04 nov. 2024

La niñez, el hilo más fino

Las necesidades de la niñez no siempre están en primer lugar, no solo en las políticas públicas, sino también en los hogares. La pandemia acentuó los problemas que estaban latentes, como el acceso a la alimentación y a la educación, los abusos y maltratos. Además generó nuevas crisis, como la falta de oportunidades de socialización, diversión y juego, que son vitales para el desarrollo de los niños y las niñas.

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La salud y la educación se tuvo adaptar y frente al Covid-19 que llegó de forma rápida y cambió todo.

Foto: Gentileza.

Aunque, según los reportes del Ministerio de Salud, la incidencia de contagios de Covid-19 en la población de entre 0 a 19 años es relativamente baja -7% de infectados- los efectos de la pandemia sobre la niñez son amplios, ya que abarcan desde la falta de alimentación hasta abusos.

Si bien, las consecuencias del confinamiento y la crisis económica se ven marcadas con más fuerza en sectores postergados, como comunidades suburbanas, campesinas e indígenas, también afectan a otros grupos sociales alcanzados por los contagios, los fallecimientos, el temor, la inestabilidad emocional y el cierre de las empresas.

“El contexto familiar fue duramente desafiado: familias con situaciones de desempleo; changas en condiciones laborales precarias; falta de acceso a servicios básicos de salud; la incertidumbre de poder garantizar realmente una alimentación de calidad para todos los miembros de la casa y la creciente y alarmante violencia intrafamiliar son solo algunas de las dificultades que tuvieron que enfrentar los niños y las niñas”, indica Carolina Fernández, coordinadora del centro comunitario Remansito, que es una iniciativa de Global Infancia.

Aunque falta comida, sobra solidaridad

Por su parte, el Centro de Investigaciones Base IS señala que la expresión más dramática de la desprotección social en la pandemia es la dificultad que tiene una parte importante de la población para acceder a alimentos. Según estimaciones del propio gobierno, al menos 300 mil familias requieren de ayuda alimentaria ante la disminución de las actividades económicas. Muchas comunidades se mantienen gracias a las ollas populares, que en algunos casos cuentan con el aporte externo de voluntarios de iglesias, comunidades, empresas y personas de buena voluntad.

Las ollas populares ayudan a muchas familias a aliviar la crisis.

Las ollas populares ayudan a muchas familias a aliviar la crisis.

Foto: Gentileza.

En estas poblaciones vive el 33,8% de la población infantil: 841.000 niños y niñas que son pobres o están por debajo de la línea de pobreza. “Una postal recurrente en Caaguazú son las niñas y niños indígenas que piden limosnas en los semáforos, acompañados por sus mamás, también adolescentes con bebés en brazos. Además, hay numerosos adolescentes trabajando en condiciones precarias en puestos de frutas en las calles, como estibadores en la terminal o ayudantes de obras”, observa Josué Congo, estudiante de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Católica.

Pero los niños que mendigan en las calles son la cara visible de la explotación laboral infantil, que afecta a 436.419 chicos que realizan algún tipo de labor remunerada, lo que implica muchas veces deserción escolar; pocas horas de sueño y escasos momentos para jugar y divertirse, según la Encuesta de Actividades de Niños, Niñas y Adolescentes (EANA). Esta cifra tiende a aumentar debido al desempleo masivo de los adultos que se produjo a raíz de la pandemia de coronavirus, de acuerdo a la Cepal.

El documento Estrategia Nacional de Prevención y Erradicación del Trabajo Infantil y Protección del Trabajo Adolescente en el Paraguay consigna que casi la mitad de personas de entre 5 y 17 años de edad (49,2%) labora en agricultura, ganadería, caza y pesca; el 19,2% desarrolla tareas en el comercio, los restaurantes y hoteles y el 16,5% trabaja en hogares de terceros (criaditas).

Educación en deuda

A la inseguridad alimentaria y la explotación laboral, se suman numerosas falencias para la escolarización, como las dificultades para el acceso a internet, la falta de conectividad, la escasa planificación de las instituciones educativas, entre otros factores.

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La Organización de Trabajadores de la Educación (OTEP) señala que el principal problema radica en que según la última Encuesta de Hogares solo el 18% de las familias tiene conectividad.

Para Carolina Fernández no se trata solo del acceso a la tecnología, sino de no poder contar con compañeros o adultos referentes para la contención, orientación y acompañamiento para la comprensión de los materiales enviados a través de los grupos de Whattsapp.

“La pandemia me afectó porque no pude estar con mis compañeros y académicamente, al inicio se me dificultaban las tareas. Pero muchos jóvenes, que no tuvieron acceso a internet, se quedaron un año entero sin dar clases. El gobierno nos dijo que hagamos cuarentena, pero no ayudó a los niños que no tenían recursos para estudiar”, reflexiona Joaquín Bachero (13 años).

Un aspecto relevante relacionado con la educación es la socialización que se produce dentro de la escuela y en los lugares de esparcimiento y aprendizaje, como las plazas, las escuelitas de fútbol, las academias de danza, las fiestas de cumpleaños y los intercolegiales.

En el Primer Foro de Niños de Villeta, los participantes pidieron salud, educación, alimentación y viviendas dignas.

En el Primer Foro de Niños de Villeta, los participantes pidieron salud, educación, alimentación y viviendas dignas.

Foto: Global Infancia

“Es con otros niños y otras niñas donde los chicos hacen un laboratorio de la vida de adultos, ya que aprenden a manejar sus emociones, aprenden a frustrarse, a negociar y a disfrutar de la compañía de otras personas. Al no poder socializar de la misma manera que antes se pierden esas oportunidades naturales de interacción y aprendizaje”, señala Alexandra Vuyk, psicóloga y docente universitaria.

Resalta que en el contexto actual los adultos deben ser muy intencionales con las experiencias de interacción y de aprendizaje de los niños. “Poder jugar con ellos; dejarles jugar con libertad en actividades no organizadas con otros niños de la burbuja, de manera a poder reducir al mínimo el posible el impacto de esa falta de socialización”, resalta.

Nahuel Gómez (17 años), mención de honor en la Olimpiada Iberoamericana de Matemática, reflexiona que la experiencia general que los adolescentes tuvieron que sobrellevar en la pandemia fue tener que lidiar con sus responsabilidades, sin la emoción de la compañía de otras personas que es lo que da sentido a la vida.

“Te deja pensando en un futuro distópico en el que aunque uno pudiese realizar todas las actividades en un cubículo no podrá sentirse del todo realizado porque la naturaleza del ser humano, y más todavía de los jóvenes es salir, explorar, encontrarse con gente”.

La zapatilla y la “tía Chachi”

Las redes sociales están plagadas de chistes de mamás que enseñan a sus hijos con una zapatilla en la mano. “Cuando mis hijos comienzan a hacer caprichos les amenazo con la tía Chachi (chachá) y se tranquilizan”, dice Esther, una madre de tres niños en edad escolar que debe lidiar con el trabajo desde casa, las tareas del hogar y el acompañamiento de los chicos en las tareas.

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Pero la psicóloga especialista en Disciplina Positiva, Nancy Cuyer, destaca que este tipo de roces poco a poco dañan las relaciones e incluso pueden derivar en hechos de violencia más graves.

Desde que comenzó la pandemia, el Ministerio de la Niñez y la Adolescencia reporta un promedio de 3.000 llamadas mensuales a la línea gratuita Fonoayuda 147, principalmente por denuncias de maltratos y abusos sexuales.

Probablemente el “modo covid de vivir” siga por lo que urge tomar medidas más efectivas para que la garantía de los derechos de la niñez no figure solo en las redes sociales.

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