Ángel Piccinini
A 155 años del fin de la Guerra de la Triple Alianza, un conflicto que representó para Paraguay una catástrofe de proporciones apocalípticas, sus efectos permanecen tan profundamente arraigados en la psique nacional que parecen estar inscriptos en el propio ADN del pueblo paraguayo. Esta persistencia no es casualidad, sino resultado directo de la forma en que se ha enseñado la historia en Paraguay, construida sobre una narrativa de victimismo que presenta a Paraguay como una nación próspera y en desarrollo que fue injustamente atacada por potencias extranjeras, causando su empobrecimiento y estancamiento. Esta narrativa victimista tiene un propósito claro: crear cohesión social mediante un enemigo externo, exime de responsabilidad tanto a López como a los sucesivos gobiernos paraguayos por sus propias políticas económicas y sociales, mientras se omite deliberadamente que fue López quien invadió primero territorio brasilero.
La transformación de López en símbolo nacional no fue inmediata tras su muerte, en Cerro Corá, en 1870. De hecho, existen evidencias históricas que sugieren que su fallecimiento fue recibido con alivio por muchos paraguayos. Como señala el documento analizado, hubo “festejos por parte de la población en Asunción” al enterarse de su muerte.
Resulta revelador que no surgieran guerrillas de resistencia tras su caída, a pesar de que las tropas aliadas permanecieron en Paraguay hasta 1876. La estrategia de Rafael Franco ha resultado extraordinariamente exitosa a largo plazo. Su maniobra de rehabilitar la figura de López ha logrado algo que parecería impensable: que la historiografía paraguaya y la conciencia colectiva nacional dediquen más atención y fervor a las supuestas “glorias” de una guerra catastrófica que se perdió (la Guerra de la Triple Alianza), que a la auténtica gloria de una guerra que se ganó contra todo pronóstico (la Guerra del Chaco). Este fenómeno resulta particularmente llamativo considerando que la Guerra del Chaco es un evento mucho más reciente, donde muchos paraguayos contemporáneos conocieron personalmente a sus protagonistas –abuelos o bisabuelos que combatieron en ella–.
La consolidación de López como figura heroica indiscutible se cristalizó durante el régimen de Alfredo Stroessner (1954-1989). La dictadura stronista encontró en la exaltación de López un pilar ideológico fundamental para su proyecto nacionalista autoritario. No es casualidad que el culto a la personalidad de López alcanzara su apogeo precisamente durante una dictadura que reprimía cualquier forma de disidencia.
El régimen stronista promovió una visión maniquea de la historia paraguaya, donde López representaba el heroísmo y el patriotismo absolutos, mientras que sus críticos eran automáticamente tachados de “legionarios” y traidores a la patria. Esta interpretación dogmática sirvió para justificar el autoritarismo contemporáneo como una continuación de la “resistencia nacional” encarnada por López.
El autoritarismo de Stroessner llegó incluso a condicionar las investigaciones de la Academia Paraguaya de la Historia, donde la mayoría de los artículos y estudios se centraron estratégicamente en la época de la conquista hasta el período pre-independiente. Este enfoque permitía a los académicos desarrollar su labor sin adentrarse en los períodos más controvertidos y políticamente sensibles, como la era de los López y Francia.
El culto a Francisco Solano López se ha convertido en un fenómeno con características religiosas, centrado exclusivamente en su figura, trascendiendo el ámbito puramente historiográfico. Aunque se presenta como “nacionalismo” en su autopercepción, funciona en realidad como coloradismo/lopismo en la práctica.
Esta manipulación se manifiesta en las contradicciones del discurso “nacionalista” al analizar su posición frente a otros momentos históricos paraguayos. Un verdadero nacionalismo celebraría los logros nacionales independientemente del signo político, pero el lopismo/coloradismo sistemáticamente desmerita los éxitos alcanzados durante gobiernos liberales, especialmente la victoria en la Guerra del Chaco (1932-1935), donde, en lugar de reconocer el triunfo paraguayo bajo un gobierno liberal con José Félix Estigarribia como líder militar, han difundido la ambigua afirmación de que “ganamos la guerra, pero perdimos territorio”, ignorando deliberadamente que Paraguay obtuvo el 79% del territorio disputado.
En la actualidad, las redes sociales han provocado una auténtica revolución en la forma en que los paraguayos se relacionan con su historia. Esta democratización del conocimiento histórico ha quebrado el monopolio que tradicionalmente ejercía una élite intelectual sobre la interpretación del pasado nacional. Las fuentes primarias que antes solo podían consultar investigadores con acceso privilegiado a archivos, ahora son compartidas, discutidas y analizadas por estudiantes, aficionados a la historia y ciudadanos comunes, provocando que miles de paraguayos se cuestionen por primera vez la versión de la historia que aprendieron en las escuelas, desafiando narrativas oficiales y su memoria colectiva hasta ahora incuestionables.
El resultado ha sido un reequilibrio gradual del debate. Mientras que tradicionalmente predominaba la visión “lopista” oficial, en los últimos años la balanza parece inclinarse hacia posiciones más críticas o “antilopistas”.
