Las exequias de la realeza británica suelen ser de gran envergadura, planificadas durante años y concurridas por monarcas y mandatarios de todo el mundo.
Pero las restricciones impuestas por el coronavirus obligaron a modificar los planes para el entierro de Felipe, que falleció el 9 de abril, dos meses antes de cumplir 100 años. La ceremonia se limitó a 30 invitados íntimos con mascarillas y distancias de seguridad.
El acto comenzó con un minuto de silencio antes del oficio religioso en San Jorge, la capilla gótica del siglo XV situada en el casi milenario castillo de Windsor, unos 50 km al oeste de Londres.
Luciendo sus medallas militares sobre trajes civiles, los cuatro hijos y varios de los nietos de la pareja real acompañaron a pie hasta allí al Land Rover verde, especialmente diseñado por Felipe para llevar su féretro, durante un breve cortejo fúnebre por los jardines del castillo.
La reina les siguió en un Bentley oficial con una dama de compañía.
Sin embargo, la monarca, que el próximo miércoles cumple 95 años, se sentó sola en la capilla para despedir a su esposo, el hombre con quien se casó siendo aún princesa en 1947 y cuya muerte la deja sola en el ocaso de su reinado.
Un coro de cuatro cantantes distanciados en la enorme nave entonaron temas elegidos por el propio duque de Edimburgo, incluidos dos que él mismo encargó a los compositores británicos Benjamin Britten en 1961 y William Lovelady en 1996.
Y el decano de Windsor, David Conner, recordó la “vida de servicio” de Felipe.
Tras el funeral, presidido por el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, líder espiritual de los anglicanos, el duque fue descendido en privado a la cripta real de la capilla San Jorge para ser inhumado.
Guillermo y Enrique
El príncipe consorte fue una presencia constante junto a Isabel II desde que, con solo 25 años, fue coronada en 1952, cuando el Reino Unido se reconstruía tras la Segunda Guerra Mundial y su imperio empezaba a desmoronarse.
La monarca publicó el sábado una conmovedora fotografía personal en la que los dos aparecían relajados y sonrientes en 2003 en el Parque Nacional de Cairngorms, en Escocia.
Y en las redes sociales de la familia real se difundieron imágenes de momentos claves del matrimonio.
Numerosos expertos reales aseguran que era Felipe quien manejaba con mano de hierro una familia marcada por las crisis, ayudando a la reina a capear los escándalos.
El sábado, las miradas estuvieron puestas en los príncipes Enrique y Guillermo, cuyas relaciones son tensas.
Esta fue la primera aparición pública de Enrique, de 36 años, con la realeza desde que él y su esposa Meghan, que no viajó al Reino Unido por estar embarazada, abandonaron sus funciones reales y se fueron a vivir a California.
Enrique no caminó tras el féretro junto a su hermano, de 38 años. Entre ellos se situó su primo Peter Phillips, lo que alimentó las especulaciones sobre una persistente disputa.
Sin embargo, los dos salieron charlando al término de la ceremonia, acompañados por la esposa de Guillermo, Catalina, en una posible señal de reconciliación.
“El país lo echará de menos”
Debido al coronavirus se pidió a los británicos que no se desplazasen hasta Windsor. Aún así algunos decidieron hacer el viaje mientras la mayoría del país seguía el acto por televisión, como hizo el primer ministro Boris Johnson desde su residencia de campo de Chequers.
“Se supone que la gente no debe venir, pero este es un gran evento, único en una generación, el duque era especial”, dijo a la AFP Mark, de 57 años, uno de las decenas de agentes de seguridad desplegados en las calles de Windsor.
“Era muy importante para mí estar hoy aquí", aseguró Kaya Mar, pintor de 65 años que llegó en el primer tren desde Londres con un gran retrato de Felipe bajo el brazo. “Era un buen hombre” y “el país lo echará de menos”, afirmó.
Cubierto con su espada, su gorra naval y su estandarte personal, el féretro del duque había sido trasladado de mañana por portadores del Primer Batallón de Granaderos —de los que Felipe fue coronel durante 42 años— desde la capilla privada de la familia real a otro salón del castillo.
Antes de la procesión, los guardias reales con sus altos gorros negros de pelo de oso y decenas de representantes de otros cuerpos militares se alinearon sobre el impecable césped del patio central del castillo mientras tocaban las fanfarrias.
Bajo un brillante sol llegó el carruaje personal del duque, tirado por sus dos ponis y llevando la gorra y los guantes del difunto.
En las escalinatas de la capilla se posicionaron los representantes de la caballería, vestidos de gala, con sus torsos metálicos y cascos de largos penachos.
Los portadores entraron a continuación el féretro, para la ceremonia final.