@andrescolman
Lo primero que le impresionó fue el resplandor del lago Ypacaraí, que reflejaba a la luna como un gran espejo entre los cerros, un horizonte abrumado de colores por las últimas luces del atardecer.
Era enero de 1929. Habían salido de Asunción en auto, tras el intenso calor de la siesta que sofocaba al piloto francés, pero cuando el sol empezó a ocultarse y una fresca brisa los recibió en las calles de San Bernardino, él se fue poniendo de mejor ánimo.
–¿Podrías detenerte...? –le pidió a su compañero de la Aeropostal, el piloto argentino Leonardo Selvetti, residente en Asunción, gentil anfitrión de los viajes de Antoine de Saint-Exupéry al Paraguay.
Selvetti detuvo la marcha en lo alto del cerro. El francés abrió la puerta y contempló admirado el paisaje de esa villa fundada por inmigrantes alemanes en 1881. Quizás fue allí cuando le impresionó la silueta del cerro Patiño, al otro lado del lago, que parecía tener la rara apariencia de un sombrero, cuando en realidad era la forma de un elefante tragado y digerido por una boa. Habría que dibujarlo...
ENCUENTRO. El auto cruzó la densa vegetación de un pequeño bosque tropical, hasta detenerse frente al pintoresco edificio del Hotel del Lago. Guillermo Weyler salió a recibirlos, junto con su esposa y una mujer elegante, de sonrisa felina, que apenas divisó a Antoine, acudió a abrazarlo.
Era Hilda Ingenohl, La Tigresa. Nacida en París, Francia, en 1889, aunque de ascendencia alemana, millonaria y aventurera, llevaba cuatro años viviendo en Paraguay, desde que llegó a visitar a sus tíos, los Weyler, propietarios del Hotel del Lago y se enamoró del lago Ypacaraí. Compró una propiedad de 200 hectáreas en la zona, pero su residencia preferida era una suite del hotel, en una de las torres de estilo medieval.
“Hilda fue una mujer muy libre para su época, una de las primeras mujeres aviadoras del mundo. Se conocieron con Antoine en París, en una escuela de aviación. Cuando supo que él vendría al Paraguay, le invitó a pasar unos días en San Bernardino y los relatos aseguran que fue una historia de amor y pasión que se repitió en un segundo viaje”, relata el diseñador y artista plástico Osvaldo Codas, actual gerente del Hotel del Lago, quien ambientó la misma suite con el nombre temático de Torre de la Tigresa para perpetuar esa leyenda.
FURTIVOS. Hay pocos datos sobre los viajes de Antoine de Saint-Exupéry al Paraguay, y menos aún sobre su romance con La Tigresa.
El escritor Augusto Roa Bastos relató: “Antoine de Saint-Exupéry fue a Asunción a inaugurar ese tramo a Buenos Aires, mucho antes de que escribiera El Principito... Hérib Campos Cervera lo encontró cerca de la Estación Central. Contaba que se sentaron a conversar en la Plaza Uruguaya, y que Hérib, en su mal francés, le relató el último concierto que el guitarrista Agustín Barrios dio allí, tras acarrear él mismo los bancos de la plaza para que la gente pudiera sentarse”.
Mabel Selvetti, hija del también pionero de la aviación Leonardo Selvetti, cuenta que Antoine y su padre inauguraron el correo aéreo desde Buenos Aires hasta varias ciudades de Sudamérica, entre ellas a Asunción, pilotando los frágiles aviones Laté 25, de la empresa Latecoere.
“Él se quedó varias veces hospedado en nuestra casa, también en el Hotel del Paraguay y se iba a San Bernardino, pero en mi familia nunca comentaron del romance con Hilda. Él era un caballero francés, le gustaba la buena vida”, recuerda Mabel.
AVENTURA. Antoine tenía 29 años cuando vino por primera vez al Paraguay. Había publicado sus dos primeros libros: El Aviador y Correo del Sur. Hilda era mayor, tenía 40, pero derrochaba sensualidad, provocando la fascinación de una mujer libre y aventurera.
“Antoine admiraba a Hilda por su especial forma de ser. La de ellos fue probablemente una relación especial, de amigos y amantes, de compinches de aventura y del placer de volar. Rodearon sus encuentros de cierta discresión, por eso probablemente esa relación casi no se menciona en la biografía oficial”, dice Osvaldo Codas.
Antoine conocería en esos días, en Buenos Aires, a quien luego fue su esposa, la millonaria salvadoreña Consuelo Suncín. Hilda seguiría en Paraguay y acabaría casándose con un hombre de apellido Roger. Probablemente, ninguno de los dos olvidaría esos encuentros furtivos en el viejo hotel de San Bernardino.