Pero dejo de añadir mis palabras al artículo, porque dirán que juzgo con la mirada del siglo XXI sin tener en cuenta el contexto vivido por Francisco Solano López. A continuación agrego escritos por paraguayos que llegaron a Cerro Corá y su opinión sobre Solano López... El lector sabrá juzgar luego.
- José Falcón (1810-1881), director del Archivo y ministro durante la presidencia de los López, emparentado con la familia López-Carrillo. Sus “Escritos Históricos”, editados por Thomas L. Whigham y Ricardo Scavone Yegros, contienen el siguiente registro en su diario del 24 de julio de 1870:
“...Esto se me ocurre ahora, por ser hoy un día memorable por su fatalidad para la Nación Paraguaya, pues en esta fecha ocurrió la desgracia de salir a luz el hombre que había de hacer desaparecer de la faz del mundo el pueblo de su nacimiento...” y “destruyendo y aniquilando a su desgraciada patria, hasta dejarla en la más completa desolación y horroroso exterminio...”
Sobre la negativa de López a dejar el poder, condición que ponían los aliados, Falcón escribió:
“No podemos explicarlo de otro modo, sino pensando que su amor propio, su orgullo fanático y su desmedida ambición le ofuscaron”.
- Juan Crisóstomo Centurión (1840-1902), parte del Estado Mayor del Mariscal que llegó a Cerro Corá, escribió en sus “Memorias o reminiscencias históricas sobre la Guerra del Paraguay":
“En tales circunstancias, el advenimiento del General López, al mando supremo de la República, halagaba las esperanzas del pueblo, que creyó que, como el ciudadano de más experiencia e ilustración, establecería un gobierno liberal, inaugurando una administración con reformas tendientes a favorecer, no solo al comercio, a la industria y a la agricultura, sino a los derechos individuales de que por tanto tiempo estaban privados los ciudadanos. Desgraciadamente las esperanzas del pueblo fueron defraudas; sufrió éste un amargo desengaño, que le ha hecho lamentar más la muerte del viejo López”.
- Silvestre Aveiro, coronel que fue parte del Estado Mayor del Mariscal López y último oficial paraguayo que lo vio con vida, escribió en sus “Memorias Militares":
“Nadie puede justificar los actos despóticos de López, pero la verdad es que en su vida, a pesar de su severidad, era querido por el ejército y por los demás ciudadanos mismos”.
- Max von Versen, militar prusiano que se infiltró a través de las líneas aliadas para ingresar al frente paraguayo en junio de 1867, permaneciendo como prisionero en Paraguay hasta finales de 1868. Su experiencia directa en el Paraguay de López durante un período crítico de la guerra le permitió observar de primera mano el funcionamiento interno del régimen. En su libro “Viajes por América y la Guerra Sudamericana”, casi respondiendo a Aveiro, aportó una explicación alternativa a la supuesta lealtad de los paraguayos:
“Todas las armas combatían con la mayor bravura; esta no surgía como entre nosotros de un sentimiento moral de honor y cierta pasión caballeresca, sino de un fanatismo artificialmente creado por López o del miedo. López les había hecho creer que los aliados venían para quitarles la religión, llevar a los hombres a la esclavitud, maltratar a mujeres e hijas y apoderarse del país. ¡Quien no lo creía, no se atrevía a decirlo! Pero la mayoría lo creía”.
Si bien este artículo no tiene por propósito presentar a López como un santo para justificar su elevación a “Héroe Nacional sin igual”, confieso que, como paraguayo, albergo en lo profundo el deseo de ver en López el ejemplo de un hombre que lo entregó todo por la patria, pero cuesta al leer lo expresado en las líneas dejadas por José Falcón:
“Tal es el Mariscal López, que, aunque también sacrificó su propia vida en esta lucha, pudo haber hecho mucho más aun sin el sacrificio de su vida, evitando la destrucción del pueblo que le confiaba sus destinos, con un acto de abnegación, a saber la separación del mando supremo que se le proponía por los enemigos. Porque, ¿podrá por ventura compararse cualquier sacrificio que él hubiera hecho, con la destrucción de una nación entera, como ha sucedido? ¿No habría sido una gloria para él su abnegación separándose del elevado puesto que ocupaba, en vista, siquiera, de que le era imposible ya triunfar de las fuerzas y recursos de los aliados, dejando al pueblo paraguayo su libertad y soberanía, para que haciendo uso de ellas eligiese el gobierno que le convenía en esas apre-miantes circunstancias? ¿No habría sido una satisfacción para él, proporcionar los medios de evitar se continuara derramando tanta sangre preciosa, lo que solo por capricho se había hecho, encontrándose sin esperanzas ya de recoger las glorias que ambicionaba, por medio del triunfo final, aprovechando una coyuntura tan favorable como la que se le presentaba? ¿No habría sido como para enorgullecerse él mismo al verse aplaudido por sus conciudadanos y por todo el mundo, como habría sucedido, por un tal hecho de abnegación que hubiera venido a evitar la desolación de sus hermanos? Habría así legado a la historia un hecho grandioso, y el mismo pueblo paraguayo, a pesar de tantos sufrimientos y sacrificios pasados, hubiera bendecido, con las futuras generaciones, la memoria de su nombre que habría hecho ilustre”.