Jesús encarece a sus discípulos para que no se vengan abajo al experimentar la tristeza y el desprecio, pruebas por las que hay que pasar para llegar al gozo final. El mismo Pedro, que se acobardó por ser reconocido como discípulo del Maestro y luego lloró amargamente su pecado (cf. Lucas 22,54-62), alabará la actitud valiente de los primeros cristianos: “Por eso os alegráis, aunque ahora, durante algún tiempo, tengáis que estar afligidos por diversas pruebas”.
La mujer que va a dar a luz asume su sufrimiento, pues sabe que es camino para una nueva vida. Es bien expresiva esta imagen y tiene la fuerza de evocar momentos destacados de la historia de la salvación.
Ya Dios había dicho a la primera mujer después del primer pecado: “Multiplicaré los dolores de tus embarazos; con dolor darás a luz tus hijos” (Génesis 3,16). Pero también Dios, en aquel trágico momento, dijo al instigador del pecado: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo” (Génesis 3,15). Y en la plenitud de los tiempos vino Jesús, nacido de mujer. María, Madre y Virgen, lo dio a luz sin dolor. Pasado el tiempo, al pie de la Cruz, le llegó a María “su hora”: experimentó el dolor de ser Madre, haciendo suyo el dolor del Hijo. Pasó a ser así medianera de la Redención.
No hubo dolor como su dolor (cf. Lamentaciones 1,12), pues estuvo colmado por un amor capaz de cooperar en dar a luz para la vida cristiana a millones y millones de hombres y mujeres de todas las razas, de todos los tiempos.
Llenos de fe, también nosotros nos sabemos mirados por Cristo resucitado, y renacidos por medio del Bautismo, vivimos la vida de los hijos de Dios. Podemos experimentar las pruebas del dolor y la aflicción, pero no queremos que nada ni nadie nos robe la alegría, como a menudo nos ha recordado el papa Francisco. Vienen al caso las palabras con las que encabezaba su primera exhortación apostólica: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús” .
(https://opusdei.org/es-py/gospel/2023-05-19/)