Jorge Daniel Codas Thompson
Desde que fue reelecto, el presidente estadounidense Donald Trump ha impulsado iniciativas de política exterior desestabilizantes, incluyendo las amenazas de retomar militarmente el Canal de Panamá, anexar a Groenlandia (territorio autónomo de Dinamarca) y convertir a Canadá en el Estado número cincuenta y uno de los Estados Unidos, tomar el control de la Franja de Gaza (parte de los territorios palestinos) y expulsar a sus habitantes para convertirla en la Riviera de Medio Oriente, así como la imposición de altos aranceles aduaneros a sus tres principales socios comerciales, México, Canadá y China. Además, decretó aranceles de 25% al acero y al aluminio, dos productos cuyos mayores proveedores a los Estados Unidos son precisamente Canadá y México. Además, ha prometido aranceles recíprocos con naciones que tengan aranceles promedio más altos que los de Estados Unidos y también tasas arancelarias con países con los que Estados Unidos tiene déficit en la balanza comercial. Este artículo se enfoca en las sanciones económicas a otros países como instrumento de política exterior, especialmente, respecto a los aranceles impuestos por la Administración Trump, y sus eventuales resultados en diferentes países, así como en el sistema económico internacional.
Si bien la presión económica sobre China puede explicarse por la rivalidad por la hegemonía global entre ambas superpotencias, las sanciones y amenazas a países aliados resulta, en principio, desconcertante. Sin embargo, y conforme a lo señalado por Daniel Drezner en su obra The Sanctions Paradox: Economic Statecraft and International Relations , las sanciones económicas tienen más efectos entre aliados que entre rivales y las mismas podrían comprenderse en el contexto de los postulados geopolíticos de la Doctrina Monroe. Esbozada por el presidente James Monroe en un discurso al Congreso el 2 de diciembre de 1823, dicha doctrina advertía a las potencias europeas que Estados Unidos no toleraría más proyectos de colonización en el Hemisferio Occidental, afirmando que América era para los americanos. Por implicancia, Europa quedaba para los europeos, lo cual podría explicar la posición de Trump favorable a Rusia respecto a su invasión a Ucrania. Por su parte, el presidente estadounidense ha adoptado una postura agresiva respecto a Estados americanos, sobre todo Canadá, México, Colombia y Panamá. En la actual dinámica geopolítica, con importantes focos de conflicto en áreas de interés estratégicas para tres grandes potencias, Estados Unidos, China y Rusia, el gobierno de Trump parece concentrar sus esfuerzos en expandir la influencia y, potencialmente el territorio, de los Estados Unidos en el hemisferio. Sin embargo, las presiones económicas a naciones fuera del Hemisferio Occidental, desde la Unión Europea a Rusia y China, parecen señalar una orientación estratégica a la diplomacia coercitiva a escala global y en contextos de bilateralidad, en los que Washington ha tenido históricamente resultados positivos respecto a la presión económica para someter a sus propios aliados a acompañar los objetivos estratégicos de Washington.
La imposición de aranceles a aliados y rivales por igual, va más allá del comercio exterior, pues, al disminuir los niveles de importación en Estados Unidos, disminuyen también los dólares en el resto del mundo, lo cual pone presión sobre las tasas de cambio en el resto de los países, una situación potencialmente exacerbada por las eventuales altas tasas de interés que necesite imponer la Reserva Federal (Banco Central de Estados Unidos) con el objeto de contener la inflación causada por los productos de importación más caros para las empresas y consumidores de Estados Unidos. Por ende, la carencia de dólares exacerba la dependencia del resto de los países de dicha moneda, pero podría provocar, a mayor plazo, la búsqueda activa de otros instrumentos monetarios, sea el yuan chino, el euro o una moneda creada por el Brics (asociación de Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica y un grupo de países de reciente incorporación). Independientemente de esto, la imposición de aranceles de otros países hacia productos importados de los Estados Unidos puede moderar la escasez de dólares, aún más si el resto del mundo decidiera buscar alternativas de comercio exterior con otros países y regiones, principalmente con China. Sin embargo, la presión por continuar con el dólar como moneda principal en el comercio internacional se da por el enorme tamaño de los mercados de Estados Unidos, del cual la mayoría de los países no quisiera prescindir.
