30 abr. 2025

La vida, honra y deshonra

Siempre me ha interesado el salto cualitativo que existe entre las brújulas del instinto animal y las llamadas facultades espirituales del hombre: inteligencia, voluntad, memoria y libertad.

La neurociencia da luces, pero no lo explica bien porque lo desborda. Sobre todo las expresiones humanas del arte, del amor (el maternal más que ninguno), del sacrificio y del perdón me llaman la atención. Todo eso es interesante, pero cuando llegamos a la constatación de que el hombre es capaz de interesarse y conocer la esencia de las cosas, ya es como escalar una montaña y llegar justo para ver una aurora boreal. Hace que pensar en la vida sea fascinante.

Ante acontecimientos cercanos como el de un joven de 19 que pelea en terapia contra el cáncer, la soledad y abandono de ancianos que conozco, o el sicariato ideológico antivida que cobra fuerza en universidades y medios de comunicación, devienen urgente las preguntas: ¿Qué es la vida humana? Y ¿por qué esa insistencia en hallar un valor diferencial a ese “ser en busca de sentido”, parafraseando al gran siquiatra Víctor Frankl.

Estas consideraciones pueden parecer desconectadas del precio del combustible, la carne o el huevo en estos días calurosos y húmedos de nuestro singular otoño. Pero sí tienen que ver porque están ligadas con la dignidad. Esa expresión de moda y que, sin embargo, requiere coraje y paciencia entender.

El judeocristianismo la explica desde la perspectiva de que somos imagen de Dios, “imago Dei” diría Francisco De Vitoria en el siglo XVI en su De Relectio Indis, “ser sustancial compuesto de cuerpo y alma, dotado de razón y de libertad, con un fin trascendente”, explicaba. Para los ecologistas radicales, por ejemplo, el hombre es un depredador despiadado al que valdría la pena bajar del pedestal de su dignidad. Para los partidarios del gender, es una construcción cultural fluctuante. “Es el misterio profundo, lo quieras o no”, cantaríamos con Tom Jobim en Aguas de Marzo. Pero para los pragmáticos planificadores del orden global sería solo un factor más a controlar en su escalada hacia el “progreso” material.

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Pensemos en toda la violencia que sufre, sobre todo aquella vida humana “más débil e indefensa”, según denunciaba Juan Pablo II en su encíclica Evangelio de la Vida, publicado el 25 de marzo de 1995, en la cual deploraba: “Los homicidios de cualquier género, los genocidios, el aborto, la eutanasia y el mismo suicidio voluntario… las mutilaciones, las torturas corporales y mentales, incluso los intentos de coacción sicológica; las condiciones infrahumanas de vida, los encarcelamientos arbitrarios, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; también las condiciones ignominiosas de trabajo en las que los obreros son tratados como meros instrumentos de lucro, no como personas libres y responsables”… ya que consideraba que “todas estas cosas y otras semejantes son ciertamente oprobios que, al corromper la civilización humana, deshonran más a quienes los practican que a quienes padecen la injusticia y son totalmente contrarios al honor debido al Creador”.

Hoy la perspectiva materialista con términos como “calidad de vida” se implanta con fuerza en la mente de muchos, y relativiza la vida de los niños no nacidos, de los ancianos, de los enfermos…

Lo cierto es que el modo de entender la vida humana provoca mentalidades que inciden en la cultura, en la educación, en la política, en la legitimación de prácticas y en la continuidad de nuestra especie. En este campo no es sencillo discernir entre lo bueno y lo que solo aparenta serlo.

Mañana sábado 25 de marzo es el día en que se celebra la vida humana desde su inicio. En lo personal me adhiero a la “acuciante llamada” de Juan Pablo II a “respetar, defender, amar y servir a la vida humana” ya que “solo siguiendo este camino encontraremos justicia, desarrollo, libertad verdadera, paz y felicidad”.