Es notable cómo en un mismo acto político dos figuras opuestas por fidelidad y peso consiguieron dibujar con pocas palabras la esencia misma del Partido Colorado, y la matriz que se repite en casi cualquier organización política paraguaya. Una legión de analistas políticos, sociólogos, antropólogos y criminalistas no lo habrían hecho mejor.
Por un lado, Mauricio Espínola, secretario privado de la Presidencia, rogó al ex presidente Horacio Cartes que sus medios paren con el ataque al Gobierno, cuanto menos hasta las municipales.
Por su parte, el propio Cartes exhortó a sus correligionarios a que sigan haciendo tráfico de influencia, siempre que sea con fines positivos. Ambos pedidos fueron acompañados de pipus y hurras por parte de la jauría republicana extasiada con esa exposición explícita y sin pudores de prácticas tan caras a sus sentimientos… y al dinero público.
Desmenucemos las propuestas para entenderlas mejor y, sobre todo, para comprender cómo las entienden ellos.
Lo de Espínola no tiene complicación alguna. Es la nostalgia de los buenos tiempos del general cuando la crítica se neutralizaba ordenando el fin de las publicaciones o el cierre del medio. Sencillamente, este joven que cursa aún los últimos años de Derecho, pero ocupa ya uno de los cargos más relevantes del Gobierno, le pidió al dueño que ordene a sus periodistas que suspendan toda publicación que afecte a quienes integran el Gobierno. Se llama censura.
Lo de Cartes es más profundo. El hombre más poderoso del Partido Colorado comenzó haciendo una cándida confesión sobre las más recientes afiliaciones coloradas. Dijo que los jóvenes se apuntan a la ANR con la esperanza de conseguir un trabajo o de seguir estudiando. Obviamente, se refirió a un empleo en el Estado y a una beca pagada con dinero público. Es decir, la gente se sigue afiliando para poder acceder a beneficios que se pagan con impuestos, beneficios que deberían estar disponibles para cualquier paraguayo o paraguaya sin más condición que tener la idoneidad y el talento para ocupar un cargo o el rendimiento académico necesario para merecer una beca.
Según Cartes, sin embargo, los potenciales electores mantienen la convicción (“la esperanza”) de que el camino para llegar a estas concesiones públicas siga siendo afiliarse a la ANR.
Está claro que eso le parece perfecto. Y si quedaba alguna duda despachó el tema exhortando a sus correligionarios a seguir haciendo tráfico de influencia.
Quien no hace tráfico de influencia no puede considerarse un buen operador político, dijo. Y aclaró que esto es así siempre que sea para conseguir un bien.
Intentemos ordenar el batiburrillo de ideas peligrosamente distorsionadas que pueblan la cabeza del tabacalero y que habitan la mayoría de las testas republicanas. Cartes considera un acto de generosidad cuando un político hace uso de sus influencias para conseguir del Estado un bien para una persona determinada. Ese bien puede ser un cargo público, una cama en un hospital o un cajón para enterrar a un difunto.
Lo que el líder de Honor Colorado no entiende es que la filantropía solo se da cuando el bien lo paga el filántropo. Si se lo hace pagar al Estado haciendo uso de sus influencias incurre en la comisión de un delito. Lo que Cartes celebra se llama prebendarismo político. El operador hace el favor a costa de los contribuyentes y no por ser buena gente, sino para asegurarse el voto del beneficiado. La operación fortalece la versión funesta que celebra Cartes de que para acceder a los beneficios del Estado hay que ser un afiliado colorado.
Es obvio que para Cartes no importa que el tráfico de influencia sea un delito siempre que el objetivo final sea noble. Y para él y un número abrumador de sus correligionarios, nada es más noble que mantener al partido en el poder.