribuye a este fin, hace un llamado de atención al público en general a observar de otra forma a la pantalla, y recordar un poquito su historia”, concluye Norma.