Si la designación como “significativamente corrupto” que le aplicó el Departamento de Estado de los Estados Unidos al ex presidente Horacio Cartes es solo una cuestión política —como aseguran sus empleados políticos y mediáticos— o si responde a una investigación en curso de la Justicia estadounidense es algo que se sabrá en los próximos meses. Según el doctor Guillermo Pacheco, director de Asuntos Internacionales del Security College de Washington, cualquier caso en el que se presuma una vinculación con el terrorismo es prioridad absoluta para el Departamento de Justicia; por lo tanto, si la segunda versión es la correcta, es de esperar una imputación y probable pedido de extradición en muy corto plazo.
Sería muy saludable para nuestra desordenada democracia que la historia se defina lo más pronto posible. La designación de Cartes convirtió a la interna colorada —que ya era virulenta— y a la adelantadísima disputa electoral con miras a las presidenciables en un verdadero infierno. Es inevitable porque la posibilidad cierta o fantasiosa de que sea extraditado lo cambia todo.
Cartes es la razón por la que el Partido Colorado salió tan rápidamente de la llanura política sin haberse depurado en lo más mínimo. El dinero inagotable de la venta de cigarrillos alimentó al vampiro famélico en el que se convirtió la vieja maquinaria colorada cuando perdió el poder y la conexión directa con el dinero público. Irónicamente, su posible caída también puede arrastrar consigo a la ANR.
Pero hay más. Cartes se convirtió en un fenómeno económico y político. El flujo incesante de recursos generado por el contrabando de cigarrillos —infinitamente superior a cualquier otra forma de comercio ilícito anterior— creó una corporación empresarial de la que hoy dependen miles de puestos de trabajo. Montó una extraordinaria red de protección política y judicial que incluye una larga nómina de legisladores, colorados y opositores, jueces y fiscales, y un ejército de sicarios mediáticos instalados en los medios que compró y en los que los verdaderos periodistas deben hacer un esfuerzo titánico para intentar hacer periodismo.
Hoy toda esa megaestructura económica, política y mediática está enfrascada en una batalla desesperada por intentar minimizar la gravedad de la designación de Cartes como “significativamente corrupto” y desmentir cualquier versión sobre su posible imputación o —peor aún— extradición. Atacan desde todos los frentes y aprovechan hasta el menor resquicio.
La guerra se libra también en el terreno de la Justicia. El oficialismo colorado y la oposición buscan convertir este durísimo revés del cartismo en la oportunidad para destituir finalmente a la fiscala general del Estado, Sandra Quiñónez, a quien consideran una pieza clave en el sistema de control de Cartes. Las denuncias sobre lavado de dinero o casos emblemáticos —como la supuesta protección a Darío Messer, el mayor lavador de dinero del Brasil y socio comercial y amigo personal de Cartes— llevan cuatro años en el Ministerio Público sin el menor resultado.
La incertidumbre es siempre el peor escenario. Incluso parte de la economía se ha ralentizado si no paralizado completamente desde que se diera la designación. Esto no es bueno para nadie. El nivel de enfrentamiento complica hasta el vértigo el terreno en el que quien gane las presidenciales necesitará acordar medidas urgentes para evitar una crisis fiscal y económica inminentes.
Si Cartes quedará fuera del partido lo ideal es que eso ocurra pronto. Y si seguirá jugando también. Porque hay que reordenar la casa. Y una cosa es intentar darle un rumbo a todo lo que nos urge cambiar con un presidente o una oposición atada políticamente a un hombre calificado como “significativamente corrupto” por el país más poderoso del mundo, y otra hacerlo con lo que quede tras su salida. En cualquiera de los casos, el entuerto es fenomenal, y más nos vale empezar cuanto antes a buscar el camino para resolverlo.