Desde la toma de mando de Donald Trump para ejercer por segunda vez la presidencia de los Estados Unidos, ha habido señales tanto del propio Trump como de Vladimir Putin respecto a la voluntad de un diálogo bilateral.
Si bien el asunto más mencionado es el de una posible negociación para lograr la paz en la guerra entre Rusia y Ucrania, otros temas han ido emergiendo como potenciales puntos de diálogo. Respecto a las eventuales conversaciones sobre la paz ruso-ucraniana, uno de los aspectos más notables de las declaraciones de ambos presidentes es que no parecen tener la voluntad de incluir a Ucrania en los diálogos, lo cual puede complicar significativamente el avance de las conversaciones, o crear una paz inestable o no duradera.
A diferencia de lo ocurrido durante el primer mandato de Trump, cuando él y Putin se elogiaban mutuamente, el presidente norteamericano ha hecho inusitados ataques verbales a Putin, acusándolo de estar destruyendo Rusia e instándolo a acabar con la guerra de inmediato e incluso lanzando amenazas de imposición de aranceles aduaneros y sanciones a Moscú si el presidente ruso no acepta negociar. Dadas las ínfimas cifras de comercio entre ambas naciones, dichas amenazas no pasan de ser simbólicas.
Putin no ha respondido a los ataques, limitándose a halagar al mandatario estadounidense y coincidiendo con él respecto a que no habría habido una guerra entre Rusia y Ucrania si Trump hubiera sido reelecto de forma consecutiva como presidente. Más importante aún, ambos mandatarios han dado señales de querer ampliar los puntos de diálogo a otros temas de importancia estratégica para ambos países.
En particular, los posibles temas de diálogo adicional giran en torno a las armas nucleares. En primer lugar, el tratado New START (New Strategic Arms Reductions Treaty-Nuevo Tratado de Reducción de Armas Nucleares, que limita, entre otros, el número de armas nucleares que cada una de las dos naciones puede poseer) vence en febrero de 2026, y aparentemente está en la voluntad de ambos presidentes extenderlo o negociar un nuevo acuerdo. Si así no ocurriera, ambas superpotencias nucleares estarían legalmente libres de expandir su arsenal nuclear a su voluntad. En el caso de Rusia, sus expertos, más que hablar de una posible reducción de armas atómicas, hablan de “estabilidad estratégica”, un concepto mucho más amplio que incluye la ubicación de las armas nucleares, la forma de inspección y un protocolo para la disuasión de su utilización.
El diálogo sobre armas nucleares se estancó antes de la invasión rusa a Ucrania, y Rusia insiste en que los dos temas están relacionados y deben tratarse en forma conjunta. El gobierno de Biden no aceptó incorporar los asuntos relacionados con el armamento nuclear a la negociación sobre Ucrania, posiblemente pensando que Putin intentaría dar ciertas “concesiones” en cuanto a las armas atómicas, a cambio de obtener sus exigencias respecto a Ucrania, incluyendo la anexión del territorio ucraniano bajo dominación rusa y la no incorporación de Ucrania a la Organización para el Atlántico Norte (OTAN) por al menos una determinada cantidad de años. Dada la actitud no muy favorable de Trump hacia la OTAN, y su reticencia a seguir financiando las operaciones bélicas de Ucrania, es mucho más probable que acepte una mesa de negociación ampliada. Adicionalmente, Trump no parece interesado en incluir a Ucrania en las conversaciones, otro giro radical respecto a la administración Biden, que exigía la participación de Ucrania como condición sine qua non para los diálogos de paz. Hoy, con Trump en el poder y con Ucrania sufriendo pérdidas constantes en el campo de batalla, la realidad para Kiev ha cambiado significativamente.
