“Sé lo que debo hacer, hago lo que no debo”, dijo un poeta latino. Cito al poeta pensando en el reciente informe de las Naciones Unidas: la concentración de anhídrido carbónico (CO2) en la atmósfera terrestre ha alcanzado un nivel alarmante. Quitando la cifra (403,3 partes de CO2 por millón), más elevada de lo anticipado, el fenómeno se veía venir.
La expresión cambio climático se usó por primera vez en la década de 1930, sin que se popularizara ni siquiera en los círculos científicos. En 1951, el presidente norteamericano Truman creó un comité para asesorarlo en cuestiones científicas, llamado Science Advisory Committee, que investigaría sobre las posibles consecuencias de la acumulación de CO2 en la atmósfera terrestre. En 1965, ese comité publicó un informe llamado Restoring the Quality of Our Environment (Restaurar la calidad de nuestro medioambiente), que está en internet. Basándose en el informe el presidente Johnson, en una declaración al Congreso norteamericano, dijo que la quema de combustibles fósiles (petróleo, gas, carbón) iba a tener como consecuencia el aumento de la concentración del CO2 en la atmósfera, lo cual provocaría “cambios climáticos” nefastos para los seres humanos. No necesito explicar que Johnson no era ningún revolucionario; simplemente, se apoyaba en estudios científicos. Correspondió a su compatriota James Hansen, científico de la NASA (agencia espacial norteamericana), popularizar la expresión cambio climático.
Desde entonces, y a pesar de la campaña de desinformación financiada por grandes empresas petroleras, se acepta el cambio climático como un hecho. Sobre esa desinformación, está en internet la película Mercaderes de la duda, que la explica bien. Los “mercaderes de la duda” han quedado desacreditados, como lo muestra la firma del Acuerdo de París, que compromete a los Gobiernos a hacer lo que deben hacer, aunque a veces no lo hagan o incluso hagan lo que no deben, como el poeta latino.
El Paraguay lo sabe, y por eso se adhirió al Acuerdo de París de fines del 2015. Ahora le queda la parte más difícil, hacer lo que debe. En esta línea, son tarea pendiente dos cosas fundamentales y relacionadas: usar más energía limpia y conservar los bosques. La electricidad es energía limpia y no falta; sin embargo, su utilización ronda el 18% de la energía utilizada, mientras que casi todo el resto corresponde al carbón y a los derivados del petróleo (“Biomasa ocupa el primer lugar...”, ABC, 30-10-17). Por supuesto, el cambio no puede hacerse de la noche a la mañana, tiene que haber planes a largo plazo y es necesario definirlos. En cuanto a los bosques (origen del carbón), la deforestación sigue en la Región Oriental, pese a la ley de deforestación cero, y ni qué decir en la Región Occidental, alentada por el reciente decreto antibosques.