La post-truth o posverdad, que a fines de este año se incorporará al diccionario de la RAE, es aquella mentira emotiva que contrasta con lo que decía Platón en su mito de la caverna: La verdad siempre estará aunque nadie crea en ella. O, que la opinión no es la verdad y aunque se la presente como tal, será diferente.
En los tiempos de la realpolitik, la sociedad de la (des)información y la irrupción de la física cuántica; este modo de socavar la percepción y concepción de las cosas, en función de su utilidad o funcionamiento, más que al principio de realidad y ética, es cuando se torna indispensable separar los datos verificables del punto de vista.
En el mundo de las comunicaciones, el periodismo con su poderoso peso en el imaginario y el márketing político con su maleabilidad discursiva, esta posverdad, o su similar, los hechos alternativos, la no-verdad, es sostenida, institucionalizada y legitimada con propaganda y difusión mediática masiva.

Este modo de instalar un parecer en el imaginario colectivo, sin importar veracidad, ataca los deseos, emociones y creencias de las personas. Una suerte de sucesivos golpes bajos a los niveles más expuestos de la sensibilidad y el instinto humanos, echando mano a los contextos sociohistóricos, coyunturales y necesidades afectivas y materiales. El resultado es como aquello que decía el propagandista de Hitler, Joseph Goebbels: “Miente, miente, miente que algo quedará. Cuanto más grande una mentira más gente la creerá".
Con los campesinos que reclaman el subsidio a sus deudas contraídas por el fracaso de la gestión del Estado a través del Ministerio de Agricultura y Ganadería, se aplica meridianamente esto de la posverdad. Aupadas en una arraigada actitud conservadora y despreciativa hacia los pobres (aporofobia) de cierta clase media analfabeta funcional, en un ejército de desclasados semihambrientos o malpagados, y en cierta prensa mendaz, las ideas de que los labriegos no son productores, que son haraganes, que piden cubrir deudas de sus motocicletas, son prehumanos, no tienen derechos, son de segunda, etc., florecen cual hongo en estiércol.
Así, tenemos una sociedad –mayoritaria– asuncena que hasta olvida su ascendencia campesina y detesta a “esos” que “llenan de mal olor” la plaza del centro. Demasiada no-verdad. Hasta creen que Cartes hizo bien en vetar la ley sancionada, cuando que es una tremenda equivocación.
Los campesinos son víctimas de esta posverdad alentada desde el Gobierno; así como lo fue Nerón, a quien condena la historia –a raíz de un rumor de la aristocracia– por haber incendiado Roma y ni siquiera tocó una chispa...