Adicionalmente, es posible que la estrategia de coerción económica bilateral sea potencialmente efectiva solamente con países de alta dependencia de sus exportaciones a los Estados Unidos, como sus vecinos Canadá y México, aunque estos países de momento hayan respondido con sus propios aranceles (en el caso de México, con detalles aún por ser informados), o naciones que dependan significativamente de la ayuda exterior de los Estados Unidos, como Israel y Egipto. En el caso israelí, los Estados Unidos utilizaron exitosamente la amenaza durante la Guerra del Sinaí en 1956, en la cual Israel, junto con Gran Bretaña y Francia, invadieron Egipto para revertir la nacionalización del Canal de Suez decretada por el presidente egipcio, Gamal Abdel Nasser. Tras la invasión, Estados Unidos amenazó con congelar la ayuda económica a los tres países invasores, independientemente de que los mismos fueran estrechos aliados de Washington. Por cierto, la Crisis de Suez marcó la única ocasión en que Estados Unidos votó en contra de Israel en Naciones Unidas, una demostración más de la seriedad con que Washington abordó la guerra regional, y que dejó en claro que las amenazas de cortar la ayuda económica no eran palabras vacías. La posición adoptada por Estados Unidos fueron para Gran Bretaña un momento de humillación, pues conllevaba el reconocimiento tácito de que estaba dejando de ser una gran potencia, pasando a subordinar su política exterior a la de Washington. Estados Unidos, por su lado, emergió no solo como la superpotencia nuclear que ya era, sino como la poderosa nación que podía someter a países aliados a sus designios por medio de la coerción económica.
Resulta importante analizar el resultado de los intentos de coerción económica en el caso de naciones rivales, sobre todo en el caso de grandes potencias como China y Rusia. En el caso chino, que ostenta un significativo superávit en el comercio con Estados Unidos, la imposición de aranceles por parte del gobierno estadounidense no ha provocado la subordinación de Beijing a Washington. Muy por el contrario pues, durante la guerra comercial entre ambas naciones en el primer gobierno de Trump en 2018, China terminó accediendo al requerimiento de Estados Unidos de comprar doscientos mil millones de dólares adicionales en productos estadounidenses para 2020, principalmente eliminando barreras a las importaciones, y sencillamente incumplió el acuerdo, pues no compró siquiera una pequeña fracción de ese monto, no pudiendo Estados Unidos hacer nada para hacer cumplir el tratado. En la actual imposición de aranceles por parte de Washington a Beijing, el gobierno chino reaccionó con sus propios aranceles a productos de Estados Unidos, sobre todo del sector agrícola, además de presentar una lista de empresas “no confiables”, que dejarían de tener derecho a operar en el mercado chino. La Cancillería china ha hecho declaraciones expresando que Estados Unidos se “metió con el oponente equivocado”, y afirmando que China está dispuesta a llevar el conflicto comercial con Estados Unidos a una guerra comercial total, e incluso mencionó la posibilidad de otros “tipos de guerra”, en lo que se podría entender como una amenaza de conflicto militar. China ha sido objeto de otras medidas comerciales estratégicas por parte de Estados Unidos, particularmente la prohibición de exportación a Beijing de chips y semiconductores de alta tecnología, necesarios para la modernización de las fuerzas armadas chinas, por lo que el gobierno chino hace tiempo se encuentra determinado a volverse más autosuficiente y menos dependiente de los Estados Unidos.
La otra gran potencia objeto de sanciones económicas es Rusia, ya desde el primer gobierno de Trump y como consecuencia de la interferencia electoral de dicha potencia en las elecciones estadounidenses de 2016. Tras la invasión rusa a Ucrania en febrero de 2022, el gobierno de Biden impuso un exhaustivo paquete de sanciones a Rusia, incluyendo la confiscación de una importante proporción de las reservas monetarias de Rusia que se encontraban depositadas en bancos de los Estados Unidos. En los tres años desde que la guerra comenzó, dichas sanciones no han obligado a Rusia a negociar, ni mucho menos a ceder el territorio invadido, muestra clara de que las sanciones a países adversarios normalmente no tienen resultados positivos para Estados Unidos. Actualmente, Rusia negocia la paz con Ucrania directamente con Estados Unidos a iniciativa del presidente Trump, no porque alguna sanción le provoque una presión insostenible.
En resumen, el uso de sanciones económicas para doblegar la voluntad de otras naciones tiene el efecto paradójico de ser más efectivo con aliados que con rivales, además adolece del desafío que conlleva la constante adaptación de los estados afectados por las sanciones para impedir sus efectos negativos, como señala Agahte Demarais en su obra Backfire: How Sanctions Reshape the World Against U.S. Interests. Los próximos meses ofrecerán una perspectiva más acabada de los efectos de los aranceles y otras sanciones, pero si la historia se repite, las mismas no provocarán significativos efectos políticos en las naciones rivales de Washington.