Eran poco más de las 4.00 del 8 de febrero de 1975, cuando un pelotón militar de aproximadamente 70 soldados con armas de guerra, al mando del teniente coronel José Félix Grau, atacó con disparos de armas de fuego la colonia San Isidro de Jejuí, en donde vivían unas 29 familias campesinas, intentando llevar adelante un proyecto asociativo, en el marco de las Ligas Agrarias. El lugar se encuentra en las afueras de la actual ciudad de General Resquín, Departamento de San Pedro.
Durante el ataque cayó herido el sacerdote Braulio Maciel, párroco de la comunidad, alcanzado en la pierna por una bala de fusil. Fueron apresadas 120 personas, incluyendo a pobladores de otras compañías, solo por ser miembros de las Ligas Agrarias. Muchos campesinos fueron llevados a una finca rural que el jefe de Investigaciones, Pastor Coronel, poseía a orillas del río Jejuí, donde fueron sometidos a interrogatorios bajo torturas. El diario colorado Patria acusó que los campesinos estaban creando “koljosets comunistas” (granjas colectivas de la revolución soviética) en medio de la selva paraguaya.
Más de cuatro décadas después, uno de los fundadores de aquella utópica comunidad asegura que el único delito que cometieron fue “intentar vivir como hermanos”, como sostenía el credo de las Ligas Agrarias, en principio respaldadas por la propia Iglesia Católica paraguaya. Gregorio Gómez Centurión, más conocido como Pirulo, reconocido poeta guaraní, ganador del segundo lugar del Premio Municipal de Literatura 2018 por su libro Tetãgua pyambu, quien en marzo cumplirá 81 años, sigue formando parte de la Asociación Campesina San Isidro de Jejuí, organización que se creó en 1989, tras la caída de la dictadura y que luego de una larga lucha pudo recuperar gran parte de las tierras que les arrebataron.
LA LUCHA SIGUE. “Ha pasado mucho tiempo pero seguimos creyendo en los mismos sueños de igualdad, justicia social y libertad. La dictadura pudo torturar y matar a nuestros compañeros y compañeras, lastimar nuestros huesos, pero no ha podido quebrar nuestro espíritu ni matar nuestros ideales”, dice Pirulo, desde su ecológica chacra en la compañía Guasu Corá de Villeta.
La experiencia de las Ligas Agrarias fue un proceso de toma de conciencia y de organización social comunitaria, en busca de mejor vida, marcando una diferencia con el sistema represivo de la dictadura, algo que llamó la atención de quienes veían comunistas hasta en la sopa. “Nosotros no luchábamos contra Stroessner, sino que buscábamos construir una nueva sociedad. Fue Stroessner el que luchó contra nosotros”, explica Gregorio.
Las Ligas Agrarias habían nacido en los años 60 en el Departamento de Misiones, con un fuerte impulso del obispo Juan Sinforiano Bogarín. Tomando como base el modelo pedagógico revolucionario del brasileño Paulo Freire, estimularon una educación alternativa en las llamadas “escuelitas campesinas”, que pronto fueron vistas como un espacio “para adoctrinar a comunistas”.
Gregorio y su entonces esposa Cristina Olazar estuvieron entre las víctimas de la represión, pero no bajaron los brazos, siguen apoyando todas las causas solidarias y participan activamente del proyecto asociativo en las tierras recuperadas de Jejuí. “Aquel proyecto truncado por la dictadura hoy ya no tiene sentido, vivimos otro tiempo, con nuevos desafíos, pero la lucha es la misma: vivir como hermanos”, asegura Pirulo.