De esas elecciones surgió un partido de gobierno que argumentó tener un mandato popular y una legitimidad de origen incontestables. Mientras que, en las oposiciones, se presenció un proceso de descomposición aún más debilitante. Los efectos de la derrota fueron dramáticos en el caso de los dos principales contendientes opositores. El Partido Liberal Radical Auténtico, partido que encabezó la Concertación Nacional, entró en un ciclo de enconos y faccionalismo, acabando en renuncias y expulsiones. Como síntoma del malestar, está la judicialización de los conflictos, dando intervención al Tribunal para que dictamine la ruta a seguir. Desafortunadamente, aún no se avizora la posibilidad de una nueva cohesión interna.
El drama de Cruzada Nacional, en cambio, fue aún más trágico. Sus legisladores electos fueron uno a uno abandonando el partido, acercándose al partido de gobierno. Con dos excepciones, un senador que migró a otro partido opositor, y la senadora Yolanda Paredes, esposa del ex candidato a presidente Paraguayo Cubas, que quedó como único sustento del partido en la legislatura.
Finalmente, hay que agregarle a esto el reciente quiebre de lo que se conoce como el Frente Guasu, amalgama de partidos de izquierda, que ya se había dividido en las elecciones y que ahora oficializó su partición en dos alas, una que se queda con el nombre de Frente Guasu y otra que buscará nuevas alianzas.
Frente a este panorama, en el seno de las oposiciones se está volviendo a plantear la necesidad de una rearticulación de las fuerzas políticas interesadas en una alternancia. Lo están haciendo, pensando en las elecciones municipales de 2026 y en las próximas elecciones generales en 2028.
Los desafíos para las oposiciones no dejan de ser crónicos, serios y difíciles de sortear. El incentivo para la unidad es claro. El diseño institucional es tal que los ejecutivos, sean estos cabezas de municipio, departamento o nación, son electos por mayoría simple en una sola vuelta. Eso está en el marco constitucional. Por lo tanto, las oposiciones no pueden especular con una competencia electoral en una primera vuelta y un proceso de realineamiento en un balotaje o segunda vuelta. El problema es que el incentivo es solamente eso, un tema de diseño institucional. El cómo abordarlo queda en manos de los actores políticos y su capacidad de agenciar un proceso de concertación y construcción de consensos sumamente difícil.
Mientras tanto vuelven a surgir una serie de preguntas claves. Primera, ¿la unidad debe darse entre todos o entre un número significativo? ¿Es necesario repetir la concertación de las oposiciones con el PLRA a la cabeza? ¿Se podría hablar de una unidad del tercer espacio abarcando un arco ideológico amplio de centro derecha a izquierda? ¿Debería el esfuerzo de unidad apostar a incluir a un líder díscolo e impredecible como Paraguayo Cubas? ¿Es la unidad producto de un diálogo político o del surgimiento de un liderazgo nuevo, como el que pretende representar Miguel Prieto? ¿Tiene proyección una alternativa de izquierda con una agenda social más radical?
Las “marchas de marzo” dieron nuevos bríos a las oposiciones, demostrando que aún es posible convocar a una porción importante de la ciudadanía. La “marcha por la unidad” fue uno de los llamados más políticos. Sin embargo, eso creó una base aún muy tentativa. Para avanzar, se necesita aún mucho diálogo y reflexión.