“Por el hilo se saca el ovillo”, dice el refrán. El Centro Virtual Cervantes nos explica que “por la muestra o por el principio de algo, se puede conocer el resto. Así, un indicio puede servir para llegar a una deducción más general. Se dice también de las cosas o de las personas, cuando se conocen sus defectos o cualidades únicamente por un solo hecho”.
La historia que observamos la semana pasada en el ámbito político es eso, la punta del iceberg de la putrefacta Justicia paraguaya. La hediondez se percibe en demasiadas partes, está carcomiendo la sana madera que todavía tenemos. Hace rato que es hora de otras narraciones, de relatos no salvajes. En esta ocasión, el caso llegó hasta la renuncia de un legislador, pero eso cambia muy poco aún.
No puede ser que el órgano que juzga a los jueces tolere en su colegiado a personas de dudoso título, eso ocurrió y así nos va. La descomposición pasó todos los límites y no entiendo cómo lo permitieron los abogados de bien en esta tierra.
La seguridad jurídica es una utopía, una entelequia, es un Gasparín raquítico, hambriento y desnutrido. De esta manera, seguiremos a la cabeza entre las naciones mafiosas, paraísos para el crimen organizado y la corrupción. Hubo una brisa, pero eso no aplaca el calor sofocante, es insuficiente. Es como el suministro de energía eléctrica, vayamos adonde vayamos en este país ahí está el corte esperando la hora de mayor temperatura para hacernos sudar y maldecir a la ANDE. Asqueroso es. Energúmenos en los puestos de decisión no nos van a llevar a buen puerto.
¿Qué hubiera pasado si las conversaciones no salían a luz? Siga el baile iba a ser, y ahora un bailarín menos nomás es el tema. El grupo continúa, con el exacerbante nepotismo, con la meritocracia en el inodoro y ellos tirando de la cadena, porque se creen mayoría, y así expulsaron a una senadora que les metía el dedo en la llaga, que les decía las verdades a la cara, y poco les importó luego el reclamo generalizado en contra de tamaña torpeza y barbarie.
La coima está a la orden del día, presta para la corrupción desenfrenada que opaca lo bueno tantas veces, esperando un descuido, atacando lo valioso y positivo, royendo la esperanza. Y, sin embargo, se mueve, he’i Galileo, así que seguiremos. Continuaremos horadando la piedra con suaves gotas de agua, que en algún momento hay muestras para proseguir buscando el bien.
Los honorables no son tales, en ese número del cual se jactan, porque apañan a delincuentes y criminales sempiternamente. Ellos cavan fosas para enterrar a aquellos que osen actuar distinto. Entonces, acaso Roa escribiría que ya ni la sangre sirve para humedecer la tierra y ver la luz, la libertad del yugo que representa la maldad política por estos lares.
No todo es en un cuerpo, ahí en los otros también se enriquecen ilícitamente con la vista gorda de Astrea. Por un lado, con mansiones impagables fungiendo de residencias de verano (la estación duradera en Paraguay), y por otro con letrados fingiendo demencia. Las leyes están para que la cumplan todos por igual; el dinero de los paraguayos no es para viajes de placer de las autoridades de turno; los impuestos deben redistribuirse equitativamente en seguridad, salud y educación, y hace falta que los que más tienen paguen más de una buena vez.
Hay complicidad de un sector que solamente aplaude, alaba y agradece al Gobierno, pero en realidad tiene la fuerza para impulsar el desarrollo. Ese sector prefiere callar tantas veces, tolerar lo innombrable, mientras como población afrontamos las consecuencias del latrocinio público. Basta. Observen el iceberg que golpea a la embarcación, antes de que nos hundamos todos, que el gélido océano no perdonará porque tienen más o menos dinero. Las consecuencias alcanzan a más, las esquirlas son otras balas, así que basta, antes de que sea tarde. Las horas más oscuras parecen haber pasado, tienen que haber pasado.