06 may. 2025

La Policía Nacional precisa una profesionalización

Susana Oviedo — soviedo@uhora.com.py

Abuso. Servín fue obligado por la Policía Montada a correr.

Abuso. Servín fue obligado por la Policía Montada a correr.

Las imágenes de un joven con las manos atadas detrás de sus espaldas, trotando con al menos una decena de caballos de la Policía Antidisturbios pisándole los talones, por al menos ocho calles, y la de un suboficial, de civil, disparando con una escopeta contra manifestantes frente a Colorado Róga son hechos demasiados graves que deberían provocar por lo menos una autocrítica dentro de la Policía Nacional y luego cambios rotundos.

Como órgano de seguridad, es cierto que la Policía Nacional puede hacer uso de la fuerza pública, pero tiene que ajustar su actuación a las normas constitucionales y legales, y fundar su acción “en el respeto a los derechos humanos”, como dice claramente la Ley 222 Orgánica de la Policía Nacional (PN).

La misma que establece que esta institución debe preservar el orden público legalmente establecido y “proteger la vida, la integridad, la seguridad y la libertad de las personas y entidades y de sus bienes”.

Estas son solo algunas de las funciones de la Policía, pero son tan relevantes que demandan contar con un alto profesionalismo, una altísima capacitación para que los hombres y mujeres que ejercen la función policial no pierdan la racionalidad en situaciones de elevada tensión. Además de no caer en el facilismo de ver como enemiga potencial a toda persona que sale a protestar o reclamar en las calles.

La semana pasada, durante la manifestación contra el Gobierno y el Partido Colorado que lo sostiene, el incendio provocado por algunos de los participantes al edificio pegado a la sede partidaria, no se hubiera dado si la Policía estuviera mejor organizada y conducida profesionalmente. Esa noche, en tiempo real, todos los medios transmitían hacia donde se dirigía el grupo de manifestantes desde el microcentro, por lo que los efectivos policiales bien podían haberse anticipado y reforzado todo el perímetro del referido local partidario y reducir las posibilidades de que se dieran desmanes.

Pero además se supone que administran información anticipada de inteligencia. Al menos eso invocan con frecuencia cuando hablan de la presencia de “infiltrados y desestabilizadores” cada vez que se convoca a movilizaciones ciudadanas. Normalmente lo hacen como una manera de abrir el paraguas para justificar luego el uso excesivo de la fuerza y las violaciones a los derechos humanos.

Cuando el miércoles pasado los manifestantes alcanzaron la esquina de 25 de Mayo y Tacuary (a metros del local de los colorados), un nervioso, asustado y solitario suboficial empezó a disparar contra estos, con un arma no reglamentaria y a mansalva, sin importar que podía herir a alguien y ocasionar una masacre, puesto que la mayoría de las personas se refugiaron en un surtidor de combustibles, ubicado en diagonal.

Ese policía actuó al mejor estilo gatillo fácil y suponemos que no es lo que le enseñan en la academia de suboficiales. Lo prudente hubiera sido solicitar refuerzo y entretanto, intentar disuadir a la gente. Pero lo que hizo fue caldear aún más los ánimos.

Es difícil creer que una institución especializada en seguridad se vea sobrepasada con tanta facilidad y que no cuente con un protocolo de actuación para situaciones de crisis y particularmente cuando les toca intervenir en una protesta ciudadana.

La Policía paraguaya ha avanzado poco en calidad profesional. Asusta que sus efectivos tengan metidos en la cabeza que pueden torturar, como si eso formara parte intrínseca de sus procedimientos, y como algo que no puede generales sanción alguna. ¿Acaso existe el guiño de sus superiores al respecto?

En los actos de protesta hay una altísima probabilidad de incidentes y confrontaciones con la fuerza pública. Se supone que los policías estudian cómo neutralizar los focos de tensión y evitar el desmadre, sin que para ello deban actuar con brutalidad.

Urge un cambio de chip institucional e iniciar un proceso de alta cualificación de los oficiales y suboficiales y de sus jefes.