23 nov. 2024

La UNA y el desafío de cambiar mediocridad por excelencia

La Universidad Nacional de Asunción (UNA), que acaba de elegir a una mujer como rectora, se encuentra ante la imperiosa necesidad de introducir cambios radicales en lo administrativo y en lo académico para ofrecer a sus estudiantes una formación de calidad, para ofrecer al país los profesionales que necesita para avanzar hacia un futuro mejor. La mediocridad y la corrupción que reinan allí son inaceptables, teniendo en cuenta que es el esfuerzo de los contribuyentes el que hace posible la existencia de esta institución. Es fundamental iniciar de una vez por todas el proceso de transformación profunda de la UNA, una transformación que la convierta en el faro de luz que debería ser una universidad.

El proceso de elección del nuevo rector en la Universidad Nacional de Asunción arrojó como resultado el histórico nombramiento de una mujer al frente de la UNA, lo cual se constituye en un hito esperanzador en estos 129 años de vida la institución.

El desafío que le aguarda a la nueva rectora es sin lugar a dudas descomunal. Sobre todo, teniendo aún fresca en la memoria las imágenes de la gran revuelta estudiantil de setiembre de 2015. El fabuloso e inspirador movimiento estudiantil #UNAnotecalles fue una reacción ante la trama corrupta capitaneada por el entonces rector, Froilán Peralta.

Tras la revuelta, el ex rector se vio obligado a renunciar y luego fue imputado por lesión de confianza en el ejercicio de sus funciones e inducción a un subordinado a un hecho punible. En estos momento está aguardado para afrontar un juicio oral. Pero como es bien sabido, Froilán Peralta nunca actuó solo. Detrás de él cayeron 10 decanos de 12 facultades; y en el transcurso del proceso quedaron al descubierto manejos arbitrarios, casos de nepotismo, clientelismo, dilapidación de recursos y absoluta opacidad en la administración de la universidad.

La nueva rectora deberá asumir con altura el desafío, el reto de dar respuesta eficaz a las reivindicaciones principales del movimiento estudiantil, lograr el fin de la corrupción y hacer que la transparencia sea norma rectora de la gestión. A ellas hay que sumar la necesidad de alcanzar una imprescindible calidad en la educación.

La UNA, tal como está hoy, solventada con dinero de los contribuyentes, no ofrece –salvo excepciones perceptibles en algunas carreras– una educación de calidad a los estudiantes. En el proceso de degradación académica, muchos profesores han obtenido cátedras a base del prebendarismo político y no por sus méritos.

El resultado de la enseñanza de docentes carentes de la calificación de excelencia requerida está a la vista: muchos egresados no están suficientemente preparados para desempeñarse con solvencia en sus profesiones.

Por otro lado, los contenidos están desfasados en relación al momento actual donde, a través de la tecnología, los conocimientos se amplían y renuevan constantemente en un proceso dinámico que no se detiene. Mientras otros países avanzan a una velocidad vertiginosa en la formación de recursos humanos, el nuestro todavía está en la prehistoria de muchas materias.

Tras la destitución del rector Froilán Peralta, que había convertido a la UNA en un feudo personal, hubo simulacros de renovación. De hecho, fue nada más que un maquillaje, por debajo siguió manteniendo los viejos vicios de la antigua estructura.

Es necesario que los alumnos y los docentes, conscientes de su responsabilidad de cooperar con la transformación institucional, asuman el compromiso de exigir a las nuevas autoridades el inicio de un proceso que tenga como meta alcanzar el nivel de excelencia educativa que hace rato se espera de la UNA.

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