Son apenas más de doscientos los excombatientes de la Guerra del Chaco vivos, todos superando los cien años. Jamás ninguno de nosotros podrá comprender a cabalidad lo que tuvieron que pasar estos compatriotas en el frente de batalla, en aquella tierra tan inhóspita, con la sed y la muerte como compañeras fieles. Hacer una historia social y cultural de esa guerra es una deuda que tenemos con ellos y nuestra memoria histórica.
Afortunadamente, el mundo del audiovisual y la literatura han hecho su parte. En el caso del cine, específicamente, ya tuvimos a Réquiem por un soldado (Giménez, 2002) recordándonos cómo habría sido ese infierno chaqueño, teniendo como antecedente aquella mítica cinta Choferes del Chaco (Demare, 1961). Ahora tenemos la brillante oportunidad de ver otro largometraje, La redención, que acaba de estrenarse y que esperemos siga una semana más en cartelera.
Ambientada en la guerra y en el año 1991, tiene como protagonista a un excombatiente que sale a buscar a un viejo amigo y camarada dos años después de la dictadura stronista, a la par que con flashbacks vamos entendiendo las vicisitudes que pasó en la guerra, días previos a la batalla de Nanawa, en 1933. Ambas partes, que corren alternadas, muestran épocas pasadas del Paraguay, pero las más emotivas son las que recrean la guerra, en especial la vida en las trincheras de los soldados.
Hablada en fluido guaraní, los soldados van hermanándose ante situaciones de peligro, así como los momentos jocosos que a cada rato inventaban para sobrellevar la tensión de la contienda. A pesar de ser de distintos puntos de la Región Oriental, los va uniendo la terrible aventura que van teniendo juntos, y en especial se crea una amistad fuerte entre Villalba y un soldado comunista de apellido Díaz.
La reconstrucción de las ideas políticas que algunos de estos soldados manejaban, así como lo que era la guerra, o la vida en sí para ellos, es de lo más rico que tiene la película en cuanto a los diálogos se refiere. De este modo, la producción también apunta a una crítica sociohistórica de la guerra desde sus protagonistas, unos soldados que luego serán endiosados por una historia política y militar que nunca se preocupó por saber quiénes eran en realidad y cuáles eran sus sueños, ni a qué clase social pertenecieron.
La parte que transcurre en los inicios de la transición democrática tiene también sus buenos momentos, pero no logra la emotividad de aquel que recrea la guerra. La resolución de la trama se da en esta parte más contemporánea, pero no llega al nivel dramático esperado, a pesar de que el suspenso estuvo bien manejado a lo largo de todo el filme mientras veíamos a un atribulado Villalba buscando a su camarada Díaz o en el campo de batalla discutiendo ambos desde sus distintas posiciones políticas y sociales.
Esta película, la segunda de Hérib Godoy, es un bello homenaje a un pedazo de nuestra historia que aún reclama otros enfoques. Mientras los últimos Chacoré van dejando esta tierra, agradecemos que el cine vaya rescatándolos del olvido y los muestre no desde el frío bronce o la retórica de la hipócrita historiografía militar, sino aquella que los muestra como los seres humanos que fueron en aquel no tan lejano pasado de una no tan lejana tierra.