24 nov. 2024

La sucesión, una crisis que tumbó al stronismo

¿Cómo un gobierno que parecía tenerlo todo bajo control gracias a su mano de hierro termina decapitado por un pacto cívico-militar, modelo que fue base de su exitoso ascenso al poder?

stroessner

Alfredo Stroessner gobernó tiránicamente el país desde 1954 hasta 1989. | Foto: Archivo ÚH.

“Siempre habrá un 13 de enero”.

La frase fue lanzada por Luis María Argaña en 1988, como un anuncio en clave del golpe militar del 2 y 3 de febrero de 1989 que derrocaría al general Alfredo Stroessner. Aludía al 13 de enero de 1947, cuando colorados y militares pactaron, vía golpe, la toma del poder.

Era la etapa final de un régimen tiránico de tres décadas y media en proceso de descomposición. En ese lapso, Stroessner encabezó un gobierno autoritario, con fuerte modelo paternalista, represivo y corrupto, gracias a su eficiente fórmula: la triada Gobierno/FFAA/Partido Colorado.

¿Cómo un gobierno que parecía tener todo bajo control gracias a su mano de hierro termina decapitado por un pacto cívico-militar, modelo que fue base de su exitoso ascenso al poder y su permanencia por 35 años?

El stronismo –al decir de Andrew Nickson– tiene tres etapas centrales: la fase de consolidación (1954-1967), la fase de expansión (1968-1981) y la fase de descomposición (1982-1989).

El general asumió el poder en 1954, a través de un golpe de Estado desalojando al entonces presidente Federico Chaves. Entonces, los presidentes eran defenestrados en cuestión de días por sendos golpes militares; era una etapa de mucha inestabilidad política y económica. Si bien no asumió directamente tras la asonada, sino un mes después tras elecciones, apenas se acomodó en el poder desató una purga desarticulando a sus adversarios políticos (Federico Chaves, Natalicio González, Méndez Fleitas y otros).

En los 60 y 70, el general se jactaba de contar con el apoyo total de la ANR, donde impuso la “unidad granítica”. Esta dominación se dio no solo por el apoyo militar, sino también de civiles obsecuentes. “En recompensa repartió prebendas, corrupción y espacios políticos sintetizados”, señala el colorado Bernardino Cano Radil, actual embajador en Cuba, en el libro El Partido Colorado y Alfredo Stroessner. En 1977 confirmó sus intenciones de eternizarse en el poder al convocar a una convención nacional constituyente para modificar un artículo de la Constitución que estableciera la reelección indefinida, ya que la de entonces solo permitía la reelección por dos periodos. O sea, se imponía el vitaliciado (hasta la muerte) del general presidente.

Este acontecimiento marcó un punto de inflexión en la disputa del poder y el inicio del malestar al interior del partido. El stronismo duro se consolidaba, pero paralelamente se iban abriendo fisuras en la ANR. Además de movimientos que hicieron oposición frontal y directa durante el periodo dictatorial, como el Mopoco y el ANRER, a mediados de los 80 surgen otros disidentes, como el Movimiento Ético y Doctrinario, la Generación Intermedia, y a finales de esa década, el Tradicionalismo.

LA RUPTURA. Esa crisis generada por la lenta construcción de la resistencia tiene su clímax el 1 de agosto de 1987, cuando los llamados “militantes, combatientes stronistas” encabezados por el “cuatrinomio de oro” de Sabino Augusto Montanaro, Adán Godoy, Mario Abdo Benítez (padre del actual presidente) y Eugenio Jacquet asaltaron la ANR mediante un “golpe” con el visto bueno del dictador. A los tradicionalistas no les permitieron ingresar a la sede partidaria para participar de la convención.

Ese golpe en la ANR, con el copamiento total del partido y demás órganos del Estado, marcó el inicio del fin de la dictadura stronista.

LA SUCESIÓN. La crisis del stronismo respondía a la eterna disputa por la sucesión del poder. En el Partido Colorado se debatía la herencia política ante la avanzada edad del dictador, que el año del atraco tenía 75 años y ya mostraba signos de desgaste.

Este panorama lógicamente generaba desconcierto en el primer anillo del régimen, que dio lugar a la irrupción del ala dura: la militancia stronista que con su lema “Con Stroessner, por Stroessner y para Stroessner” desplazó a los disidentes en 1987. Este acontecimiento también tuvo sus efectos en las FFAA, donde los coroneles, que no habían ascendido, empezaron a inquietarse porque sus cargos serían ocupados por el entorno stronista.

En este contexto, crecía la figura del hijo del dictador como el sucesor, el coronel Gustavo Stroessner: “Después de Stroessner, otro Stroessner”. Esta visión monárquica del poder fue la chispa que avivó las llamas de la resistencia, dando pie a las conspiraciones cívico-militares que idearon la asonada.

Paralelamente, la dictadura iba en picada no solo por el deterioro moral y político del régimen, sino por la grave crisis económica. A la crisis interna colorada se sumaba el agotamiento del modelo económico sostenido en el boom de Itaipú con la caída de los precios internacionales de los productos agrarios, la devaluación del guaraní y la inflación empezaría su ciclo ascendente, señala Nickson.

Junto a la disidencia colorada crecía la presión de la oposición, prospcripta y reprimida a lo largo de la sangrienta dictadura. Una de las manifestaciones cívicas más importantes se dio en 1988 cuando organizaciones políticas y sociales organizaron una gran marcha el 10 de diciembre, Día Mundial de los DDHH. La Policía stronista respondió con el idioma de siempre: brutal represión a los manifestantes.

Entonces ya se sentían los vientos de cambio.

EL GOLPE. La alianza cívico-militar conformada por las FFAA, lideradas por el general Andrés Rodríguez (consuegro de Stroessner), y por los tradicionalistas colorados, por Luis María Argaña y otros, ejecutó la conspiración la noche de la Candelaria. El 2 de febrero de 1989 las tropas del Primer Cuerpo de Ejército se trasladaron hasta la residencia de Ñata Legal, la amante oficial, para detener al Gral. Stroessner y evitar el derramamiento de sangre. Sin embargo, logró escapar refugiándose en el Batallón Escolta Presidencial, mientras la Marina atacaba al Palacio y el Cuartel Central de la Policía. Luego de más de ocho horas de combates, el artillero, corazón de acero se rindió y fue detenido. El 5 de febrero ascendía por las escalerillas del avión LAP, que lo trasladaría al Brasil, que lo acogió como asilado político. Allí, en agosto de 2006, falleció a los 93 años, sin pagar por sus crímenes.

La democracia, que vio la alborada el 3 de febrero de 1989, empezó a escribir su propia historia.

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