La denominada “teoría de la simulación” es el eje principal de A Glitch in the Matrix, el último documental del estadounidense Rodney Ascher, estrenado en Sundance y proyectado esta semana en el Festival de Karlovy Vary.
Con este trabajo, el director estadounidense no tiene como objetivo demostrar que vivimos en una simulación, sino entender mejor los motivos de las personas que sí creen que lo hacemos.
Los seguidores de esta teoría creen que son ellos los que, al igual que Neo -el protagonista de Matrix-, han elegido la “píldora roja” que les revela la incómoda verdad del universo, al contrario que el resto, que apuesta por la “píldora azul”, que ofrece una realidad tan tranquilizadora como falsa.
“Hará falta alguien mucho más listo que yo para demostrar o negar esta teoría por completo. La idea era mostrar el mundo a través de los ojos de quien cree en esto, explorando por qué piensan así y sus consecuencias”, afirma Ascher en una entrevista a Efe.
Un movimiento con muchos adeptos
A pocos meses del estreno mundial de Matrix: Resurrections, la nueva entrega de la icónica saga de ciencia ficción, la teoría de la simulación sigue teniendo muchos seguidores en todo el mundo.
Cuando Ascher descubrió esta teoría, tuvo claro que esta temática sería “el siguiente capítulo perfecto” en su serie de proyectos para explicar “los límites borrosos entre la realidad y la ficción”.
Previamente el estadounidense ya había dirigido Room 237 (2012), sobre teorías de aficionados de El Resplandor, y The Nightmare (La pesadilla, 2015), centrado en la parálisis del sueño.
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Para crear A Glitch in the Matrix, Ascher investigó “sin descanso” durante un año y empezó a buscar protagonistas para dar voz a su relato, muchos de los cuáles se ofrecieron de forma voluntaria cuando empezó la producción del proyecto.
Entre las personas que aparecen en la versión final del documental destacan diferentes creyentes de esta teoría y la voz experta de Nick Bostrom, un filósofo sueco de la Universidad de Oxford que en 2003 dedicó un artículo a este tema.
En su intento por comprender mejor esta teoría y mostrarle al espectador las fatales consecuencias que puede tener, A Glitch in the Matrix cuenta la historia de Joshua Cooke.
En 2003, cuando tenía 20 años, el nivel de obsesión de Cooke con la película Matrix era tal que acabó matando a tiros a sus padres para comprobar si vivía en el mundo real o no.
“Cuando apreté el gatillo, me quedé muy descolocado porque no era nada parecido a lo que había visto en Matrix. La vida real era mucho más horrible”, relataba Cook en una entrevista hecha para el documental desde la cárcel, donde cumple una condena de 40 años.
Una presentación inusual
El hilo conductor que une todos los capítulos en los que está dividida esta cinta es el discurso que el novelista Philip K. Dick dio en Metz (Francia) en 1977, en el que exponía, mucho antes que las hermanas Wachowski en Matrix, el concepto de realidad simulada por ordenador.
Sin embargo, el gran punto fuerte del documental es su aspecto visual, que combina escenas de famosas películas de ciencia ficción con entrevistas y animaciones.
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Para las conversaciones con los “creyentes”, Ascher decidió mostrarles en pantalla como personajes generados por ordenador, de forma que el espectador oye sus voces pero nunca ve sus rostros reales.
El director recuerda que Facebook ha anunciado un modelo de oficina virtual en el que interactuar con compañeros de trabajo en un entorno tridimensional generado por ordenador, y cree que esa puede ser la base del entorno laboral y social del futuro.
Para crear estos personajes, Ascher contó con la ayuda del diseñador Chris Burnham y de los responsables de animaciones Lorenzo Fonda y Davy Force.
El sentido de la vida
El perfil de personas que cree esta teoría es muy variado, y cada uno tiene unos motivos diferentes, sin embargo, tal y como muestra el documental, algunos lo ven como una forma más sencilla de entender el mundo.
Así lo reconoce uno de los entrevistados convertido en animación, que afirmaba sentirse abrumado por la complejidad del mundo real.
El director no considera que este sea el único motivo por el que las personas piensen así, pero se mostró “conmovido” por la valentía del entrevistado en reconocerlo.
“Vivamos o no en una especie de videojuego, es una metáfora con mucha fuerza para explicar nuestro lugar en el mundo y nuestras relaciones con el resto de personas”, concluye Ascher.