En todo caso, la posición del Kremlin sigue la misma línea dura respecto a sus objetivos y, al analizar la trayectoria de Rusia desde el ascenso de Putin al poder en 2000, queda claro que la política de reincorporar a Ucrania a su esfera de influencia irá más allá del actual líder ruso. Desde su mismo ascenso al poder, Putin priorizó la modernización de todo el aparato de seguridad ruso, en particular las fuerzas armadas y los servicios de inteligencia. La industria petrolera rusa, la tercera más importante del mundo, tiene hoy la capacidad de burlar las sanciones de Occidente con su propia flota de “petroleros fantasma”, vendiendo su petróleo fundamentalmente a China y la India, aunque a precios descontados. Asimismo, la economía del país, según cifras oficiales, parece funcionar a pleno empleo. El desarrollo de una narrativa antioccidental y centrada en definir a Rusia como un Estado irrespetado por las potencias occidentales, hace que, incluso después de Putin, sea muy difícil, incluso imposible, un cambio radical de la política rusa hacia Ucrania por parte de un nuevo líder. Adicionalmente, Putin ha implementado una profunda narrativa ideológica antioccidental en los medios de comunicación (que le son mayormente leales) y el sistema educativo, presentando a Rusia como una nación irrespetada desde la caída de la Unión Soviética. Dada la falta de libertades en Rusia, no es posible tener cifras certeras sobre el apoyo a la guerra en Ucrania, pero las escasas protestas, incluso a nivel intelectual, posiblemente indica un significativo consenso social respecto a la política rusa hacia Ucrania.
Sin embargo, más allá de la línea dura de Moscú y la posición precaria de Kiev, Rusia ha estado mostrando signos de debilidad y reticencia de apoyo a algunos de sus aliados claves, lo cual expresa no solamente la fijación total que tiene Putin con la victoria sobre Ucrania, sino ciertas debilidades económicas y, sobre todo, militares. Las primeras debilidades se observan en la propia economía, que exhibe niveles de inflación anual cercanos al 10%, y que ha provocado subas de la tasa de interés por parte del Banco Central a 21%, lo cual se constituye potencialmente en un significativo freno al crecimiento del producto interno bruto (PIB), si bien este aún se mantiene en terreno positivo. La guerra ha significado también una importante escasez de mano de obra, que se suma al aumento del gasto público para financiar la guerra como un sustancial factor de contribución a la inflación.
La escasez de mano de obra va más allá de la economía civil, ya que Rusia se ha visto obligada a incorporar tropas norcoreanas para hacer frente a la insuficiencia de soldados, lo cual es una admisión implícita del enorme costo humano que la guerra está teniendo para Rusia. Al margen de esta debilidad, Rusia ha exhibido otras, reflejadas en su reticencia para ayudar a aliados históricos en momentos de grave adversidad. La primera muestra notable de reticencia rusa para intervenir ocurrió en 2023, cuando las fuerzas armadas de Azerbaiyán capturaron la región separatista de Nagorno-Karabaj. Rusia, en teoría el aliado de Armenia y protector de su seguridad, no solo no defendió la región con las tropas que tenía asentadas allí, sino que las retiró, provocando la huida de los armenios étnicos.
Más recientemente, ocurrió la segunda, y más sorprendente, muestra de incapacidad de Rusia para apoyar a un aliado: la caída de la dictadura de Bashar al-Assad en Siria. El régimen cayó en cuestión de días después de iniciada una ofensiva rebelde y Rusia, a pesar de tener tropas y aviones de combate en el país, se mostró incapaz de sostener a su aliado, más allá de darle asilo. Teniendo en cuenta que Moscú tiene una base naval y otra aérea en el país, con gran implicancia geoestratégica para la proyección de su poder en el Mediterráneo, su nulo apoyo al dictador representó un golpe para su prestigio como protector de regímenes autocráticos, con potenciales efectos negativos en otros casos donde Moscú protege a gobiernos dictatoriales, como Bielorrusia. Actualmente, Rusia negocia con el nuevo Gobierno sirio la permanencia de sus bases militares en el país, pero los nuevos gobernantes le exigen que el Gobierno ruso entregue al depuesto dictador y devuelva al país unos dos mil millones de dólares que la familia al-Assad tiene depositados en Rusia, a lo cual Rusia se ha negado por el momento.
Sabiendo que Rusia va a priorizar la obtención de sus objetivos principales en Ucrania, y al mismo tiempo haciendo un seguimiento a las regiones y procesos donde Moscú está dando muestras de debilidad, Trump podría eventualmente lograr un acuerdo con Rusia sobre Ucrania, inclusive renovando el tratado de reducción de armas nucleares. La cuestión más desafiante será cómo garantizar la seguridad de Ucrania ante cualquier designio imperialista ulterior de Rusia.